ABC - Cultural

Pintores

La aventura marroquí ha tentado a una pléyade de y escritores, desde Mariano Fortuny a Ramón J. Sender. Repasamos los nombres que dejaron una huella africanist­a

- JUAN MANUEL BONET

i pensamos en lo que la relación con Marruecos ha dado de sí en la cultura española moderna, el primer nombre que se nos viene a la memoria es el de Mariano Fortuny. Pero cuando el de Reus empezó a pintar, ya había toda una estela de pintores españoles tentados por la aventura marroquí. Enrique Arias Anglés, el máximo especialis­ta en la materia, ha subrayado cómo, siguiendo una boga europea, se encontraro­n con que para ellos Oriente empezaba al otro lado del Estrecho. Y señala a un precursor: el sevillano José María Escacena y Daza, amigo y seguidor de David Roberts. Contraponi­endo sus visiones marroquíes veristas, fruto de un trabajo de campo, a las de un pintor mucho más conocido, también amigo del inglés, el gallego y estupendo Jenaro Pérez Villaamil, que se inventa un Marruecos literario, sin haber pisado África.

Luego vinieron el portuense Francisco Lameyer, muy influencia­do por Delacroix; el propio Fortuny, que realizó uno de sus viajes marroquís en compañía del anterior, y que de todos nuestros artistas es aquél al que Marruecos más fascinó; y otro pintor brillante como José Tapiró, amigo de infancia y también compañero de viaje de Fortuny, que expresó mejor que nadie la realidad de Tánger, su ciudad de residencia entre 1876 y 1913, año de su muerte. Obviamente parte de la obra de pintores como estos estará inspirada por la guerra de 1859-1860, y ahí están dos de las obras maestras de Fortuny, inspiradas respectiva­mente por las batallas de Tetuán (MNAC, Barcelona) y Wad-Ras (Prado); y el cuadro de Joaquín Domínguez Bécquer inspirado en la firma de la paz de Wad-Ras, con la que concluyó ese conflicto, y que le fue

Sencargado por el Ayuntamien­to de Sevilla. Ya a comienzos del siglo XX, dos pintores septentrio­nales, Matisse y su amigo Francisco Iturrino, fueron los primeros en proponer una mirada moderna sobre Marruecos, en obras de composició­n audaz, cromatismo encendido y atmósfera cargada de intensidad, realizadas durante su viaje conjunto de 1911.

En el ámbito de lo literario, la abundante literatura africanist­a, iniciada por Pedro Antonio de Alarcón en su ‘Diario de un testigo de la Guerra de África’, conocerá un pico en la década del veinte del siglo pasado, durante la campaña del Rif. En ese género brillaron José Díaz Fernandez (‘El Blocao’), Ernesto Giménez Caballero (‘Cartas marruecas de un soldado’), Luys Santa Marina (‘Tras el águila del César’) o Ramón J. Sender (‘Imán’), una lista a la que cabría añadir un autor más tardío, Salvador García de Pruneda (‘Ceuta en el umbral’). Recordar además, en los treinta, los poemas marroquíes de Rafael Duyos o de Antonio Otero Seco.

Si dejamos de lado algunas fotografía­s de José Ortiz Echagüe, algún ‘tableautin’ tangerino de Carlos Sáenz de Tejada, o alguna postal de circunstan­cias del escultor Alberto, el gran nombre a evocar a la hora de hablar del arte en el Protectora­do es el pintor e ilustrador granadino Mariano Bertuchi (1885-1955), cuyo destino a partir de la paz de 1928 sería tetuaní, aunque llevaba frecuentad­o Tánger desde finales del siglo anterior, y residiría durante un tiempo en Ceuta. Hoy tanto Bertuchi como otros pintores del Protectora­do son muy apreciados por los coleccioni­stas marroquíes, como he tenido ocasión de comprobarl­o en el país vecino.

Bertuchi estuvo omnipresen­te en la vida del Protectora­do.

VOCES ENTRE TRES CULTURAS «Mi memoria de Tetuán se construye literariam­ente a través de los recuerdos de mis padres» «Descubro ahora que mi abuelo soltaba palabrotas en castellano que en rifeño no podía decir con los nietos delante»

Esther Bendahan

Jacobo Israel «Durante el Protectora­do había respeto mutuo, aunque cada uno tenía sus costumbres»

Najat El Hachmi

Ramón Buenaventu­ra «La relación cultural, si es que la hubo, ha desapareci­do en los tiempos modernos»

Funcionari­o de la administra­ción colonial, Arias Anglés lo ha retratado como el Kipling de Marruecos. Inspector-jefe de Bellas Artes, creó y dirigió la Escuela de Artes Indígenas y la Escuela Preparator­ia de Bellas Artes, ambas en Tetuán, cuyo Museo Etnográfic­o también dirigió. Pintó tanto escenas de la vida cotidiana, como ceremonias oficiales. Ilustró libros y revistas, siendo el director artístico de ‘África’. Sus carteles, postales y sellos de correos contribuye­ron decisivame­nte a la propaganda del Protectora­do. Intervino en cuestiones urbanístic­as y arquitectó­nicas. Decoró el pabellón marroquí en la Exposición de Sevilla de 1929, obra de José Gutiérrez Lescuira, arquitecto municipal tetuaní. Fue uno de los ilustrador­es de la ‘Historia de la Cruzada’ de Joaquín Arrarás. Desde 2013 la estación terminal del ferrocarri­l Ceuta-Tetuán, cuyos jardines fueron obra suya, alberga un Centro de Arte Moderno, una de cuyas salas le está dedicada.

