PECADOS CAPITALES Y VIRTUDES BERLANGUIANAS
Luis García Berlanga nació el 12 de junio de 1921 en Valencia. Celebramos el centenario de uno de nuestros más grandes directores de cine. Retrato social y moral de España
des y pliegues. Todo está ahí para quien quiera verlo, en cualquier secuencia de ‘Plácido’, de ‘El verdugo’, de ‘Bienvenido, Mr. Marshall’, de ‘La escopeta Nacional’…, y en ese todo se incluye, naturalmente, su propio tiempo pero también el nuestro, el de hoy, cuando aún esperamos a que llegue Mr. Marshall con su plan y nos desesperamos ante los despojos de la vaquilla muerta en la tierra de nadie que separa los dos frentes de guerra.
Aparte de él, del personaje Berlanga, del fondo de sus películas han saltado otros realmente inolvidables, como el Don Pablo de ‘Bienvenido…’, ese alcalde taimado y sordo de Villar del Río, que interpretaba José Isbert y que decía aquello de «como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación…, y como os debo una explicación, os la voy a pagar». Como en la mayoría de películas de Berlanga, que son esencialmente corales, sus personajes clave tienen la misión hercúlea de imponerse al coro, de sobresalir entre «la gente», cosa que logran, por ejemplo, Plácido (Cassen) y Quintanilla (López Vázquez) en ese terrible cuento navideño con pobres a la mesa, motocarro por pagar y caridad, mezquindad, avaricia y gula empujándose por hacerse un hueco en la pantalla. O que logra, del mismo modo, el profesor Hamilton de ‘Calabuch’, cuya sapiencia y bonhomía hace explotar a su alrededor todos los fuegos artificiales del firmamento berlanguiano, y con el hallazgo de esa pareja, toro y torero, que se hacen los pueblos al estilo de cómicos de la legua.
Quizá sus personajes más afilados, mejor dibujados entre lo enternecedor y lo despiadado, sean los de ‘El verdugo’, un empleado de funeraria, un verdugo de profesión y la hija casadera (el trío Manfredi, Isbert y Penella) tiznados de fatalismo y de un humor negro, de un humor trágico que rompe en la pantalla en momentos de absoluta gracia y truculencia. Ese territorio de humana confusión (no perversa, no estomagante ni astuta) entre las víctimas y los verdugos. Hay tanta burla y compasión en la mirada de Berlanga, tanta humanidad y
Puigdemont de toda la vida!.
Pero, ¿y la pereza?, ¿dónde está la pereza en el cine de Berlanga?..., pues lo más cercano a la pereza en el cine de Berlanga era él mismo, que alentó siempre con entusiasmo su fama de perezoso, de persona que se entregaba con enorme prevención y miramiento a sus labores, algo que fomentaba de palabra y desdecía de obra con películas no muy abundantes en número (docena y media), pero sí muy trabajosas y elaboradas donde el plano secuencia acabó obsesionándolo. Tal vez la auténtica pereza de Berlanga residía en su mirada desdeñosa y divertida a asuntos que hoy le supondrían el fusilamiento social, pongamos por caso su alardeada misoginia o su cuchillería mental para convertir en carne picada todo pensamiento encorsetado de ideología; tan libre y, por lo tanto, tan impermeable a cualquier forma de autoridad, como para inventarse el Día Internacional del Preso de Conciencia.
Las películas de Berlanga están escritas en el rostro de sus gigantescos actores principales, como José Isbert o López Vázquez, pero la letra pequeña, las notas a pie de página, la forman el riquísimo sofrito de lo secundario, y no solo está en esos actores gloriosos de adobo cinematográfico, como Manolo Morán, Luis Ciges, Rafaela Aparicio, Manuel Alexandre o Julia Caba Alba, sino muy especialmente en el pespunteado del cuerpo y alma de los personajes secundarios, lo coral, en la vecina, la abuela que vuelve con la compra, en el cuñado, en la parienta, en el de allá al fondo, en la artista y su representante… En esa idea obsesiva de llevarse el plano hasta el final, de no cortarlo porque si parpadeas te lo pierdes.