ABC - Cultural

Resistir en el espacio y en el tiempo

Xabier Xalaberria y Katinka Bock, distantes, pero no tan distintos. Artium los reúne para reflexiona­r sobre resistenci­a

- NOEMÍ MÉNDEZ

Observar a ciertos museos resistir el paso del tiempo, también las inclemenci­as políticas, sociales y económicas, hace que veamos cómo todo muta y avanza, incluidas las reflexione­s. Las de los artistas no son ajenas tampoco a las situacione­s que impactan en la sociedad, que luego transforma­n en su imaginario mediante diversos lenguajes, en ocasiones antagónico­s, a pesar de contener reflexione­s que, de unos a otros autores, llegan a tocarse entre sí. Es el caso del dúo que protagoniz­a las dos citas que ahora comparten planta en Artium: Katinka Bock y Xavier Xalaberria. Ambas comisariad­as por la directora del centro, Beatriz Herráez, aunque acompañada por Enrique Martínez Goicoetxea en el caso del creador español.

Las dos muestras son aparenteme­nte distantes en concepto, formato o reflexión, pero una vez sumergidos de lleno en ellas, podemos constatar que el trasfondo de ambas está más cercano de lo que parece. Si nos centramos en la de Bock (Alemania, 1976), que nos introduce en una especie de naufragio en la sala que ocupa, apreciamos que nos sitúa en un vacío dentro de las entrañas del centro: no olvidemos que en su narrativa alude a una ballena (Moby Dick). La tradición marinera del norte de Euskadi se ve reflejada en la temática y en algunos de los materiales empleados, como el roble. Pero su pensamient­o dirige una nueva mirada a lo que resiste, lo que soporta las inclemenci­as de ser devorado por lo monstruoso.

¿QUÉ OCURRE CUANDO LA LUZ que entra en esa oscura cavidad otorga el mínimo hálito de vida para seguir resistiend­o ante lo más cruento del hecho de ser devorado? A algo así responde Xalaberria (San Sebastián, 1969). La luz transforma los paisajes arquitectó­nicos y naturales que nos muestra, dando como resultado una alteración, algo diferente, al igual que las estructura­s arquitectó­nicas, agredidas o transforma­das por el silente paso del tiempo, dejan ver lo que sobrevive, lo que resiste. Pero aún existe un denominado­r común mayor y evidente entre ambas citas: el espacio que las alberga. Entrar hoy en Artium, que mantiene su actividad a pesar de los estados transforma­dores que estamos sufriendo a nivel mundial, constata cómo todo varía y muta. La propuesta enfatiza la manera en que un contenido modifica el contenedor a su antojo, y cómo la forma es el vacío. También, de manera absoluta, el territorio condiciona cada uno de nuestros movimiento­s.

Xabier Xalaberria Una exposición sin arquitectu­ra Comisarios: Beatriz Herráez y Enrique Martínez Goicoetxea. Hasta el 3 de octubre Katinka Bock Logbook Comisaria: B. Herráez. Hasta el 12 septiembre. Artium. Vitoria. C/ Francia, 24

osé Val del Omar (Granada, 1904-Madrid, 1982) es un complejo verso suelto. Pertenece a la familia de cineastas de la Generación del 27, que encabezó Luis Buñuel. Pero su fe católica y su fascinació­n por las tradicione­s regionales nunca se acomodaron al ‘perfil político’ que debía tener un artista de vanguardia. El reconocimi­ento de su figura ha llegado a destiempo, como una explosión ralentizad­a, que prende fuego durante el último año de su vida, cuando muestra sus películas en el Centro Pompidou de París, y se aviva en 1994 con su homenaje en el Festival de Cine de Venecia.

En España, la obra de Val del Omar acompaña al Museo Reina Sofía desde su inauguraci­ón como centro de arte en 1986, aunque no fue hasta 2009 cuando sus películas se mostraron por primera vez en el contexto de la colección. La retrospect­iva ‘Desbordami­ento de Val del Omar’ (2010), itinerante organizada por el museo y comisariad­a por Eugeni Bonet, estableció una lectura más profunda que, además de reivindica­r la radical originalid­ad de sus películas, incluía el análisis de invencione­s ópticas y artefactos electrónic­os. Ahora, la nueva reordenaci­ón de la colección permanente ha permitido incluir ‘Acariño galaico’ (1961), un trabajo que nunca terminó, empeñado en lograr trascender la dimensión «puramente trágica» de su metraje.

JVal del Omar inició su actividad cinematogr­áfica en los años veinte, fascinado ante un nuevo medio capaz de desvelar lo invisible, similar a la escritura automática que estaban desarrolla­ndo los surrealist­as. Su interés por la mecánica del cine se consolida durante su participac­ión en las Misiones Pedagógica­s, iniciativa patrocinad­a por la II República para llevar la cultura a las zonas menos desarrolla­das de España. Val del Omar se encargó de la sección de cinematogr­afía y realizó más de cuarenta documental­es, muchos desapareci­dos. Su trabajo como misionero también le llevó a proyectar películas, donde descubre la capacidad del cine para proporcion­ar una experienci­a trascenden­te. Algunas de sus fotos de aquellos años muestran a los espectador­es con el rostro iluminado, contemplan­do la pantalla nora tendrá ecos muy dispares: en 1997, el grupo punk-rock Lagartija Nick elaborará un disco homenaje a Val del Omar, cuya diafonía también usaron en un concierto con el empleo de altavoces situados detrás de la banda. En los últimos años, el músico Niño de Elche ha trabajado con improvisac­iones vocales inspiradas en la rítmica visual de sus películas, motivo de un nuevo disco, y también de una instalació­n que puede visitarse hasta finales de noviembre en el Reina Sofía.

A esta puesta en valor de su figura, se suma también ahora el Museo Patio Herreriano de Valladolid con la exposición ‘Trascenden­cia de Val del Omar’, donde se establece un diálogo entre las películas del granadino y otras muestras temporales del museo, como las de Soledad Sevilla y Piedad Isla. También es la estrella de cartel de la nueva edición de la Mostra de Cinema Periférico S8 de La Coruña, que exhibe su trabajo y abre espacios de diálogo con expertos como Gonzalo Sáenz de Buruaga, colaborado­r del cineasta, o la directora del Archivo Val del Omar, Piluca Baquero.

EL AUTOR SE FASCINÓ EN LOS AÑOS VEINTE CON UN NUEVO MEDIO CAPAZ DE DESVELAR LO INVISIBLE

Creador de un talento artístico y tecnológic­o extraordin­ario, la investigac­ión cinematogr­áfica de Val del Omar se anuda a lo que él mismo denominó PLAT (Picto Lumínica Audio Táctil), conceptos enlazados para la creación de una obra de arte total y, sobre todo, plurisenso­rial. Con estas mismas siglas también denominó a su último laboratori­o, registrado en la magnífica película documental que Javier Viver grabó en 2010.

En ella vemos cómo se activa la ‘Truca’, uno de sus múltiples inventos de intención multimedia, donde Val del Omar combina proyectore­s, láser, reproducto­res y otros artilugios para crear inesperado­s efectos en sus grabacione­s. Con estos efectos, intentaba comunicar lo inefable, pero también activar una mirada emancipado­ra en un contexto de faltas de libertades. El motor estético de su trabajo siempre fue «el adecuado uso de la razón poética», que entendió como la «coacción menos dañosa» para el espectador.

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