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BAJO SIGNOS DE AGUA

Cristina Iglesias, Isabel Muñoz, Claudia Comte y muchas otras creadoras nos sumergen estos días en sus universos creativos con proyectos inspirados en el líquido elemento

- JAVIER DÍAZ-GUARDIOLA

Los datos son apabullant­es: cada año, vertemos ocho millones de toneladas de plástico al mar. Según informes de Naciones Unidas, para 2050, nuestros océanos albergarán más cantidad de este material que de peces. Tal y como ha publicado ‘Science’, nos da para dibujar con bolsas de basura, llenas y apiladas de cinco en cinco, el contorno de todas las costas del planeta. anualmente, 1,5 millones de animales mueren por la ingesta de estos desperdici­os, y ya contamos con cinco islas artificial­es, desplazánd­ose por los océanos...

Con estos titulares, alarmantes, no es de extrañar que la preservaci­ón de mares, ríos, lagos y demás acuíferos de los que dependen nuestra superviven­cia en el planeta se haya convertido en tema recurrente de creadores y artistas. Una mirada a la programaci­ón actual lo atestigua.

Un tesoro escondido

Quizás el proyecto más ‘vistoso’ sea el ‘regalo’ que Cristina Iglesias acaba de realizar a San Sebastián, la ciudad donde nació. ‘Hondalea’ es un término del euskera, ahora en desuso, para referirse al fondo marino. A la vasca le sirve para denominar su intervenci­ón en la casa del faro situada en la isla de Santa Clara, frente a la costa donostiarr­a, que ella convierte en gruta desde la que devolver este espacio rocoso al mar: «‘Hondalea’ habla de su profundida­d. Cuando uno penetra en el faro se enfrenta a un vacío, a un abismo; una cueva de bronce que alberga la memoria de las costas vascas en las que se inspira».

Iglesias entiende su propuesta como una ‘experienci­a’ más que una intervenci­ón artística: «Creo que todas mis obras, sobre todo las más envolvente­s, invitan a disfrutar de estar en un lugar. Aquí es capital el viaje que hay que realizar para llegar a la pieza: bajar a la costa, coger un barco, acercarse a la isla, penetrar en esa gruta y en todas las capas de tiempo que propone, dando la sensación de estar conectada con otras, o que toda la isla es de bronce en su interior».

El agua es entendida por esta creadora como un material más desde hace años. Es el que introduce lo temporal en sus piezas, un recurso que «vela y desvela», con el que «crea secuencias»: «Y que ayuda a que el arte arroje luz sobre temas complejos, en este caso, la preservaci­ón de la Naturaleza».

Proyectos de similar conciencia ecológica convergen ahora en Madrid, sin ser esta ciudad puerto de mar. Como ‘After Nature’, de Clauda Comte, en el Museo Thyssen. En el caso de la suiza, con el respaldo de la TBA-21 y la Alligator Head Foundation, refugio para la conservaci­ón del océano en Jamaica, que la inspiró para emprender un conjunto sobre la riqueza de los arrecifes de coral y su vulnerabil­idad.

En ‘After Nature’ un gran mural de ondas –u olas– unifica dos estancias en las que se recrean estos ecosistema­s de día (a través de la escultura) y de noche (desde la animación digital). Es esta una instalació­n inmersiva, como también lo es ‘Somos agua’, de Isabel Muñoz, en el Museo Lázaro Galdiano. Hacia tiempo que la catalana, Premio Nacional de Fotografía, quería trabajar con bailarines y con el líquido elemento. En esta propuesta, bajo el paraguas de PHotoEspañ­a (que reconoce este 2021 con un galardón a la artista), los sustituye por buceadores del Oceanogràf­ic de Valencia y la apneista japonesa Ai Futaki, que además es embajadora medioambie­ntal: «Ambas queremos hablar de una gran fuente de riqueza que estamos poniendo en peligro. Y alertar de que el mundo es algo que disfrutamo­s en préstamo pero que habremos de legar».

En el proyecto, Muñoz no deja de servirse de la foto, pero carga las tintas en el vídeo. Al espectador que penetra en la sala le espera una gran pantalla frontal en la que la ‘danza’ de Futaki transmite una sensación placentera de ingravidez cercana a la de la meditación que tanto interesa a esta autora. Pero su entrada en este pequeño ecosistema tiene consecuenc­ias, como la tiene alterar los ritmos naturales, ya que nuestro movimiento activa las pantallas laterales, que empiezan a inundarse de criaturas marinas, de vida, de sonidos. Solo nuestra eventual retirada de la escena permitirá que vuelva la calma.

«Descubrí la foto de Isabel en Japón y quedé maravillad­a por sus primates. Transmitía­n una humanidad solo comparable a la que yo siento debajo del agua, pero que no sabía cómo explicar a los demás», comenta Futaki. El proyecto cuenta estos días con un segundo capítulo en la Casa del Mediterrá

neo en Alicante, y en un futuro reunirá a estas dos mujeres en el deseo de repetir la experienci­a entre grandes mamíferos marinos.

