CUANDO EL CIELO DE MADRID ERA UN ARCOÍRIS
Una exposición en CentroCentro reivindica la libertad creativa que reinó en la ciudad en la década de los años veinte del siglo pasado a través de las biografías de quienes la protagonizaron
Hay veces en las que lo más interesante de la Historia, escrita con mayúscula, está en la letra pequeña y, también, en los márgenes de los textos que, década tras década, generación tras generación, hemos ido aprendiendo de memoria y recitando cual papagayos. Todos conocemos un cuplé titulado ‘Las tardes del Ritz’, en el que se cantan las bondades del foxtrot y del amor apretado. Lo que pocos sabemos es que la letra de esa canción la escribió el autor Álvaro Retana, y lo hizo para su amigo Arsenio Marsal Martínez, de nombre artístico Edmond de Bries, el transformista más famoso de los años 20 del siglo pasado en una España que, entonces, no era tan gris como pudiera pensarse.
Porque aquella década prodigiosa que devino en catastrófica se vivió, en la ciudad que un día fue capital de la monarquía española, con total libertad creativa, de pensamiento y acción, dando rienda suelta a pasiones carnales de todo tipo y condición. Una época de explosión artística cuya reivindicación estaba, todavía, pendiente, y que la exposición ‘Cuestión de ambiente’, en CentroCentro, toma como bandera con todos los colores de un arcoíris que pocas veces brilló tanto entre cuatro paredes.
Comisariada por Joaquín García, la muestra se apoya en las vidas y las obras que desarrollaron, en Madrid, de 1920 a 1930, doce personajes que, entre el Modernismo y las vanguardias, hicieron de la diversidad sexual un asunto incuestionable. Visibles, todos ellos, y dos de ellas, en su orientación sexual de una manera más o menos pública, los protagonistas de ‘Cuestión de ambiente’ estaban, eso sí, fuera de un armario que, pese al anacronismo, algunos no llegaron a pisar en su vida. Ayudó, claro, que todos coincidieran en un Madrid que, acabada la IGM, se convirtió en punto de encuentro de sensibilidades varias, recibiendo ‘inputs’ artísticos de procedencias tan lejanas como Rusia, cuyos ballets se quedaron atrapados en España y no tuvieron más remedio que buscarse la vida en nuestro país.
La doble ubicación de la exposición, en dos espacios, debido a la geografía propia de la sala, permite su división en dos grupos, del Modernismo a la vanguardia, integrados, cada uno, por la mitad de los personajes que la protagonizan. Una separación que es sólo espacial, ya que todos mantuvieron relaciones, artísticas y personales, y se retroalimentaron, enriqueciendo un arte que, con ellos, se volvió más universal que nunca. El primer grupo lo abre Antonio Hoyos, marqués de Vinent, un personaje fundamental de la época, muy visible, procedente del mundo de
ERA FRECUENTE VERLOS, EN EL MADRID DE PRINCIPIOS DE SIGLO, POR LAS CALLES TRASNOCHADAS
Oscar Wilde, cuyas pretensiones literarias eran tan grandes como el título nobiliario que ostentaba. Sordo como una tapia desde que lo parió su madre, su majestuosa figura (medía casi dos metros) se extiende ante el visitante gracias a la caricatura de José de Zamora. Los dos formaban, junto con la bailarina Tórtola Valencia, un trío de gustos comunes, amorosos y artísticos. Era frecuente verlos, en el Madrid de principios de siglo, por las calles trasnochadas de esa ciudad a la que amaban y en la que, cada día, veían amanecer como quien asiste al nacimiento de una nueva vida.
Glamuroso exceso
Todas las protagonistas de las novelas de Antonio de Hoyos eran como Tórtola, incluso antes de conocerla. La bailarina, que llevó el glamuroso exceso a sus ropas, de trabajo y de casa, se adueñó de los escenarios teatrales, donde desplegó la misma libertad sexual con la que se preciaba de vivir. Coleccionista de arte, pintora, fue su propia musa, y se rebeló contra las convenciones apropiándose de un papel, el de icono, que le permitió llegar a ser imagen del jabón Maja de la fábrica de perfumes Myrurgia. Junto con ellos, José de Zamora, uno de los personajes más fascinantes de la muestra. Diseñador de moda y de vestuario teatral (vestirá a los ballets rusos), famosas son sus ilustraciones para los ‘Cuentos’ de Calleja, así como todas las que publicó en prensa. A la zaga, Antonio Juez, quien, pese a su formación autodidacta, fue uno de sus más aventajados discípulos.
Aunque la estrella de la muestra es, sin duda, Álvaro Retana,
ese hombre que, como en la canción de Astrud, lo hizo todo en España en los años 20 del siglo pasado. Es el chico moderno, de cejas depiladas y pelo engominado hacia atrás, que pasó a la posteridad por escribir cuplés como el ya mencionado ‘Las tardes del Ritz’, pero cuya capacidad creativa no cabe en una exposición. Capaz de dibujar figurines ahora imposibles, con un estampado con una cara dentro de un vestido de mujer en su partes pudendas, amante de la fama y la infamia, le encantaba salir en los medios y llamar la atención. Nunca renunció a su muy explícita sexualidad, como tampoco lo hizo su amigo Edmond de Bries, cuyo vestuario escénico, que llevó por giras internacionales, incluso al otro lado del charco, confeccionaba él mismo.
El segundo grupo de la muestra no por más conocido resulta menos interesante: Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Federico García Lorca, Emilio Prados, Gregorio Prieto y Victorina Durán. La exposición destaca sus relaciones, claro, pero también la primera aparición de la homosexualidad en los trabajos de todos ellos. «Si te ven conmigo te desacreditarás. A mí no me trata ninguna señora. No quiero que a ti te suceda lo mismo», escribe en sus memorias Durán, pionera de la escenografía en España, sobre el primer encuentro que mantuvo con una mujer. No podía intuir que un siglo después protagonizaría una exposición.
Cuestión de ambiente Colectiva CentroCentro. Madrid. Plaza Cibeles, 1. Comisario: Joaquín García. Hasta el 24 de octubre