Cien años invertebrada
La primera edición de ‘España invertebrada’ se publicó, como libro, en mayo de 1922, de acuerdo a la exhaustiva investigación realizada por Francisco José Martín, en su edición de la obra (Biblioteca Nueva, 2002), aún cuando figurara, en esa primera edición, 1921 en su portada y, en la cubierta, 1922. Así fue recogido, también, en la edición definitiva de las ‘Obras completas del filósofo’, publicadas por Taurus-Fundación José Ortega y Gasset. El asunto, más allá de la peripecia textual, refleja ese hacer orteguiano, pues los distintos capítulos que componen el volumen fueron apareciendo en el diario ‘El Sol’, en dos series, entre el 16 de diciembre de 1920 y el 5 de abril de 1922. Hoy, esas dos partes llevan los títulos de ‘Particularismos y acción directa’ y ‘La ausencia de los mejores’. A «esta cosa enorme que llamamos España» se enfrenta la «pululación de mil cantones». Ortega reflexiona sobre la Historia, y el presente, de España en esa década de los años veinte,
ante el fenómeno y la irrupción de los separatismos periféricos y lo que vendrá. Amenazado el «proyecto de vida en común» que es el ser de la nación por «unos cuantos hombres, movidos por codicias económicas, por soberbias personales, por envidias más o menos privadas, van ejecutando deliberadamente esta faena de despedazamiento nacional». Explica las razones del porqué del separatismo («movimientos de secesión étnica y territorial») en el origen: los particularismos y la fragmentación. Subraya cómo «la esencia de los particularismos es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y, en consecuencia, deja de compartir los sentimientos de los demás». Pero las consecuencias son de mayor calado. Y ahí se dirige la segunda serie: ‘La ausencia de los mejores’. Es decir, la responsabilidad de las élites, no solo políticas, en la construcción y reforzamiento de un Estado. El abandono, la búsqueda egotista de lo que uno de los más brillantes discípulos orteguianos, el antropólogo Julio Caro Baroja, denominó «la covachuela» bajo el cobijo del Estado. Una sociedad que reniega de los mejores y estos que se alejan de tal sociedad a la que debieran servir. Una ecuación aterradora. Como así fue. Para Ortega, uno de los vértices de tal situación se encuentra en la necesidad de mostrar, invitar, seducir, encontrar un proyecto de nación que sume y no reste, una clara invocación a indicar qué se quiere, y requiere, qué se entiende y qué se cuenta, de cómo deben actuar las élites en la dirección de la sociedad. Indicar un programa, fijar una actuación. Las élites de entonces no estuvieron a la altura de las circunstancias. Sin embargo, hubo un momento, en la zigzagueante Historia española, en que sí supieron cuál era su lugar y responsabilidad: la Transición vivida tras la muerte del dictador. Y así esta sociedad vivió cerca de cuatro décadas de progreso. Una etapa verdaderamente democrática, que, como en otras naciones cercanas, tendría muchas luces y sus inevitables sombras. Sí: al leer cien años después este ensayo uno recuerda el viejo chiste. El conductor de un autobús, al cobrar a los pasajeros les indica: «avancen hacia atrás». No es la primera vez en la Historia no solo de España, también de Europa, que pareciera que se progresa hacia atrás.