ENRIQUE CORNEJO O EL TEATRO COMO TEMPLO
Con más de seis mil obras programadas en sus espaldas, el empresario teatral piensa que la cultura «hoy necesita más que nunca que la defiendan»
Tenía 21 años cuando Jaime Fraga, el empresario de los teatros Alcázar y Beatriz, le convirtió en su socio. Aquello le hizo soñar con poder estar un día al frente de su propio teatro. Llegó a tener trece. El vicio se le había metido mientras daba puñetazos en la carpa de don Vicente Gil, en los últimos años cincuenta, con un programa fijo de nueve meses de teatro y tres de boxeo. Huérfano a los 17, salió de Valladolid para probar fortuna. Y aunque en las anillas, como en las paralelas, era un figura, dejó los vestuarios por los camerinos. «Me pegaba, estudiaba y luchaba contra la vida», dice. Casi sesenta años, cuatrocientas obras producidas y seis mil programadas después, Enrique Cornejo es un icono del teatro español.
ADMIRADOR DEL TALENTO. Del teatro y algo más que del teatro. Autores, directores, actores, escenógrafos, iluminadores… pero también cantantes, bailarines, coreógrafos, músicos. «Soy admirador del talento, quizás porque el mío es limitado», dice. Y de todo este torrente talentoso que ha pasado por su vida, a él le gusta hacer cuentas empezando por el principio. Es decir, por la creación. La tarea del creador es algo sublime; «el resto vamos detrás». A don Jacinto Benavente le frecuentó en su tertulia del Café Varela. Y al Teide iba sólo por el gusto de ver escribir a César González Ruano, con su bigote pegado al labio y sus tazas de café una detrás de la otra. Con el paso del tiempo, algunos autores se le metieron muy dentro. Así sus dos Antonios: Gala y Buero Vallejo. ¿Y entre los actores? También dos, elegidos desde la amistad y la admiración. Aquel «volcán» llamado Alberto Closas, que ponía a temblar el mundo allí donde pasaba. Y aquel otro genio «de inmenso caudal» que fue José Luis López Vázquez. Más que palabras.
Con ellos, y con muchos más, Enrique Cornejo ha disfrutado de uno de los mayores placeres que le puede ofrecer la vida: ver un teatro lleno. Sin embargo, quienes le conocen bien saben que los teatros vacíos también le gustan. Que le producen una emoción íntima, secreta. Vacíos no por efecto de las restricciones sanitarias, claro. Pero sí en la memoria de los aplausos que allí se produjeron. O en la espera silenciosa de los que se habrán de producir. Como al Fantasma de la Ópera, a Cornejo no es difícil encontrarle en alguno de sus teatros escuchando música él solo, con las luces de emergencia de la sala por toda iluminación. O celebrando una entrega del Premio de Poesía José Zorrilla con una cena de gala sobre el escenario, con las mesas asomadas al espectáculo de las butacas vacías. Un teatro es siempre un templo de la cultura, dice.
HOMBRE DE CULTURA. Después estar al frente de once salas a lo largo de su carrera, hoy Enrique Cornejo dirige el Muñoz Seca en Madrid, el Zorrilla en Valladolid y El Batel en Cartagena, además de otros espacios concertados. Sin embargo, más que como hombre de teatro le gusta verse como hombre de cultura. Porque la cultura, dice, ocupa uno de los lugares más importantes de la escala de valores de una sociedad. Y porque la cultura, dice además, hoy necesita más que nunca que la defiendan. Cuando ve que los políticos cambian cada cuatro años de política cultural, educativa o de investigación, se lleva las manos a la cabeza.
Tal vez por eso, y por alguna cosa más, fuera del teatro nuestro hombre confiesa encontrarse más cómodo entre empresarios que entre políticos. En el mundo empresarial, dice, no es difícil encontrarse gente de mérito. Así que cita e insiste, sin salir del presente indicativo, a Garamendi en CEOE, a Garrido en CEIM, a Cuerva en Cepyme o a Lorenzo Amor con los Autónomos: «Si no existiera el asociacionismo empresarial, habría que inventarlo».
POLÍTICOS POCO PREPARADOS. Cuando tenía 22 años, además de Fraga, el de los teatros, en su camino se cruzó Tomás Pascual, el de los productos alimentarios de calidad. Con él fue promotor general de ventas, antes de hacer lo propio con los supermercados SPAR. Hoy Cornejo es presidente de honor de los empresarios madrileños. De los políticos, ya se ha dicho, no tiene la misma opinión. Al menos de los de las «nuevas hornadas». Desde el concejal de cualquier pueblo hasta el presidente del Gobierno, se pregunta: ¿tienen la formación adecuada para las necesidades de este país? Acaso estas cosas pasan porque la mayor parte de ellos viven en la política, y no en la calle. O porque no van al teatro. Si fueran, dice Cornejo, entenderían un poco mejor a los empresarios. Y a los trabajadores. Y no digamos ya al mundo de la cultura. Al mundo, vamos. Ante la perspectiva, mejor darse otra vuelta por la sala a oscuras, a ver cuándo se enciende las luces y empieza a entrar el público.