NO DESEARÁS...
a tentación vive arriba’ (1955), es una estupenda comedia de Billy Wilder, en CinemaScope y estimulante color DeLuxe, que los críticos ningunearon al estrenarse, lo que no impidió que fuera un gran éxito comercial. Hoy podemos comprobar que la película no es un Wilder menor. Es un Wilder. Basada en la obra teatral de otro genio, G. Axelrod, asistimos a una alteración del tema de «los Rodríguez y el verano».
En esta ocasión se trata de un «Rodríguez» neoyorkino, digamos «Smith», al que vemos salir poco menos que bailando de la Estación de Autobuses (tras despedir a la familia, que ha enviado a los Ozark a pasar las vacaciones estivales), sintiéndose al fin solo y libre, soñando con las noches de frenesí que le aguardan tras su jornada laboral ‘from 9 to 5’. A lo que voy. En España, la película la habría producido Masó (tras terribles peleas con la censura), y el guion seguro que Pedro se lo hubiera encargado a Rafael Salvia o a Noel Clarasó –con anónimas aportaciones de Carlos Llopis y Mihura–; dirección de Lazaga y, como pareja protagonista, Fernán Gómez y una actriz extranjera (exigencia de los censores), Analía Gadé o María Piazzai. Sigamos con Tom Ewell, «nuestro Rodríguez» que ya estuvo formidable en ‘La costilla de Adán’. ‘La tentación vive arriba’
Sabe que en el piso de arriba vive un bombón, una rubia despampanante. Nada menos que Marilyn Monroe. Ewell, que cuenta con la ventaja de tener aire acondicionado en su piso, consigue una cita con su vecina y se la lleva al cine, a una sala de estreno de Manhattan, a ver ‘La mujer y el monstruo’, es decir, ellos. Al salir, la calle sigue siendo una hoguera. A la chica, que es una buena chica, le ha dado pena la criatura de la laguna negra, ese hombre-pez que se enamora de Julia Adams.
Hace el mismo calor que en ‘La ventana indiscreta’. Para refrescarse, la rubia, que es como un banana Split, se sitúa sobre la rejilla del Metro que hay en la Calle 52 y Lexington Av. El resto es bien conocido: consagración del Pop Art. La corriente de aire fresco que produce el Metro al pasar levanta la falda de la mujer y deja al descubierto sus poderosos muslos y sus bragas blancas. (Había tantos mirones en la calle, miles, que Wilder tuvo que interrumpir el rodaje y filmar la secuencia semanas después en los Estudios de la Fox.) En España, claro, el vertical Sindicato Nacional del Espectáculo jamás habría autorizado la escena, y tampoco la de la vecinita cuando mete su ropa interior en la nevera. Llama la atención que los aristarcos no vieran que Billy atacaba ferozmente la pacata represión sexual –también lo haría en ‘Bésame, tonto’–, aquella educación retrógrada pactada tras una guerra victoriosa, así como avisaba del inmutable machismo norteamericano; todo ello, no lo olvidemos, en complicados días pre-feministas.
En fin, un Wilder cínico, divertido, moderno, descarado; incluso con su toque de romanticismo. La cosa es que en aquellos tiempos, y de haber tenido las manos libres, estoy convencido de que Mihura, Alfonso Paso, Carlos Llopis o Juanjo Alonso Millán habrían escrito obras tan buenas y corrosivas como las de Axelrod o Neil Simon; y guiones que José María Forqué, Fernando Palacios, Jesús Franco, Juan Bosh, el mismo Lazaga, habrían convertido en películas alegres, divertidas, llenas de mujeres guapas, decididas, listas para la guerra de sexos, vestidas con preciosos trajes de verano, chicas como aquellos helados de vainilla Ilsa Frigo.