ABC - Cultural

ANÁLISIS CLÍNICO A LA FICCIÓN MÉDICA

‘Hipócrates’ era una notable serie francesa que ha alcanzado niveles de excelencia en su segunda temporada, en un subgénero que goza de buena salud

- POR FEDERICO MARÍN BELLÓN

En AXN acaban de estrenar ‘Transplant’, con un prometedor capítulo piloto, mientras que ‘The good doctor’ sigue inmune incluso a la publicidad: se desenvuelv­e con similar soltura en Movistar+, Amazon Prime Video y Telecinco. Son series muy bien hechas, que recurren a circunstan­cias o personajes excepciona­les para entretener. En Filmin se puede ver ya la segunda temporada de ‘Hipócrates’, que las supera en hondura, porque lo extraordin­ario nace en el corazón. Es una serie que se ocupa del cuerpo, pero destaca por su alma. En la lucha diaria entre la vida y la muerte, en el rompeolas incesante de un hospital, se antepone la autenticid­ad al espectácul­o.

CONSTANTES VITALES. Las películas de Thomas Lilti, como ‘Mentes brillantes’ y ‘Un doctor en la campiña’, suelen asomarse al mundo que mejor conoce el autor. ‘Hipócrates’ también tiene una doble vida, ya que fue película antes que serie. Si no le flaquean las fuerzas, tiene carrete para largo, como las eternas ‘Urgencias’ y ‘Anatomía de Grey’. De la primera sabe adaptar los mejores elementos: la tensión arterial, los cambios de respiració­n y el corazón de los personajes, pero lo mejor es que lo hace sin parecer nunca una copia.

DIAGNÓSTIC­O. En otras series médicas, alguna cercana, las tramas son a menudo imitacione­s descaradas de las americanas. En grandes éxitos como ‘House’, brillante en muchos aspectos, el problema es el autoplagio, que raya la parodia: se abusa de los mismos recursos e incluso de las mismas enfermedad­es, se desvirtúa el adjetivo de ‘raras’.

‘Hipócrates’ no cuenta nada extraordin­ario: narra las vidas de varios jóvenes residentes en su durísima inmersión en un gran hospital en París. En la primera temporada, se veían obligados a tomar las riendas del centro por una cuarentena que dejó a la plantilla en cuadro. El segundo curso, aún mejor que el primero, enlaza en el último episodio con los comienzos de la pandemia actual, tiempos de incertidum­bre que anticipan lo que podría ser la tercera temporada.

PRONÓSTICO. La serie puede alcanzar un ritmo taquicárdi­co, pero antes de sufrir un colapso sabe alternarlo con momentos de introspecc­ión personal. Sus personajes son tan de carne y hueso que los males que sufren duelen de verdad. Su piel es nuestra piel. Este año cobran relevancia Igor (Théo Navarro-Mussy) y, sobre todo, el veterano Olivier Brun (Bouli Lanners), un personaje cargado de humanidad, que arrastra toneladas de responsabi­lidad. Es el jefe que todo trabajador debería conseguir. Es un héroe castigado, como Sísifo, que no se queja y siempre da la cara.

Puede que el acierto último de ‘Hipócrates’ sea su constante impredecib­ilidad, mientras el enjambre de tramas nos lleva de forma inexorable hacia el final por todos conocido. Esa batalla universal, perdida de antemano pero esencial, le da sentido a todo sin necesidad de buscar más allá.

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‘Hipócrates’, serie francesa de Filmin
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