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«Desde muy joven supe que iba a tener una vida única e interesant­e»

Tras un año sin conciertos, Rufus Wainwright comienza el 7 de julio en España una larga gira por Europa y América que le llevará a presentar, él solo con su piano y hasta finales de 2022, el disco que publicó durante el confinamie­nto: ‘Unfollow The Rules’

- ISRAEL VIANA

i uno echa un vistazo a la hemeroteca y lee algunas de las entrevista­s que Rufus Wainwright (Nueva York, 1973) ha hecho en las últimas dos décadas, da la sensación de que hay cosas que solo le pasan a él. Como aquel viaje por las Maldivas y Vietnam a bordo del superyate del cofundador de Microsoft, Paul Allen, que le animó a mudarse al exclusivo y pintoresco barrio de Laurel Canyon, en Los Ángeles, desde donde contesta a la llamada de ABC Cultural. «Aquí es muy temprano y nos acabamos de despertar, advierto, pero intentaré contestar bien a tus preguntas, no te preocupes. Me suelo divertir con las entrevista­s, aunque a veces se conviertan en conversaci­ones tipo y tenga que fingir que disfruto. Soy un experto en eso», comenta entre risas, antes de entrar en los detalles de aquel crucero de 2016 con su habitual tono disfrutón.

Recuerda que allí estaban Stevie Wonder y Quincy Jones hablando tranquilam­ente en la proa del barco, mientras Quentin Tarantino y Jeff Goldblum se mezclaban con un montón de genios de la ciencia, incluido el tipo que descubrió el genoma humano, Francis Collins, Premio Príncipe de Asturias 2001. Él mismo terminó improvisan­do versiones de Nirvana, continúa, junto al bajista Krist Novoselic, tras confesarle que nunca le habían gustado las canciones de su grupo, a pesar de haber cambiado la industria musical mundial en la primera mitad de la década de los 90. «Era verdad, en aquella época me obsesioné tanto con la ópera que el grunge no me enganchó. Recuerdo que me gustaba mucho Sonic Youth y un poco los Pixies. Eran las dos únicas bandas ruidosas que escuchaba. Bueno, aún escucho a Sonic Youth y conozco muy bien a su bajista, Kim Gordon. Hemos te

Snido alguna que otra resaca juntos en Los Ángeles», reconoce. Después de tan singular e improbable ‘jam’, Wainwright se fue a charlar con su amiga Chrissie Hynde. Y allí, entre cócteles, la famosa cantante de los Pretenders le dio el consejo que provocó el último giro de su vida. «Chrissie es una conversado­ra brutal —apunta—. Una de las personas más honestas y directas que conozco. Por eso, cuando le conté que Jön [Weisbrodt, su marido] y yo estábamos pensando en dejar Nueva York y mudarnos a otro sitio, me soltó de repente: ‘¡Déjate de excusas! Tu hija está en Los Ángeles, no tienes más opciones. Tienes que irte a vivir allí y estar cerca de ella, así que… ¡Venga!’. Y fue realmente el mejor consejo que me pudo dar, porque llevamos aquí cinco años y estamos viviendo un sueño».

Desde allí contesta al teléfono Wainwright, en el hogar que su esposo y él construyer­on en aquel barrio que se hizo famoso por acoger, en los años 60 y 70, a toda una generación de músicos jóvenes que se convirtier­on en leyendas. Por allí pasearon sus resacas Jim Morrison, Frank Zappa, Brian Wilson, Gram Parsons, Eric Clapton y los componente­s de Fleetwood Mac y The Mamas & The Papas. Sus calles fueron testigo, también, de la expulsión de David Crosby de The Byrds y de la salida de Neil Young de Buffalo Springfiel­d. «Nosotros, de hecho, somos muy amigos de Joni Mitchel, cuya casa está cerca de la nuestra», cuenta sobre la última supervivie­nte de aquel antiguo y célebre vecindario, a la que ha dedicado precisamen­te ‘Damsel in Distress’, el segundo sencillo de su último disco, ‘Unfollow The Rules’ (BMG, 2020). «Una canción que habla de cuando cumples cuarenta y muchos y algunas de tus viejas amistades se vuelen ven problemáti­cas, pero otras mucho más ricas y profundas», explica.

¿Y desde pequeño quiso ser una de esas estrellas con las que parece haberse relacionad­o siempre? «Bueno, si echo un vistazo a mi pasado, lo que veo es un chico muy joven que ficha por una gran multinacio­nal como Dreamworks [propiedad de Steven Spielberg], que se gasta más de un millón de dólares en producir su primer disco y que, efectivame­nte, soñaba con convertirs­e en una de esas figuras que siempre tuve a mi alrededor», responde, en referencia a su infancia, que transcurri­ó de gira en gira con The McGarrigle Sisters, el grupo de su madre, su hermana Martha y su tía Ann, y la época en la que actuó, cantó y compuso para películas como ‘Tommy Tricker and the Stamp Traveller’, con tan solo 14 años. Hasta que a los 25 fue escogido artista del año en la revista ‘Rolling Stone’.

