EN NOMBRE DE LA VERDAD
Palabras o expresiones poderosísimas, a menudo hermosas, usadas en la mejor literatura, van desvaneciéndose por ser políticamente incorrectas
Alguna vez, en un restaurante en NY, tratando de describir a alguien, dije que se trataba de un oriental, e hice en forma mecánica –y sin duda pueril– el gesto de estirar mis ojos con los dedos índices. Al momento mi acompañante lanzó un gritito espeluznado, miró alrededor para cerciorarse de que nadie me hubiera visto, y, para mi asombro, me explicó que hacer eso era ofensivo; y que, además, no debe decirse orientales sino asiáticos, porque «oriental» presupone falsamente que existe un centro geográfico y cultural y además puede entenderse como «exótico».
Tiene razón Steven Pinker cuando escribe en ‘Tabla rasa’ que vivimos bajo la tiranía de lo políticamente correcto y del eufemismo, que reemplaza compulsivamente términos –que algunos suponen hirientes– por otros que pronto también deberán ser reemplazados, pues vuelven a cargarse peyorativamente. Hoy por hoy, ya lo sabemos, no debe decirse viejo sino adulto mayor, ni inválido, sino persona con discapacidad, ni ciego sino invidente. Palabras o expresiones poderosísimas, a menudo hermosas, usadas en la mejor literatura, van así desvaneciéndose por ser políticamente incorrectas. En muchos casos, es verdad, la corrección política implica significativas conquistas en derechos humanos, pues quiere desterrar, con razón, términos cargados de racismo, clasismo, sexismo, que han sido usados tradicionalmente para insultar, estigmatizar o humillar.
Mucho de cultural hay en eso, por supuesto. En mi país, por ejemplo, negro o negra son términos cariñosos frecuentes en el contexto familiar. Y habría que tener claro que el contexto y el tono son también determinantes del sentido. El problema surge cuando los fundamentalismos llevan lo políticamente correcto al absurdo, y unos cuantos, desde una supuesta superioridad moral, no sólo pontifican sobre lo que es o no correcto, o falso, o verdadero, sino que lapidan y piden la exclusión social o profesional de los «equivocados». Como sabemos, a esa actitud policiva de castigar con el ostracismo al que piensa «incorrectamente» –y de la que Pinker fue víctima no hace mucho– se le ha llamado «cultura de la cancelación».
Para defender la libertad de disentir y enfrentar esta nueva forma de inquisición, que paradójicamente ejercen casi siempre personas que se presentan como progresistas, Jeff McMahan, profesor norteamericano de Filosofía Moral en Oxford, Peter Singer, profesor de Bioética en la Universidad de Princenton, y Francesca Minerva, profesora de Filosofía de la universidad de Ghent, acaban de crear la ‘Revista de Ideas Polémicas’ (‘Journal of Controversial Ideas’). Los artículos tendrán que pasar por varios filtros de calidad, para garantizar que usen una sólida argumentación, y posean originalidad y verdadera naturaleza polémica. Ahora bien: los autores que así lo decidan, porque «corren el riesgo de ser encarcelados, amenazados, hostigados o intimidados», pueden publicar con seudónimo. Algo que entiendo, pero que intranquiliza. Porque es una muestra aterradora de cuán brutal puede llegar a ser, todavía hoy, la violencia ejercida en nombre de la verdad y la razón.