¿SE PUEDE SER FELIZ EN EL SUFRIMIENTO?
Robert Walser es uno de los más importantes escritores en lengua alemana del siglo XX. Estas páginas recogen algunas de sus reflexiones con prólogo del artista Thomas Hirschhorn
ste es un libro armado con textos de Robert Walser provenientes de diferentes orígenes: inéditos, los menos; y ya editados en otros volúmenes. Estos últimos proceden también de periódicos y revistas que vieron la luz en las tres primeras décadas del siglo pasado. Fundamentalmente durante el período de entreguerras. No sé si son imprescindibles, como dice su editor alemán, Thomas Hirschhorn, pero sí importantes para entender la postura vital de este autor en lengua alemana. En todos ellos, de una manera sutil, reivindica su papel como escritor en un mundo que está cambiando y en el que individuos como él empiezan a estar perdidos.
Él viene de la vida apacible, en medio de la naturaleza, y hace el tránsito hacia la vida agitada y convulsa de la ciudad moderna que ejemplifica en Berlín. Una ciudad que ensalza y en la que se encuentra bien. Lo mismo le pasaba a Kafka. A lo largo de estos artículos que abarcan un período bastante largo, nos muestran a un escritor que empieza ya a tener dudas sobre sí mismo y sobre su labor creadora, y comenzamos a ver indicios de su posterior decisión radical de abandonar por completo la escritura. Pero también cualquier otro tipo de relación social. Esto lo llevará a recluirse en Herisau desde el año 1933 hasta el 1956, cuando falleció en medio de una caminata por la nieve. Walser, finalmente, consciente o no o semiinconsciente, había optado por abandonarse de sí mismo.
El autor de ‘Jakob von Gunten’ o de ‘Los hermanos Tanner’, nos muestra su deriva en estos textos. De la belleza eterna de la naturaleza, pasa a la fealdad creada por el ser humano y los nuevos tiempos de la industrialización. De la paz y tranquilidad del campo se pasa a los tranvías, al ruido, a la velocidad, a las oficinas, los cines, los teatros, los anuncios… ¿cómo sobrevivir a todo esto? ¿Cuál es el papel del artista y el escritor en este nuevo orden mundial? Walser lucha por no ser comido por las máquinas, pero se siente ya un exiliado. Cada vez vamos notando más que lo que lo rodea le crea una sensación de indiferencia. Él pretende desarrollar su trabajo de escritor y poder vivir del mismo. Hay una referencia velada a Rilke y a su aristocrática mecenas femenina. Walser está enamorado del mundo tal fue creado y le disgusta la recreación que el ser humano está haciendo del mismo.
Luchar contra el dolor
El escritor, articulista en este caso, se pregunta: ¿a qué se deberá que los artistas no hallen sosiego nunca? Él dice que sabe las razones, pero que le sería imposible explicarlas. Algo semejante a lo que pensaba Pessoa o Bernardo Soares. Luchar contra el dolor es lo que han hecho, a lo largo de la historia, la mayoría de los artistas y escritores. Y en este sentido la referencia a Van Gogh está muy clara. Un dolor desconocido al resto de los mortales. Y curiosamente nos dice que «el orgullo y el honor consuelan». También en otros textos se refiere al amor, «este tar enamorado y tener que mostrar frío rechazo». El mismo pensamiento de Kafka, Pessoa… La figura de Kleist le fascina. En ‘El Paraíso Alpino’ comenta que también Kleist tuvo que esperar años para ser reconocido. Wilde, Maupassant, Goethe, Cervantes, Brentano, Büchner o Sienkiewicz, son las escasas referencias literarias a las que acude.
El escritor, para Walser, es un cazador, un trampero. Busca la belleza pero muchas veces le sale al paso la fealdad y lo espantoso. Un escritor debe captar lo desconocido y es fuende presagios. Es, también, un servidor de la humanidad y, por ella, muchas veces se sacrifica. El escritor en la vida suele ser una persona «ridícula», una «sombra», alguien al «margen», vive todas las vidas, las sufre y, apenas, las disfruta. Su religión: «colarse con amorosa atención en la forma de ver el mundo». El autor de ‘Berlín y el artista’, se considera una persona minuciosa, con talento, pero sin destreza social, y así lo van invadiendo las decepciones y las dudas sobre sí mismo.
Final de jornada
Berlín es su gran esperanza. Allí nadie está solo, aunque fácilmente se reconocen las soledades por las calles o en los tranvías. Todo el mundo está en acción, pero Walser descubre (se inventa) a Helbling, un trasunto del ‘Bartleby el escribiente’ de Melville. Un oficinista abúlico, desganado. «Aburrirme y darle vueltas a cómo podría interrumpir ese aburrimiento constituye, en el fondo, mi ocupación», dice este personaje que le tiene fobia al trabajo. Y añade, en otro momento: «Lo mejor del día es cuando me pongo el sombrero que es sinónimo
SE RECLUYÓ EN HERISAU EN 1933. ALLÍ FALLECIÓ EN MEDIO DE UNA CAMINATA POR LA NIEVE
DE LA BELLEZA DE LA NATURALEZA PASA A LA FEALDAD CREADA POR EL SER HUMANO Y LA INDUSTRIALIZACIÓN
del final de la jornada».
El fracaso es una de las mayores preocupaciones que se desprenden de estos textos. «Sus piezas en prosa se han traspapelado entre el papeleo. No nos lo tome a mal y envíenos cosas nuevas. Volveremos a perderlas, con lo cual podrá enviarnos cosas nuevas otra vez. Sea diligente y no deje de escribir mucho. No se lleve disgustos gratuitos. En todo caso, lo sentimos por usted», le contestan desde una revista. Él está convencido de su valía y, por eso, escribe que detestará todo homenaje póstumo. Walser, a través de estos escritos dispersos, es más consciente de su vida y de su obra de lo que nos han hecho creer sus hagiógrafos. ¿Se puede ser feliz en el sufrimiento? ¿Cómo sobrevivir al menosprecio? Él se responde a través del recuerdo de Hölderlin: «Tan noble, acabó mal de tanto amar y ser grande y caer después en el silencio». Sí, Walser fue consciente de su fracaso en vida como escritor y, entonces, se dedicó a hacerse el gran personaje de sí mismo.