In principio
Somos los humanos muy dados a buscar el origen de todo. La cultura occidental nació de esta necesidad de averiguar de dónde vienen los dioses y las cosas. Muchos niños lo primero que hacen con el juguete nuevo es destriparlo por ver si lleva escondido algún secreto. Buscamos en los comienzos una secreta libertad que no es posible imaginar en los finales. Dado que todos acabamos en la más ciega oscuridad, parece que buscamos algo de luz en los nacimientos.
Ha habido en España una larga estirpe de buscadores que ha hurgado en las minas lingüísticas indagando de qué modo nacieron las palabras. Son los etimologistas y gracias a ellos podemos leer las historias, poemas y mitos de las palabras como si fueran seres humanos.
CONOCIMIENTO UNIVERSAL. El primero fue Isidoro, arzobispo visigodo de Sevilla, cuyas ‘Etimologías’ datan del año 634 poco antes de su muerte. Es el primer etimólogo que tuvimos en España, pero quizás también en el mundo entero. En el origen de las palabras buscaba Isidoro un conocimiento universal pues su tratado expone en veinte libros todo el saber de su tiempo, así que bien puede decirse que es la primera enciclopedia. Sus etimologías siempre iluminan. Del «inventor» dice que es aquel que llega (venire) a lo que está buscando. Sospechamos que se refiere a sí mismo.
El segundo fue Sebastián de Covarrubias cuyo ‘Tesoro de la lengua castellana o española’ (así lo tituló en 1611) es uno de los más geniales estudios de nuestra literatura. Si el primero fue un sabio visigodo, el segundo es un sabio renacentista coetáneo de Cervantes con quien comparte una lengua cristalina, rica y airosa. Su ‘Tesoro’ es un diccionario, pero ya muy preocupado por dar explicaciones de cada palabra por medio del nombre. Él mismo, en la entrada ‘Etymologia’, menciona la gran importancia de conocer el étimo de cada palabra pues en él, dice, «está el ser de la cosa, sus calidades, su uso, su materia, su forma, y de alguna dellas toma nombre».
Ha habido en España una estirpe de buscadores que indagó de qué modo nacieron las palabras
DICCIONARIO CRÍTICO. Y es el tercero un último gran sabio, Joan Corominas, autor del ‘Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana’ que luego fue ampliando hasta el definitivo ‘Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico’ que se editó entre 1980 y 1991.
Con estos tres verdaderos tesoros puede uno ir volando del siglo VII al XX sobre la alfombra mágica del idioma como las ardillas de árbol en árbol antes de que se inventara la marina de guerra.