ABC - Cultural

CONRADIANA

Uno no sabe qué viaje es más importante en Conrad si la suma de todos aquellos que emprendió por ambos hemisferio­s o el que hizo de él un escritor

- JOSÉ CARLOS LLOP

Si Stevenson, en sus viajes, navega con el bien y fondea en el bien, podríamos decir que Conrad, en los suyos, apenas se aparta del pecado original. Distintas formas del mal, entre la debilidad como punto de partida y la crueldad como puerto de arribada, son para Conrad el tejido nervioso que recorre la naturaleza humana y nunca he sabido si eso es fruto de un convencimi­ento previo o si lo es por puro empirismo. Los barcos, en ambos, son la casa: física y espiritual y sus descripcio­nes son de sabio amor doméstico. Pero mientras Stevenson tiene las oraciones de Vailima en el horizonte –y esto es así porque ya las lleva en su interior–, en Conrad están Shakespear­e y Melville y lo que ambos significan respecto al alma humana: hablo aquí de moral, y aunque sea una metáfora, no de literatura. En Stevenson la luminosida­d del mar azul claro y la Polinesia al fondo; en Conrad la pantanosa jungla y las oscuras turbulenci­as del océano. Y sin embargo está el viaje – marítimo siempre– entre el deambular de la inquietud y una cierta esperanza de salvación. Aunque en Conrad una acabe viniendo de mano de la literatura y la otra de la metamorfos­is de la lengua polaca en la lengua inglesa, con el aprendizaj­e más sólido, también, en Shakespear­e. De su resultado, el deslumbram­iento que tantos –desde Kipling a Henry James– sintieron ante ella, por mucho que, al hablarla, según cuentan, apenas quedara en nada.

Naciones movedizas

De igual modo que existen las arenas movedizas, existen también las naciones movedizas y Europa es su gran madrastra. Conrad nace en una zona de Polonia que ahora es Ucrania y acaba siendo súbdito de la Gran Bretaña. Con los años dirá que es un maldito extranjero, otro cofrade de la misteriosa consigna: ‘ ¿ Lejos? ¿ De dónde?’. Entre ambas naciones, una gran tra

vesía: la que suman todos sus viajes partiendo en el primero del puerto de Marsella para alcanzar lo que serían dos cumbres narrativas: El Congo o ‘ El corazón de las tinieblas’ y Malasia o ‘La locura de Almáyer’ que es el origen de sus demás novelas. Esa gran travesía es doble: por un lado, los viajes en sí y ahí están América y el sureste de Asia y África costera y África central, pero también el Mediterrán­eo, en unas páginas –salidas de ese gran libro titulado ‘ El espejo del mar’– que podrían haber sido escritas hoy, cuando el Mediterrán­eo vuelve a ser un cementerio. Transcribo, recordando a Patrick Deville leyendo estas líneas en el puerto de Saint-Nazaire: «De Salamina a Actium, pasando por Lepanto y el Nilo y acabando con la matanza naval de Navarino, por no mencionar otros encuentros armados de menor interés, toda la sangre derramada en el Mediterrán­eo no ha dejado la mancha de un solo reguero de púrpura sobre el azur profundo de sus aguas clásicas » . Efectivame­nte: el mar no participa del pecado original.

Entre 1874 y 1895 –fecha de publicació­n de su primera novela– Conrad navega. Tiene 17 años cuando empieza, casi

Conrad era áspero, trabado como el sonido de una motosierra. Capaz, por tanto, de arrebatarl­e a cualquiera la inspiració­n. El cubano Ubaldo León Barreto ha recordado que entre ambos hubo una «amistad imposible». También una «silenciosa rivalidad».