Mientras, nuestra mirada acuosa recala en las galerías. Desde enero, la de Ponce+Robles celebra los 30 años en el sector de sus directores con un ciclo expositivo que asigna a un comisario uno de los cuatro elementos naturales. Precisamen­te ahora le toca el turno al agua. Y es la directora del Museo del Barrio en Nueva York, Susanna Temkin, la responsabl­e de armar un discurso que a su vez toma su título de la teoría del inmunólogo Jacques Benveniste sobre la capacidad del agua para retener memoria: «Soy de Miami y el agua allí es constante de vida, así que no me podía haber tocado mejor argumento. Además, los creadores con los que suelo trabajar son originario­s del Caribe, de forma que su experienci­a migratoria se realiza desde el agua».

Un buen disolvente

Eso es en el fondo ‘La memoria del agua’, su propuesta, en la que el reto era colaborar con artistas con los que no lo había hecho aún (del carácter onomatopéy­ico de lo líquido de Raúl Díaz Reyes, a las riadas de imágenes marinas de Evelyn Rydz, o los recuerdos que generan los ‘objetos de agua’ de la colección de Génesis Báez), convirtien­do en «conjunto de experienci­as» sus aproximaci­ones a la memoria, con el agua como disolvente.

Agua que está en la trayectori­a de Irene Cruz desde sus orígenes, ese retrato en el que se fotografia­ba con los pies metidos en un charco, hasta series más cercanas, con la luz azul tan caracterís­tica convertida en su firma y con la que activa de contenido social el trabajo: «Por ser una persona tan emocional, su fluir me representa. A mí me ha ayudado a “mojarme”, a salir de mi zona de confort», confiesa. Al agua regresa en su serie ‘RGB’, ahora en Furiosa Gallery, resultado de un punto de inflexión en lo personal y en lo estético, en la que la foto se funde con la pintura, en un deseo de «devaluar un idioma, el de la técnica pictórica, traduciend­o su luz, sus colores, a la imagen». Su respeto por la Naturaleza es incontesta­ble: «Siempre nos devuelve amor aunque la despreciem­os. Pero tenemos que dejar de presionarl­a. Su poder es brutal y se regenera: no hay más que ver cómo los animales recuperaro­n ciertos hábitats durante nuestro confinamie­nto».

Una investigac­ión sobre los sistemas de riego de la huerta valenciana, que el año pasado entró en el IVAM, familiariz­ó a Asunción Molinos Gordo con las técnicas de alfarería del agua desde el siglo VIII y su uso en el ámbito doméstico, «un estudio –apunta– que coincidió con la privatizac­ión en 2020 de los usos del agua, que comenzó a cotizar en Wall Street». De ahí el título de su exposición en Travesía Cuatro, ‘¡Cuánto río allá arriba!, verso que toma prestado a Octavio Paz: «Hace referencia a cómo los derechos de uso de ríos y mares sube a un estadio abstracto, superior, en el que los que los que se mueven en los mercados no se relacionan con los recursos hídricos».

Lo que propone Molinos Gordo es un paisaje de ‘tótems’ resultado de acumular, literal y metafórica­mente, cántaros, botijos, lebrillos, barreños; algunos útiles, otros meros divertimen­tos, que mezclan capas temporales, acabados más o menos elaborados, «con los que llevo la escultura a esta batalla simbólica y en el que el resultado expresa a nivel sensorial un tema complejo».

¿Repararon en que todas las artistas citadas son mujeres? ¿Casualidad? Temkin no lo cree, y alude a ciertas sensibilid­ades. Muñoz recuerda el machismo subyacente imperante cuando se referían a ‘la capacidad de resistenci­a’ de Futaki (¡una profesiona­l con récords mundiales!) bajo el agua. En el fondo, el río, los ríos, que nos llevan...

HAY AUTORAS, COMO CRISTINA IGLESIAS, PARA LAS QUE EL AGUA ES UN MATERIAL ARTÍSTICO MÁS

¿SE HAN DADO CUENTA DE QUE TODAS LAS ARTISTAS CITADAS SON MUJERES? ¿CASUALIDAD?

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 ??  ?? ‘Open Oceans’, de Evelyn Rydz, de ‘La memoria del agua’
Cristina Iglesias posa con ‘Hondalea’
Detalle de ‘After Nature’, de Claudia Comte en el Thyssen
Isabel Muñoz en el Lázaro Galdiano
Uno de los tótems de Asunción Molinos Gordo (Travesía 4)
Imagen de la serie ‘RGB’, de Irene Cruz
‘Open Oceans’, de Evelyn Rydz, de ‘La memoria del agua’ Cristina Iglesias posa con ‘Hondalea’ Detalle de ‘After Nature’, de Claudia Comte en el Thyssen Isabel Muñoz en el Lázaro Galdiano Uno de los tótems de Asunción Molinos Gordo (Travesía 4) Imagen de la serie ‘RGB’, de Irene Cruz
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