«La refundación de España es innecesaria»
Juan Pablo Fusi analiza en ‘Pensar España’ la tradición de pensamiento crítico que los intelectuales inauguraron con el Desastre del 98 y que identificó el país como un problema
Discutida o discutible. Vertebrada o invertebrada. Imperial o provinciana. Gloriosa o decadente. Fallida o fallona, como la selección de fútbol… La nación española bascula, como no podía ser de otra forma en un país de gigantes o molinos, entre los extremos y las paradojas. El historiador Juan Pablo Fusi (Donosti, 1945) ha dedicado parte de su obra a estudiar la España contemporánea o, más concretamente, a comprender a quienes desde 1898 pensaron la nación como una preocupación, un problema.
En su último libro, ‘Pensar España’ (Arzalia), este miembro de la Real Academia de Historia salta por las tesis de los grandes intelectuales del siglo, por los hitos culturales y por episodios seleccionados para desgranar los achaques sufridos por la nación desde que su cuerpo apareciera flotando a la deriva en las aguas de Cuba. —En 1898 nace España como preocupación. ¿La de Cuba fue una derrota tan desastrosa? —Desastre es la interpretación que desde muy pronto se da en medios intelectuales y periodísticos. España, un poder hegemónico durante dos siglos y que todavía en el XVIII era una gran potencia, comprendió con esta derrota que tenía que renovar el Estado y construir un Estado-nación. Es una nación, usando el término orteguiano, desvertebrada y alejada de la Europa más desarrollada. —Habla de nación atrasada una generación brillante. ¿No es contradictorio?
—En la España de 1900 a 1931 coexisten tres generaciones irrepetibles, la del 98, la del 14 y la del 27, que son la base de nuestra cultura contemporánea. Si se piensa en ellos, uno se pregunta de qué estaban hablando al decir que había un fracaso, pero es que la Historia siempre es compleja y contradictoria. No es un caso tan raro que haya una generación brillante de intelectuales a la vez que hay una catástrofe. La cultura alemana donde se impuso Hitler en unas elecciones era excepcional.
—¿Esta visión tan negra de los intelectuales erosionó la autoestima de los españoles? —Probablemente no. Estas ideas coexistieron con cierto populismo españolista, que se tradujo en manifestaciones bastante tópicas. Si se analiza la literatura taurina, los cuplés, la zarzuela, los sainetes y, más adelante, la cultura deportiva, se entiende que hay otra manera de estar instalado en España. En todo caso, el pensamiento crítico tuvo aspectos positivos, eso que decía Ortega de que hay que decir del revés la Historia española, no ser tan enfático, tan empachoso, sin tanto Viriato ni tanta historia espléndida.
—¿Es un Estado enclenque el responsable de que surjan nacionalismos excluyentes? —Los nacionalismos periféricos no surgieron en España porque hubiera un nacionalismo español fuerte que oprimiera la periferia, sino, al contrario, porque había un estado débil y la vertebración del país como nación había sido limitada y frágil. En la Transición hubo un esfuerzo por crear un estado de autonomías, con una transferencia de poderes extrema a las regiones, en un intento por proceder a la construcción nacional y cultural de un proyecto común. Era esperable que entonces hubiera lealtad constitucional, pero no se produjo. ETA no la mantuvo; el PNV, sí y no; el nacionalismo catalán desde 2010 tampoco. —¿Fueron los nacionalismos el obstáculo para que España desarrollara la democracia? —Los nacionalistas son un problema grande en cuanto introducen una filosofía política que hace de la nación, el pueblo y la tradición el objeto y el sujeto de la política, cuando en un sistema liberal y democrático lo son el individuo y los derechos individuales. Aparte, el nacionalismo es una reacción emocional de masas que introduce factores identitarios en política que lesionan la constitución de un país como sociedad abierta y plural. Muchos de estos nacionalismos no solo abren conflictos entre las regiones y el Estado central, sino también una fractura muy profunda en el interior de ese territorio. Es un elemento muy complicado y distorsionador de la evolución tranquila de la eficacia y buen gobierno. —Para la izquierda, los símbolos y la Historia de España se han convertido hoy en un problema en sí.
—Sí, pero para una parte de la izquierda, porque no es así si nos fuéramos a Juan Prim, un progresista con un profundísimo sentido de España, o al propio Azaña, que decía que era español por los cuatro costados... Es más, durante la Transición, la izquierda antepuso la restauración de la democracia a cualquier otra cuestión y aceptó todos los símbolos de España y la institución monárquica. Lo que
La vigencia de 1978 «La Constitución es una excelente partitura, pero necesita que los músicos no desafinen»
Visiones excluyentes «Los nacionalismos surgieron porque había un Estado débil»
ocurre ahora es una cuestión muy de este gobierno, que ya lo anticipó Zapatero, en su decisión de hacer de forma permanente, no solo con oportunismo electoral, una especie de bloque democrático entre la izquierda y los nacionalismos periféricos. ¿Es eso la izquierda? ¿Y Savater dónde está entonces? ¿Y Leguina? ¿Y Rosa Díez? ¿Es la izquierda o es una minoría que controla el partido socialista?
—Esta izquierda también es responsable de una revisión en términos muy críticos de la Transición. ¿Qué busca? —Supongo que legitimar una refundación de España y el nuevo bloque democrático integrado
por el PSOE y los nacionalismos periféricos. Desde luego, me parece un enorme error histórico. Es incomprensible, desdeñable y despreciable. No encuentro palabras para repudiar cualquier interpretación de ese tipo. La infravaloración de la Transición es todo un disparate, pues se puede analizar muchas cosas sobre los problemas que derivaron de la entrada en Europa, de la Constitución o de la recuperación económica, pero lo que es indudable, y no creo que haya nadie que lo ponga en duda, es que España se transformó de una forma muy rápida en una democracia consolidada. La refundación de España es innecesaria. La Constitución es una excelente partitura, pero necesita que los músicos no desafinen y la interpreten bien.