ABC - Cultural

FRITZ “NOIR”

- JOSÉ LUIS GARCI

ang ya era un artista respetado cuando dejó Alemania huyendo de los nazis. Sus tres famosas ‘emes’ –‘Metrópolis’, ‘Mabuse’ y ‘M’– le fueron abriendo un pasillo de majestad y expectació­n en los Estudios de Hollywood, desde MGM a RKO, de Paramount a Fox. Hoy sabemos que filmó el cine de género más personal que se conoce, que sus films de encargo, westerns, cine bélico, social, melodramas, ‘noir’, son los más íntimos de su filmografí­a, y quizá los mejores. Tenía fama de ser un tipo cruel, insolidari­o y engreído. En realidad, llevaba el monóculo para impresiona­r a sus equipos más que para medir mejor la luz. Una noche primaveral de 1988, mientras cenaba en Le Dôme, mi restaurant­e favorito de Sunset Boulevard, con mi querido Daniel Taradash (a veces también con su mujer, Madeleine); cenando con Dan, decía, le pregunté si Fritz Lang había sido un tipo tan duro. «Sí, era tough, very tough», me contestó, «podía llegar a ser, al mismo tiempo, el más vanidoso y el mejor de los hombres». Mi amigo hizo una pausa, sonrió al recordar algo y agregó: «Era inteligent­e y honrado, y a mí me enseñó a escribir sin olvidar nunca la perspectiv­a de la historia, la totalidad del conjunto, al tiempo que a individual­izar los personajes». Taradash tecleó para Lang el guion de ‘Encubridor­a’ (Rancho Notorious, 1952), el primer «western negro en color» –después seguirán ese camino ‘Johnny Guitar’ y ‘Centauros del desierto’–,

Lobra insólita, en la que se introducía una canción a modo de comentario brechtiano, cuya letra iba haciendo progresar el argumento. Una novedad que Zinnemann utilizaría más adelante en ‘Solo ante el peligro.’ Cuando Taradash recibió el Oscar al mejor guion por ‘De aquí a la eternidad’ (1953), Lang comentó que el éxito de su alumno era, de alguna forma, un reconocimi­ento que la industria le hacía.

No conozco mejor cine negro que el de Lang, no lo hay: ‘M’, ‘Furia’, ‘Solo se vive una vez’ (de ahí salieron ‘El demonio de las armas’, ‘Bonnie and Clyde’, ‘Pierrot, el loco’ o ‘Malas tierras’); ‘La mujer del cuadro’, ‘El ministerio del miedo’, ‘Perversida­d’, ‘House by the River’, ‘Encuentro en la noche’, ‘Los sobornados’, ‘Deseos humanos’ (pocos besos más reales que el de Gloria Grahame y Glenn Ford en el cobertizo); ‘Mientras Nueva York duerme’ (el bar al que acuden los periodista­s de ‘The Centinel’, un decorado, con fotos de boxeadores enmarcados en las paredes, es más real que el Blue Bar del Algonquin, el Long Bar del Raffles, el Cipriani de la 5ª Avenida, incluso que el Boadas pegado a las Ramblas; tomarme allí un Dry Martini, o dos, con Ida Lupino, habría sido el mejor trago de mi vida); ‘Gardenia azul’, ‘Más allá de la duda’… Mundos hostiles, ciudades amenazante­s, a la defensiva; personas acosadas por fuerzas siniestras (la huella del nazismo); un destino que te atrapa y te impide huir, que te lleva al abismo; la maldad como alimento espiritual. Historias dominadas por la desesperac­ión, el miedo, la soledad o el engaño. Películas cuyos personajes sufren, descolocad­os, la segunda gran posguerra del siglo XX, y apenas sonríen. Todos, ellas y ellos, parece que van siempre en ropa interior, son prisionero­s del deseo, del dinero, de la ansiedad, del destino; cine nocturno, ideal para que salga a la sombra nuestro lado más oculto. Quiero decir que Fritz Lang es el ‘noir’. Sus encuadres –estudió arquitectu­ra, no olvidemos–, van desde Gropius a Mondrian y desde Sullivan a Mies.

Repito: Fritz Lang es el corazón del ‘film noir’. (No me extraña que a Buñuel, aquella mañana de abril de 1972 en que, por fin, iba a conocer al hombre que cambió su vida –tras el impacto que le supuso ver ‘Las tres luces’–; no es raro, decía, que a don Luis le temblaran las piernas cuando tocó el timbre del bungaló de Lang en Beverly Hills. Fritz, 81; nada más abrir la puerta, abrazó y sujetó con fuerza a su estremecid­o colega).

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