En una ocasión, James se atrevió a elogiarlo, a su manera. Las obras de Conrad, dijo, «lo impresiona­ban muy desagradab­lemente, aunque no podía encontrar en ellas faltas técnicas o torpeza alguna». Habría que reflexiona­r sobre aquello que James encontraba tan poco digno de alabanza. Además de la competenci­a literaria. O del abismo que separaba la felicidad familiar de aquel de sus padecimien­tos familiares, que lo llevaron, por ejemplo, a eliminar en sus últimas voluntades, sancionada­s en 1915, a uno de sus sobrinos por pacifista. De James conocemos un grumete. Cuando deja de hacerlo hace varios años que manda un vapor fluvial y ha obtenido su Master’s Certificat­e. Oriente será el cofre de los tesoros narrativos, sin peligro de piratas. Pero mientras navegue habrá contraband­o de armas, amores desdichado­s y un intento de suicidio. Y habrá el conocimien­to de la vulnerabil­idad humana, del miedo, de la angustia y el peligro que se agazapan en la soledad. De ahí aparecerá la idea de escribir. De ahí –seguimos en Oriente– ‘ Tifón’, ‘ Lord Jim’ y ‘ La línea de sombra’. Más tarde llegarán ‘El corazón de las tinieblas’ y ‘El negro del Narcisus’. ‘África, África’... Conrad ya no navega más que por los mares de la literatura.

Cartógrafo

Al mismo tiempo que sus días de navegación, existió un viaje incesante trazado por un minucioso cartógrafo: el escritor Conrad y su relación – carnal– con la lengua. Con todas las lenguas de la marinería, pero sobre todo con la lengua del Imperio británico, que es la que adoptará y la que lo modulará como escritor. La misma lengua que traza y asimila y le cambia, escuchando las historias y canciones y leyendas de los su estética refinada, propia de un mundo criollo macerado a fuego lento, el imperio con armazón en el que se habían convertido los Estados Unidos de los que procedía. De Conrad, en pleno siglo XXI, más allá de los debates sobre sus cambios de actitud, habría que recuperar su mirada de largo alcance, aquello que vio que iba por delante y, sin nostalgia alguna por el pasado, formuló con verosimili­tud. Es decir, el pavor atávico y moral que le había producido la contemplac­ión del nivel de destrucció­n del que eran capaces en las periferias de la tierra el capitalism­o industrial, la tecnología y el imperialis­mo europeo actuando de manera simultánea, bajo la máscara del darwinismo político.

En la famosa novela ‘Nostromo’, publicada en 1904, Conrad pretendió mostrar, recuerda Deas, «el espírimari­neros en ruta, recalando en las tabernas y pensiones de los puertos de mar, observando la fauna de esa gran arca de Noé, que conforman los hombres del mar. Uno no sabe qué viaje es más importante en Conrad: si la suma de todos aquellos que emprendió por ambos hemisferio­s o el que hizo de él el escritor que es, al abandonar su lengua natal y el francés educaciona­l, como había abandonado Polonia.

Que extraña es la vida Lo más que se puede esperar de ella es alcanzar cierto conocimien­to de uno mismo cosa que sucede demasiado tarde y una cosecha interminab­le de reproches

La mente es capaz de todo porque en ella está todo tanto el pasado como el futuro

Influencia­s

No es raro –por regresar al comienzo, que es adonde siempre regresamos– que esté enterrado en Canterbury, mientras Stevenson lo está en Upolu, una isla de Samoa, aunque ambos siguen muy vivos y el viaje continúa. Pensemos, por ejemplo, en su influencia actual en la literatura hispánica. ¿ Influencia­s contemporá­neas de Joseph Conrad? Se me ocurren ahora tres y todas hacen honor al maestro: en ambientes, Álvaro Mutis; en el serpenteo de su prosa, Javier Marías; en ‘ El húsar’, primera novela de Arturo Pérez- Reverte, ‘ Los duelistas’. Y un homenaje más que directo: ‘ Historia secreta de Costaguana’, de Juan Gabriel Vásquez. ¿Hay quién dé más por ahí? 

El corazón de las tinieblas

tu de una época, un interrogat­orio de los motivos de acción, de las leyes de los intereses materiales y de las fronteras de sus dominios, de los enlaces del pasado, del presente y del futuro». En la república de Costaguana existe una provincia, Sulaco, que tiene dentro de sus límites la gran mina de plata de Santo Tomé. Carlos Gould, hijo y heredero del corrupto «padre fundador», encuentra en San Francisco de California al señor Holroyd, «un capitalist­a de mente aguda y carácter accesible», para hacer negocios juntos. ¿En qué lugar y a quiénes rememoraba Conrad, retirado del mar, en estas líneas, treinta años después de haber visitado el Caribe, en 1875? Con ser importante el repaso a las fuentes, lo determinan­te fue que anunció la bestialida­d del mundo en construcci­ón y la frontera abierta en la que nos hemos convertido. 

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A. M. CHARRIS
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