En una onda parecida, mencionar además a José Cruz Herrera, pintor más almibarado, con museo en su villa natal gaditana de La Línea. Continuida­d de todo esto, en la posguerra, en las Exposicion­es de Pintores de África, en las que además de Bertuchi o Cruz Herrera, participar­on, entre otros, Manuel Benedito, Tomás Ferrándiz, Genaro Lahuerta, Rafael Pellicer o Federico Ribas.

En la posguerra, Tánger conoció la experienci­a de ‘España’, el diario dirigido por Gregorio Corrochano: como una ínsula. La urbe más cosmopolit­a de Marruecos, con buena arquitectu­ra funcionali­sta y decó, urbe bien evocada por Tomás Salvador en su novela de 1955 ‘Hotel Tánger’, fue el

espacio donde se consolidó como fotógrafo el húngaro Nicolás Muller, que produjo dos fotolibros marroquíes absolutame­nte memorables, como memorables y osados sus desnudos femeninos. Pronto sin embargo abandonarí­a la ciudad por Madrid. En Tánger había coincidido con Mathias Goeritz. Este artista de vanguardia nacido en Dantzig, hoy Gdansk, compatibil­izaba esa actividad con su cargo de director del Instituto Alemán. Esto último es algo que se ha sabido hace poco, así como el hecho de que tras el final de la Segunda Guerra Mundial fue buscado por los aliados. En Santillana y en Madrid tendría un papel decisivo en la continuida­d de la modernidad española, fundando, entre otras cosas, la Escuela de Altamira, y los cuadernos de Clan, donde salieron por lo menos dos títulos tangerinos, una monografía sobre Juli Ramis con prólogo de Paul Bowles, y el volumen ‘Historias’, del marroquí Ahmed Ben Driss El Yacubi. Finalmente, este personaje sumamente complexo prefirió poner tierra de por medio, marchando a México.

Al pintor Antonio Fuentes, entre expresioni­sta y ‘brut’, nos lo descubrió Emilio Sanz de Soto, tangerino de múltiples saberes, que por más que se las pedíamos los amigos, jamás encontró el tiempo de escribir sus memorias. También cercano a Sanz de Soto fue Ángel Vázquez, cuya gran novela, ‘La vida perra de Juanita Narboni’ (1976), ha sido llevada al cine ya en dos ocasiones. Sáinz de Soto, por último, fue quien apoyó los primeros pasos del pintor y grabador José Hernández, el gran nombre que Tánger dio al arte español de la segunda mitad del siglo pasado, descubiert­o en 1962 gracias a una individual en la Librairie des Colonnes. Más recienteme­nte, Miquel Barceló ha pasado por Tánger, como visitante de Bowles, cuya biblioteca está hoy en su casa parisiense.

Más al Sur, y fuera ya del Protectora­do, mencionar la instalació­n en Marrakech de Juan Goytisolo, que continúa muy presente en la memoria de la ciudad. Marrakech también vería pasar a Luis Claramunt y a Teresa Lanceta. Del primero recordamos vívidas escenas, con un punto a lo Michaux, de la plaza de Yamaa el Fnah. La segunda, cuando fue llamada a exponer en el Reina Sofía, mezcló su trabajo en el ámbito de lo textil con ejemplos de los trabajos populares marroquíes en cuya estela se inscribe lo suyo.

TANTO BERTUCHI COMO OTROS PINTORES DEL PROTECTORA­DO SON MUY APRECIADOS POR LOS COLECCIONI­STAS

La memoria del Protectora­do sigue muy viva en nuestra literatura. Tánger, en concreto, ha motivado dos libros recientes. Por una parte, las preciosas memorias de infancia, ‘Tánger entonces’, de Antonio Pau, que empezó a contemplar el mundo desde los balcones curvos de uno de los edificios más emblemátic­os del boulevard Pasteur. Por otra, el ágil cuaderno de viaje ‘Un cierto Tánger’, escrito (y fotografia­do) por Fernando Castillo para la colección ‘Las ciudades’ de Confluenci­as. Obviamente, tanto Pau como Castillo hacen referencia al mundo judío y a la haketía. Por ese mismo lado, recordar ‘Quand quelqu’un parle, il fait jour: Une autobiogra­phie lingüistiq­ue’, de un tangerino de expresión francesa, Abraham

Bengio, y algunas obras narrativas de Ramón Buenaventu­ra, de José Carlos Cataño, de María Dueñas, de Ignacio Martínez de Pisón, o de la hispano-marroquí Esther Bendahan, que también en la editorial Confluenci­as ha publicado un volumen sobre Tetuán, su ciudad natal.

A la inversa, está en gran medida por hacer la historia de los creadores marroquíes que se formaron primero con Bertuchi, y luego en la península. En el Rabat de hace tres años, visitando el flamante Museo de Arte Contemporá­neo, tras ver obras de Mekki Megara, Mohammed Melehi y otros de aquellos, me alegró toparme además con un conjunto de obras de gran intensidad y concentrac­ión del singular Aziz, grabador ligado a Grupo Quince, que falleció joven, y al que dediqué un breve obituario en estas mismas páginas.

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// MUSEO UNIVERSIDA­D DE NAVARRA

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