CONRADIANA
Uno no sabe qué viaje es más importante en Conrad si la suma de todos aquellos que emprendió por ambos hemisferios o el que hizo de él un escritor
Si Stevenson, en sus viajes, navega con el bien y fondea en el bien, podríamos decir que Conrad, en los suyos, apenas se aparta del pecado original. Distintas formas del mal, entre la debilidad como punto de partida y la crueldad como puerto de arribada, son para Conrad el tejido nervioso que recorre la naturaleza humana y nunca he sabido si eso es fruto de un convencimiento previo o si lo es por puro empirismo. Los barcos, en ambos, son la casa: física y espiritual y sus descripciones son de sabio amor doméstico. Pero mientras Stevenson tiene las oraciones de Vailima en el horizonte –y esto es así porque ya las lleva en su interior–, en Conrad están Shakespeare y Melville y lo que ambos significan respecto al alma humana: hablo aquí de moral, y aunque sea una metáfora, no de literatura. En Stevenson la luminosidad del mar azul claro y la Polinesia al fondo; en Conrad la pantanosa jungla y las oscuras turbulencias del océano. Y sin embargo está el viaje – marítimo siempre– entre el deambular de la inquietud y una cierta esperanza de salvación. Aunque en Conrad una acabe viniendo de mano de la literatura y la otra de la metamorfosis de la lengua polaca en la lengua inglesa, con el aprendizaje más sólido, también, en Shakespeare. De su resultado, el deslumbramiento que tantos –desde Kipling a Henry James– sintieron ante ella, por mucho que, al hablarla, según cuentan, apenas quedara en nada.
Naciones movedizas
De igual modo que existen las arenas movedizas, existen también las naciones movedizas y Europa es su gran madrastra. Conrad nace en una zona de Polonia que ahora es Ucrania y acaba siendo súbdito de la Gran Bretaña. Con los años dirá que es un maldito extranjero, otro cofrade de la misteriosa consigna: ‘ ¿ Lejos? ¿ De dónde?’. Entre ambas naciones, una gran tra
vesía: la que suman todos sus viajes partiendo en el primero del puerto de Marsella para alcanzar lo que serían dos cumbres narrativas: El Congo o ‘ El corazón de las tinieblas’ y Malasia o ‘La locura de Almáyer’ que es el origen de sus demás novelas. Esa gran travesía es doble: por un lado, los viajes en sí y ahí están América y el sureste de Asia y África costera y África central, pero también el Mediterráneo, en unas páginas –salidas de ese gran libro titulado ‘ El espejo del mar’– que podrían haber sido escritas hoy, cuando el Mediterráneo vuelve a ser un cementerio. Transcribo, recordando a Patrick Deville leyendo estas líneas en el puerto de Saint-Nazaire: «De Salamina a Actium, pasando por Lepanto y el Nilo y acabando con la matanza naval de Navarino, por no mencionar otros encuentros armados de menor interés, toda la sangre derramada en el Mediterráneo no ha dejado la mancha de un solo reguero de púrpura sobre el azur profundo de sus aguas clásicas » . Efectivamente: el mar no participa del pecado original.
Entre 1874 y 1895 –fecha de publicación de su primera novela– Conrad navega. Tiene 17 años cuando empieza, casi
Conrad era áspero, trabado como el sonido de una motosierra. Capaz, por tanto, de arrebatarle a cualquiera la inspiración. El cubano Ubaldo León Barreto ha recordado que entre ambos hubo una «amistad imposible». También una «silenciosa rivalidad».
