Paco Brines, taurino
El Premio Cervantes 2020 fue un gran defensor de la Fiesta
adie que haya leído poemas de Paco Brines pondrá en duda su calidad, su hondura, su profunda sensibilidad. No debe extrañar que uniera todo eso a una seria pasión por la Tauromaquia. Además de algún poema, escribió sobre la Fiesta en un par de artículos, publicados en la revista ‘Quites’: el «razonamiento de una mirada» y sus reflexiones al volver a una Plaza, después de un temporal alejamiento.
He compartido con él muchas tardes de toros en la Plaza de Valencia. Recuerdo bien su alto nivel de exigencia: en los toros, como en la poesía, «se debe ser inmisericorde». Rechazaba la ignorante chabacanería de muchos públicos, que aplauden lo más fácil y bullanguero. Creía firmemente que «el toreo es arte o no es nada: está hecho de tiempo, su presencia es su desvanecimiento». Proclamaba «mi deuda a sus hondas emociones», porque
«todo lo que ha aportado vida a nuestra vida, permanece».
Su ídolo fue Antonio Ordóñez.
También, Pepe Luis y Manolo Vázquez.
El «agua clara» de Antoñete, como «un olor penetrante de jazmín». Antonio Bienvenida, con «el perfume de la rosa». Esplá, «un torero necesario» por recuperar «la tradición y, con ella, las esencias y la variedad».
No perdía el tiempo con polémicas. A los antitaurinos les consideraba «simplemente, tontos», por perderse esta belleza. Creía que la Fiesta, en sus altos momentos, produce «la ilusión de la paradójica detención del inexorable tiempo»; supone «celebrar el deseado triunfo de la vida, el viejo deseo del hombre de igualarse a los dioses, venciendo a la muerte, y la menesterosa realidad de una naturaleza hecha de carne o, lo que es lo mismo, mortal».
Su mejor resumen –me parece– son dos versos de una depurada sencillez: «Y el día que se acaba / ha sido muy hermoso». Eso incluía también, para mi amigo Paco Brines, muchas hermosas tardes de toros.
NRechazaba la ignorante chabacanería de muchos públicos, que aplauden lo más fácil y bullanguero