«Sinceramen­te, no creo que haya nadie en el negocio de la música que, cuando es joven, no quiera convertirs­e en una gran estrella. Es más, yo creo que esa actitud y esas ansias me ayudaron mucho al inicio de mi carrera, cuando ese deseo estaba más presente», insiste Wainwright, que pocas son las malas críticas que ha recibido en sus 10 álbumes de estudio, sus tres directos, sus dos óperas y las 17 bandas sonoras en las que ha participad­o, con título como ‘Brokeback Mountain’, ‘Moulin Rouge’, ‘El aviador’, ‘El diario de Bridget Jones’, ‘Zoolander’ y ‘Shrek’.

«Desde muy joven supe que iba a tener una vida única y muy interesant­e, porque en mi familia existe esa tradición de convertirn­os en una especie de trovadores que van por ahí contando todos sus sueños, sus victorias y sus fracasos sobre un escenario. Es cierto que,

EL BARRIO QUE ACOGE A TODAS LAS ESTRELLAS

Cuando Rufus Wainwright decidió mudarse a Los Ángeles para estar cerca de su hija Viva, tras el consejo que le dio Chrissie Hynde durante un viaje en yate por Vietnam, tuvo claro que su casa debía estar en Laurel Cano. Hablamos del barrio que, entre 1965 y 1975, se convirtió en el refugio de Jim Morrison, The Eagles, Frank Zappa, The Mamas & The Papas, Beach Boys, Eric Clapton, Carole King o su «gran amiga» Joni Mitchell, entre otros nombres ilustres de la música.

Esta última es vecina de Wainwright y su marido, Jörn Weisbrodt, que se resiste a abandonar aquella zona boscosa cerca de la bulliciosa Sunset Strip, que hace medio siglo fue poblada por un montón de chavales que cambiaron sus trajes y sus corbatas al estilo Beatles, para convertirs­e en barbudas estrellas del rock tan aficionada­s a la música como al LSD.

«Es cierto que aquí siempre ha habido ese tipo de energía especial. Todavía hoy es fácil encontrars­e a las estrellas caminando por sus calles y hablar con ellas tranquilam­ente», asegura el compositor sobre este vecindario mítico que no ha dejado de crecer desde que él se trasladó allí en 2015. ocasiones, he ido demasiado lejos en lo que a esa transparen­cia se refiere y me he metido en problemas, incluso, con mi propia familia, pero creo que mis seguidores quieren esas aventuras, así que no puedo cambiar. Ten en cuenta que son ellos quienes pagan la entrada de mis conciertos y mi hipoteca», asegura convencido. «De todas formas, mis padres también eran músicos, al igual que mi hermana, y nunca nos hemos puesto líneas rojas con respecto a lo que podemos contar y no encima del escenario», añade, justo en el momento en el que la voz de la pequeña Viva se cuela de

fondo en la llamada, mientras juega ajena a todo.

Nació hace 10 años, poco después de que su amiga Lorca, la hija de Leonard Cohen, le comentara al compositor de ‘Poses’ (DreamWorks, 2001) y ‘Release the Stars’ (Geffen, 2007) que quería ser madre y que si le ayudaba en esa aventura. Este aceptó, mediante inseminaci­ón artificial, más por el deseo de complacer a su propia madre, la cantante de folk Kate McGarrigle, que según reveló el propio Wainwright en varias entrevista­s, su condición gay nunca le agradó del todo porque quería convertirs­e en abuela. Sin embargo, en 2010, poco antes del parto, falleció sin haber conocido a su nieta. Aquello hundió a Wainwright, que compuso todo un álbum en su honor: ‘All Days Are Nights: Songs for Lulu’ (Polydor).

«Nunca tuve miedo de ser padre, la verdad. Cuando Lorca me lo planteó, acepté encantado e hicimos que sucediera. Y tengo que decir que ambos estamos viviendo un viaje precioso. Es curioso que, al ser nieta de Leonard Cohen e hija mía, todo el mundo de por hecho que Viva se dedicará también a la música, pero lo cierto es que no tengo ni

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No creo que haya nadie en el negocio de la música que, cuando es joven, no quiera convertirs­e en una gran estrella»

Lorca Cohen

idea. Dependerá de su voluntad, ya sabes. No creo en eso de forzar a los hijos a que se dediquen a algo en concreto. Si me preguntas ahora, de hecho, apostaría a que será abogada, porque sabe perfectame­nte cómo romper las reglas», subraya entre risas, mientras disfruta de sus últimos días con ella, antes de embarcarse, tras más de un año alejado de los escenarios por la pandemia del covid, en una gran gira por Europa y América que le tendrá ocupado hasta finales de 2022. El 7 de julio estará actuando en Madrid (Noches del Botánico), el 20 en Cartagena (La Mar de Músicas) y el 24 en Peralada (Festival Castell de Peralada).

Cerca de cuarenta conciertos por todo el planeta, muchos ya con todas las entradas vendidas, que no le impiden repetir en varias ocasiones, durante la entrevista, que nunca se ha convertido realmente en «una gran estrella mundial» y que tampoco ha ganado mucho dinero con la música. «Además, creo que ya nunca se van a vender discos como antes, pero nunca estuve preocupado por eso. ¡Estoy bien! Gano lo suficiente con los conciertos como para vivir. Si hubiera querido hacerme rico de verdad me habría hecho banquero, te lo aseguro», concluye.

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TONY HAUSER

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