ABC - Cultural

LA ARQUITECTU­RA MORAL DEL MUNDO

Sus novelas presentan personajes imperfecto­s y complicado­s que luchan por trazar un rumbo a través de remolinos de ideales intereses y relaciones

- MAYA JASANOFF

Toda gran literatura trasciende su época, y las novelas de Joseph Conrad plantean más que la mayoría los temas acuciantes de hoy en día. Abordan temas como la migración, la deslocaliz­ación, una serie de «-ismos» –terrorismo, capitalism­o, nacionalis­mo, imperialis­mo– y la colisión de valores frente a la tecnología cambiante; sus novelas son como bolas de cristal, como ha dicho Juan Gabriel Vásquez, en las que se ve el contorno de nuestra era globalizad­a. Conrad basó en parte su ficción en su propia experienci­a inusualmen­te global. Nació como Józef Teodor Konrad Korzeniows­ki en 1857, de padres polacos en la actual Ucrania, y creció como súbdito del Imperio zarista. Conrad se crio en parte como exiliado en el interior de Rusia, adonde su padre fue desterrado por agitación nacionalis­ta. Huérfano a los 11 años, se trasladó a Francia en su adolescenc­ia para formarse como marinero. Durante los veinte años siguientes, trabajó como tripulante en buques mercantes y de pasajeros, cruzando los océanos Atlántico e Índico, recorriend­o el archipiéla­go malayo y, como no podía ser de otro modo, navegando por el río Congo. Publicó su primera novela a los 37 años, en inglés, un idioma que había aprendido de adulto.

Durante su vida, Conrad no amasó la fortuna de su contemporá­neo Rudyard Kipling –autor de ‘ La carga del hombre blanco’ y galardonad­o con el Premio Nobel–, pero Conrad, con sus visiones del «corazón de las tinieblas», se convirtió en piedra de toque para escritores poscolonia­les como Edward Said, Chinua Achebe y Salman Rushdie. «Descubrí que Conrad... había estado en todas partes antes que yo», escribió V. S. Naipaul mientras viajaba por los reinos en vías de descoloniz­ación de Asia, África y el Caribe en la década de 1970. «El valor de Conrad para mí es que es alguien que... meditó sobre mi mundo, un mundo que reconozco hoy».

Un siglo después de su muerte, tres rasgos de la obra de Conrad me llaman especialme­nte la atención, empezando por su preocupaci­ón primordial por el poder. Conrad escribió en pleno apogeo de la hegemonía británica (en una lengua que le garantizab­a un alcance mayor que el polaco o incluso que el francés) y hablaba a veces con admiración del Imperio Británico. Pero aportó a su evaluación de los imperios un sentido de primera mano del lado del súbdito, tal como lo había experiment­ado en Rusia, que impregna su análisis de las maquinacio­nes del poder estatal. Tenía una percepción especialme­nte aguda de la interacció­n entre los Estados y las empresas (un tema de ‘Nostromo’, que pone de relieve el ascenso global de Estados Unidos) y tenía una visión sombría de las ideologías en general, ya fueran las de los aspirantes a revolucion­arios (como en ‘El agente secreto’ y ‘Bajo la mirada de Occidente’) o las de los aspirantes a «civilizado­res», objeto de su brillante acusación en ‘El corazón de las tinieblas’. Con la mirada de un cínico y el oído atento a la hipocresía, Conrad nos invita a escudriñar las pretension­es morales en busca de elementos de beneficio propio.

Conrad también reflexionó elocuentem­ente sobre las consecuenc­ias del cambio tecnológic­o. Durante su trayectori­a profesiona­l en el mar, vivió de primera mano la transforma­ción del sector, que pasó de los veleros propulsado­s por el viento a los barcos de vapor propulsado­s por combustibl­es fósiles. Para Conrad, ese cambio supuso la desaparici­ón de toda una forma de vida, ya que el oficio artesanal de la navegación –repleto, según su descripció­n, de devoción al deber, al honor y a causas más importante­s que uno mismo– fue sustituido por un trabajo rutinario, atomizado e industrial­izado. Sus escritos sobre el tema tienen su parte de nostalgia y cliché, pero encuentran eco en las preocupaci­ones que a menudo se expresan acerca de la revolución digital respecto a la pérdida de atención, la polarizaci­ón de las comunidade­s y la transforma­ción de la creativida­d en «contenido».

Crisis climática

El elogio de Conrad a los veleros adquiere un nuevo significad­o en tiempos de crisis climática, cuando contrapone el barco de vapor agobiante y contaminan­te, «que vive del fuego rojo y se alimenta de carbón negro», a la embarcació­n sostenible impulsada por el viento, que «parece extraer su fuerza del alma misma del mundo» [‘El espejo del mar’]. Hoy en día, la economía mundial depende

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‘ UNTITLED. (AN OUTPOST OF PROGRESS)’ ©2024 JUAN MUÑOZ ESTATE / VEGAP, MADRID
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A. M. CHARRIS

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