La caza de ballenas con arpones
Doug Bock Clark aborda en ‘Los últimos balleneros’ la fascinante vida de una tribu perdida en una isla indonesia
De entrada, ‘Los últimos balleneros’ tiene todos los elementos que alumbran las mejores crónicas: aborda un tema fascinante, el día a día de una tribu perdida en una isla indonesia que conserva costumbres ancestrales; el trabajo de reporteo, con tres años sobre el terreno, es impecable, y la ejecución, impoluta, bebe de la mejor tradición del periodismo yanqui, esa que combina rigor y ambición narrativa. Tanta perfección abruma, y esto, que muchos quisieran para sí, sobre todo tratándose de un libro de debut, también le resta espontaneidad. Siendo una fórmula tan repetida, uno tiene la sensación de leer siempre el mismo tipo de libro, pero con distintos personajes.
LOS PROTAGONISTAS de Doug Bock Clark, eso sí, son únicos. La tribu de los lamaleranos es una de las pocas sociedades de cazadores-recolectores que aún perviven sin entregarse a la modernidad, más allá del uso de motores en las barcas que usan para cazar ballenas con arpones de bambú. Durante cientos de años la caza de cachalotes ha sido la base de su supervivencia y de su cultura. Matan a unos veinte al año, pese a que últimamente activistas ecologistas han intentado evitarlo. Con su carne se procuran la comida necesaria y, como si fuera una moneda, la intercambian por hortalizas con otras tribus. La de los lamaleranos, como tantas otras que han desaparecido arrasadas por la colonización occidental, se enfrenta a su final, amenazados por la falta de relevos entre sus jóvenes en la caza de ballenas y por los empresarios y activistas que quieren hacerlos cambiar.
BOCK CLARK HACE EN ‘Los últimos balleneros’ todo lo que se le pide a un buen reportero: dar con una realidad singular y desarrollarla con mimo, algo digno de todos los elogios, pero a esa estructura encorsetada a la que me referí más arriba se le une un posicionamiento por la pervivencia la cultura lamalerana. «Las peores formas de la modernidad se antojan una adicción, y quizá las Costumbres de los Antepasados sean un antídoto», escribe el autor, y sobre la conveniencia de los estilos de vida indígenas y modernos, añade: «Es un imperativo ético preservar las culturas tradicionales y, en consecuencia, proteger a los pueblos más vulnerables de la tierra. Hasta el observador menos atento es consciente de que la globalización ha sido un proceso inmensamente injusto, cuyas grandes recompensas han ido a parar a manos de las elites, mientras que amplios sectores de los 370 millones de indígenas de todo el mundo han salido muy malparados». Ni en los trabajos más sobresalientes se libra uno de la moralina, qué cruz. Salirse de los patrones establecidos, en lo formal y en lo moral, es también un requisito del reporterismo.