La intimidad de los silencios
La colombiana Margarita García Robayo reúne en ‘El sonido de las olas’ tres novelas cortas que reflejan la diáspora generacional
Se acaba de publicar en España ‘El sonido de las olas’, un libro que comprende tres novelas cortas de Margarita García Robayo (1980), una escritora colombiana que vive en Buenos Aires, que dirigió la Fundación Tomás Eloy Martínez durante cuatro años, colaboradora de ‘Clarín’ y el diario colombiano ‘El Universal’ y que ha sido galardonada con el prestigioso Premio Casa de las Américas por un libro de relatos, ‘Cosas peores’, en 2014. En ‘Tiempo muerto’ (2017), García Robayo parece haber sintetizado de alguna manera las obsesiones dispersas en sus relatos y novelas cortas, que han hecho de ella una de las voces más significativas de la actual narrativa latinoamericana; vale decir, desarrollar, dar voz a ciertas realidades de la Latinoamérica de hoy que, salvo pequeñas modalidades, se parece sobremanera a la de su correspondiente generación norteamericana o europea: una especie de diáspora que va de un país a otro con esa falsa movilidad que otorga el estar anclado en las concepciones de distinciones nacionales y que sirven de falso apoyo sentimental.
ELLO TRAE CONSIGO no sólo una disolución de las identidades nacionales sino su correspondiente en los lazos familiares, con sus conflictos de clase y raciales. ‘Tiempo muerto’, en este sentido y a través de la disolución de la pareja formada por Pablo y Lucía cuando a éste le da un ataque al corazón en una playa, resulta paradigmática de esta realidad. Pero por otra parte resulta significativa de la temática espacial que ha dado fama como narradora a García Robayo, esa incidencia en los detalles nimios y tiempos muertos que a la larga forman una montaña que produce la crisis y que muchos toman como cosa inesperada cuando en realidad sucedía que éramos ciegos a sus señales.
LA PROSA DE GARCÍA ROBAYO ES PRECISA, lacerante y comienza siempre con una anécdota sin aparente relevancia, como sucede en ‘Hasta que pase el huracán’, primera de estas novelas cortas, y que poco a poco, con un ritmo lento pero que no admite demoras nos introduce en un mundo del que no queríamos saber en qué termina, porque en realidad casi todos finalizan de manera similar, sino hasta dónde nos iba a llevar. Esa fascinación que produce esta prosa es difícil de definir pero no de precisar en el momento en que se otorga, pues no tiene que ver con los sentimientos que ocultamos sino con los que no vemos, aquello que no se dice: «El sol entraba por las ramas y hacía sombras raras en el suelo: avanzaban en la tierra dibujando un laberinto que seguí con los ojos hasta el fondo del patio...». Esta prosa donde se llega a decir que el cielo todavía no estaba estrellado pero el suelo estaba lleno de luciérnagas pertenece a un espíritu que debe mucho al modo de mirar de Vir- ginia Woolf, en especial en ‘Al faro’ y ‘Las olas’. Hay que felicitarse por ello.