En una ocasión, James se atrevió a elogiarlo, a su manera. Las obras de Conrad, dijo, «lo impresionaban muy desagradablemente, aunque no podía encontrar en ellas faltas técnicas o torpeza alguna». Habría que reflexionar sobre aquello que James encontraba tan poco digno de alabanza. Además de la competencia literaria. O del abismo que separaba la felicidad familiar de aquel de sus padecimientos familiares, que lo llevaron, por ejemplo, a eliminar en sus últimas voluntades, sancionadas en 1915, a uno de sus sobrinos por pacifista. De James conocemos un grumete. Cuando deja de hacerlo hace varios años que manda un vapor fluvial y ha obtenido su Master’s Certificate. Oriente será el cofre de los tesoros narrativos, sin peligro de piratas. Pero mientras navegue habrá contrabando de armas, amores desdichados y un intento de suicidio. Y habrá el conocimiento de la vulnerabilidad humana, del miedo, de la angustia y el peligro que se agazapan en la soledad. De ahí aparecerá la idea de escribir. De ahí –seguimos en Oriente– ‘ Tifón’, ‘ Lord Jim’ y ‘ La línea de sombra’. Más tarde llegarán ‘El corazón de las tinieblas’ y ‘El negro del Narcisus’. ‘África, África’... Conrad ya no navega más que por los mares de la literatura.
Cartógrafo
Al mismo tiempo que sus días de navegación, existió un viaje incesante trazado por un minucioso cartógrafo: el escritor Conrad y su relación – carnal– con la lengua. Con todas las lenguas de la marinería, pero sobre todo con la lengua del Imperio británico, que es la que adoptará y la que lo modulará como escritor. La misma lengua que traza y asimila y le cambia, escuchando las historias y canciones y leyendas de los su estética refinada, propia de un mundo criollo macerado a fuego lento, el imperio con armazón en el que se habían convertido los Estados Unidos de los que procedía. De Conrad, en pleno siglo XXI, más allá de los debates sobre sus cambios de actitud, habría que recuperar su mirada de largo alcance, aquello que vio que iba por delante y, sin nostalgia alguna por el pasado, formuló con verosimilitud. Es decir, el pavor atávico y moral que le había producido la contemplación del nivel de destrucción del que eran capaces en las periferias de la tierra el capitalismo industrial, la tecnología y el imperialismo europeo actuando de manera simultánea, bajo la máscara del darwinismo político.
En la famosa novela ‘Nostromo’, publicada en 1904, Conrad pretendió mostrar, recuerda Deas, «el espírimarineros en ruta, recalando en las tabernas y pensiones de los puertos de mar, observando la fauna de esa gran arca de Noé, que conforman los hombres del mar. Uno no sabe qué viaje es más importante en Conrad: si la suma de todos aquellos que emprendió por ambos hemisferios o el que hizo de él el escritor que es, al abandonar su lengua natal y el francés educacional, como había abandonado Polonia.
Que extraña es la vida Lo más que se puede esperar de ella es alcanzar cierto conocimiento de uno mismo cosa que sucede demasiado tarde y una cosecha interminable de reproches
La mente es capaz de todo porque en ella está todo tanto el pasado como el futuro
Influencias
No es raro –por regresar al comienzo, que es adonde siempre regresamos– que esté enterrado en Canterbury, mientras Stevenson lo está en Upolu, una isla de Samoa, aunque ambos siguen muy vivos y el viaje continúa. Pensemos, por ejemplo, en su influencia actual en la literatura hispánica. ¿ Influencias contemporáneas de Joseph Conrad? Se me ocurren ahora tres y todas hacen honor al maestro: en ambientes, Álvaro Mutis; en el serpenteo de su prosa, Javier Marías; en ‘ El húsar’, primera novela de Arturo Pérez- Reverte, ‘ Los duelistas’. Y un homenaje más que directo: ‘ Historia secreta de Costaguana’, de Juan Gabriel Vásquez. ¿Hay quién dé más por ahí?
El corazón de las tinieblas
tu de una época, un interrogatorio de los motivos de acción, de las leyes de los intereses materiales y de las fronteras de sus dominios, de los enlaces del pasado, del presente y del futuro». En la república de Costaguana existe una provincia, Sulaco, que tiene dentro de sus límites la gran mina de plata de Santo Tomé. Carlos Gould, hijo y heredero del corrupto «padre fundador», encuentra en San Francisco de California al señor Holroyd, «un capitalista de mente aguda y carácter accesible», para hacer negocios juntos. ¿En qué lugar y a quiénes rememoraba Conrad, retirado del mar, en estas líneas, treinta años después de haber visitado el Caribe, en 1875? Con ser importante el repaso a las fuentes, lo determinante fue que anunció la bestialidad del mundo en construcción y la frontera abierta en la que nos hemos convertido.