«CADA VEZ SOY MÁS CONSCIENTE DE MIS LIMITACIONES COMO PERSONA»
Planta, el programa con el que la Fundación Sorigué apoya el coleccionismo empresarial, crece con una instalación permanente de la japonesa Chiharu Shiota, la primera en Europa
o es Planta, el programa con el que la Fundación Sorigué convierte espacios en desuso de esta compañía constructora en el complejo industrial de La Plana del Corb (Lleida) en sede de ‘site-specifics’ encargados a artistas de primer nivel, un proyecto fácil. Para que se hagan una idea, Juan Muñoz y su ‘Double Bind’, Anself Kiefer o Bill Viola se encuentran entre los elegidos hasta ahora. Tampoco lo es Chiharu Shiota (1972), una autora muy introspectiva (cuesta arrancarle una palabra), obsesionada con la memoria. Ella, también William Kentridge, son los últimos invitados a este festín artístico que da un golpe de efecto al concepto de coleccionismo empresarial. La japonesa (que, paralelamente, acaba de instalar en el Salón de los Espejos del Liceo ‘Last Hope’, inspirada en Schubert), reactualiza ‘In the Beginning Was...’, pieza central de otra expo en Sorigué en 2015, primera instalación permanente de su autora, con el permiso de la obra con la que representó a su país en la Bienal de Venecia 2015, hoy en Tasmania. —Me resulta curioso que opte por una cita de la Biblia, sus primeras palabras, para titular su instalación en Planta. —La pieza se llama ‘In the Beginnig Was...’, y me gusta resaltar lo de los puntos suspensivos del título, porque ese ‘en un principio’ se puede referir a cualquier cosa. Puede ser Dios, o puede ser la luz, pero también la piedra que empleo como material; la Naturaleza o el sol. Nadie sabe qué hubo al principio. —La instalación de Lérida queda conectada con la muestra homónima que realizó en la Sorigué en 2015. ¿En qué consistió ese proyecto?
—Ya entonces sabía que quería realizar un trabajo sobre la conexión entre los seres humanos. ‘In the Beginnig Was...’ conecta mi universo con el de otras personas. En ese mismo año de 2015 me diagnosticaron un cáncer. Eso ha hecho que desde entonces le dé muchas vueltas a la idea de dónde irá
Nmi alma, mis pensamientos, cuando muera. —Es imposible que, atravesada su biografía por la enfermedad, esta pieza tenga el mismo sentido para usted. —Tiene razón. En 2015, lo que yo quería era hacer una obra buena. Ahora, en 2021, me concentro más en mi propio ecosistema. Cargo más las tintas en mí misma. Soy más consciente de mis limitaciones, siendo como soy una persona que con su trabajo habla de la persistencia y la existencia. Ya me siento recuperada, pero he de decir que, estando enferma, sentía cómo mi alma, de alguna manera, me abandonaba. —Está habituada a trabajar con el objeto encontrado, pero aquí el punto de partida es un sonido. ¿A dónde la llevó? —Fue lo que más me llamó la atención la primera vez que visité esta gravera: el sonido de la piedra al caer desde las cintas transportadoras. Me hizo pensar en ‘un comienzo’, como el que marca la Biblia. Y eso nos remite a la piedra, un material contundente. Yo ya había trabajado con la tierra, como en la serie que la Fundación muestra también ahora. Se puede pensar que las piedras no tienen memoria. Yo no lo veo así. —El hilo sigue siendo una constante en sus instalaciones, que nos remite inevitablemente a Louise Bourgeois, un referente para usted. ¿De qué son metáfora sus telarañas?
—Me gusta subrayar lo que nos conecta, y los hilos me sirven para marcar esas conexiones. Aunque no seamos conscientes, todos estamos conectados de forma invisible. Mis hilos marcan esas líneas no visibles. Además me permiten dibujar o pintar en el espacio.
—La piedra, ¿acerca esta propuesta más a lo escultórico? —Los hilos por sí mismos no funcionarían en las obras. Necesito incluir elementos, ya sean llaves, cartas, piedras en este caso, para reforzar esa idea de conexión. Esos objetos son metáfora de los recuerdos que nos unen. La intención es que el resultado inspire cierta idea del universo. Pero es que, además, si no empleara objetos, la obra quedaría reducida a una lectura en clave de ‘arte textil’ que no me interesa. Y la piedra remite a cómo todo está hecho con los mismos materiales. Si miras un ser humano a través de un microscopio, sus células, sus átomos, contienen los minerales de la Naturaleza. —¿Es precisa la implicación personal sobre lo que habla? —No puedo evitar implicarme en todo lo que hago, aunque en principio no me sea cercano. De hecho, tras las sesiones de quimio, es algo que necesito aún más. Mientras estuve convaleciente, coloqué mis tratamientos en cajas, las dispuse sobre mi cama y las iluminé con luces parpadeantes. Eso me hizo tomar consciencia de que ese no era mi cuerpo, que yo no estaba ahí, pero también de que era parte activa de un proceso. Necesito este tipo de ejercicios... —Hablemos de los colores. Aquí vuelve al negro... —Para mí, el negro es el color del universo, del cosmos. Y las piedras que introduzco en la instalación serían las estrellas. Hay quien ha visto aquí un refugio,
Material recurrente «Los hilos marcan las líneas invisibles que nos unen. Me permiten dibujar en el espacio»
un nido, un laberinto. Para mí es un sistema neuronal. Me gusta usar el rojo cuando lo que busco poner en conexión es a personas, sus objetos. —Esta será su primera instalación permanente en Europa. ¿Están sus obras pensadas para durar?
—Pongo todas mis energías en mis obras. Y vuelco parte de mi vida en ellas. Sin duda, me expongo en ellas. Y cuando muera, me gustaría ser recordada. El trabajo juega a mi favor en ese sentido.
—Afirma que su trabajo versa sobre las ausencias. ¿Cómo ha vivido la pandemia, que nos ha obligado a separarnos? —Prefiero hacer una lectura positiva de la situación. A mí, el parón me sirvió para bajar el ritmo y para estar cerca de los míos. Me ha ayudado a pasar seis meses con ellos.
—Todo ese trabajo en torno a la enfermedad, ¿tiene intención de mostrarlo?
—Creo que es demasiado pronto. Lo veo todo muy ‘cercano’, pero no me cierro. Quizás bastará con algo de tiempo para madurar una idea. —¿Quizás en Madrid, su galería aquí?
—Quizás...