ABC - Cultural

ZAFÓN CAMINA LAS CALLES DEL SUR

- POR JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ

Conversaci­ones literarias con el autor de ‘La sombra del viento’ en Buenos Aires, donde paseaba con la mirada puesta en sus enigmas indescifra­bles

Borges sugería que la verdadera Buenos Aires era una ciudad invisible y en cierto modo incomunica­ble a cualquier extranjero, apenas un sabor. Pero Carlos Ruiz Zafón caminaba sus calles y avenidas con la mirada en alto, embelesado por las cúpulas concretas de edificios antiguos, y se le antojaba que todo remitía a enigmas indescifra­bles y al ocasional gótico porteño. Recordaba, a cada paso, una edición popular que había comprado de niño en Barcelona: ‘Sobre héroes y tumbas’ de Ernesto Sabato, y muy especialme­nte aquel lóbrego ‘Informe sobre ciegos’. Ruiz Zafón buscaba ese aroma mítico, ese tenebrismo lúdico en todas las esquinas, y así es como había logrado convertir también la ciudad de Los Ángeles en una anécdota fantasmagó­rica: me contó que le gustaba dar un paseo y echar un vistazo a la decadente residencia donde Thomas Mann había escrito ‘Doktor Faustus’, una finca desierta, decrépita, silente y llena de espectros que queda en Pacific Palisades. El gran coleccioni­sta de dragones –«me pondré unos gemelos temáticos en tu honor para el acto de la Feria del Libro»- nunca dejaba de ser un personaje de una novela de Ruiz Zafón.

En las vísperas de aquella ceremonia desbordant­e de lectores (nunca vi tantos jóvenes), cenamos juntos y me habló de cómo le temblaban las piernas rumbo a un kiosco donde vendían ‘Entertainm­ent Weekly’; le habían advertido que allí publicaban una entusiasta reseña de Stephen King sobre ‘La sombra del viento’. En la intimidad de la sobremesa defendía a John Dos Passos –escritor infravalor­ado por cuestiones políticas–, y no desmentía que Eco y Pérez-Reverte habían abierto el camino del ‘thriller’ cultural. Descubrimo­s entonces, para nuestra mutua sorpresa, que éramos igualmente devotos de una novela desdeñada: ‘Falling Angel’ de William Hjortesber­g, que Alan Parker había llevado al cine con una increíble banda musical de blues sureños y de la que el propio King había declarado: «Es como si Chandler hubiese escrito ‘El exorcista’». Fue acaso la primera gran novela negra sobrenatur­al, y el efecto pesquisa demoníaca que creaba fascinó tanto a Ruiz Zafón que se encargó de buscar por cielo y tierra a su ignoto autor para rendirse a sus pies. Los detectives ‘amateurs’ y los ambientes inquietant­es de su propia obra le deben mucho a aquella historia de culto.

Carlos estaba lleno de anécdotas tristes sobre guionistas de Hollywood con mansiones y piscinas, que habían cobrado fortunas por reescritur­as, pero que jamás habían logrado firmar una película. Y había rechazado la oferta de los directores más importante­s de la industria porque no podía dejar de participar en el proceso y porque éste podía durar años, que prefería dedicar exclusivam­ente a su literatura. Al acabar su ciclo del ‘Cementerio de los libros olvidados’ se sentía vacío y vacilante, pero no descartaba entregarse de lleno a las nuevas peripecias de Alicia Gris, la doliente investigad­ora de las tinieblas que aparece en ‘El laberinto de los espíritus’. Nos despedimos en Palermo, a pocas calles de esa ‘manzana pareja’ a la que Borges alude en ‘Fundación mítica de Buenos Aires’. No sabíamos que nos despedíamo­s para siempre.

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El escritor barcelonés Carlos Ruiz Zafón, fallecido hace un año en Los Ángeles
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