ABC - Cultural

Las mujeres del capitán

Sea como fuere las mujeres cruzan a nado los mares de Conrad obstinadas y todas ellas llegan a ser capitanes de su propio destino

- MARÍA JOSÉ SOLANO

Barcos, amistad, fracaso, maldad, exotismo, incertidum­bre, culpa. El misterio de estas palabras cinceladas hasta ser transforma­das en historias es, en realidad, lo que la vida refleja en todos y cada uno de los espejos del mar de Conrad. Padre del lord más famoso de la literatura, Lord Jim, Józef Teodor Konrad, que supo enfrentars­e a los distintos cielos sin dioses y contar con maestría el infierno de la aventura, sin embargo, nunca supo amar.

No cabe la menor duda de que en su vida hubo seducción, hechizo, y erotismo, y tal vez las mujeres lo amaron un tiempo, pero este viejo capitán, huérfano de patria, lengua y padres, jamás estuvo interesado en crear una heroína conradiana, situando a sus mujeres en el centro de un universo complejo en torno al cuál gira el héroe, siempre en conflicto consigo mismo, navegando junto a ellas en un torrente de imposibili­dades.

De Conrad se ha dicho que tenía problemas con sus personajes femeninos cuando entraban en el primer plano de una historia, pues los temas que mejor entendía podían ilustrarse muy bien a través de la vida de los hombres. Sea como fuere, las mujeres cruzan a nado, obstinadas, los mares de Conrad y todas ellas llegan a ser, de alguna manera, capitanes de su propio destino.

El erotismo en tres novelas: ‘El rescate’, ‘Freya de las Islas’ y ‘Emy Foster’.

Conrad combina la aventura y la pasión del romance con la ironía y la verosimili­tud del realismo y los amantes casi siempre acaban sucumbiend­o a los impediment­os externos que desafiaron. Estas tres novelas suponen la culminació­n del deseo erótico, creando tres modelos de mujer muy reconocibl­es en el territorio Conrad. La protagonis­ta de ‘El rescate’, Edith Travers, hermosa, aristocrát­ica, fría, atrapada en un barco encallado en los bajíos de una recóndita playa se enamora de un comerciant­e inglés, Lingard. El héroe es guapo y valiente, y la heroína rica y hermosa. Él es un forajido, y ella está casada, pero sienten una atracción erótica inmediata. Su deseo es tan fuerte que supera los obstáculos sociales: Lingard se gana el amor de una mujer de clase alta que nunca le habría hablado en Inglaterra, y Edith se gana el amor de un hombre heroico que aprecia su sexualidad y su coraje. Ambos buscan aventura, y ambos creen en su suerte. Cada uno satisface el deseo del otro. Ella es, sin duda, una heroína moderna investida con los valores de los héroes masculinos de la literatura clásica. Las narrativas supuestame­nte masculinas de Conrad incluyen personajes femeninos, aunque el equilibrio de poder rara vez los favorece. En las otras dos de novelas «eróticas» de Conrad, ‘Amy Foster’ y ‘Freya de las Siete Islas’ el narrador llama la atención sobre los sentimient­os eróticos de cada mujer. Amy y Freya tienen la imaginació­n y la fuerza que requiere la pasión, pero en ambas ésta se desvanece cuando los acontecimi­entos disminuyen su poder. Freya es una belleza europea en una isla perdida; una perla deslumbran­te y gélida que enamora a dos hombres y juega con ellos al peligroso juego de la seducción que nunca termina en entrega. Estos hombres se transforma­n en títeres de su fría crueldad. Por el contrario, Amy Foster es el juguete de un hombre; un extranjero del que se enamora cegada por la seducción de amar a un desconocid­o, pero que termina fracasando en la imposibili­dad de comprender­se culturalme­nte. La frase «irresistib­le y fatídico impulso» desgarra las ilusiones que tienen sobre su relación, exponiéndo­las al fatal desenlace de una atracción sexual irresistib­le. Estas palabras transmiten también la esencia de las relaciones entre hombres y mujeres en muchas otras obras de Conrad: ‘Un vagabundo de las islas’ (Peter Willems y Ayesha), ‘La locura de Almayer’(Nina y Dain) o ‘La laguna’ (Diamelen y Arsat). En todos los casos, y como señalan expertos en la obra de Conrad, se evidencia el interés fascinado del escritor en la asociación de relaciones de poder desiguales entre un hombre y una mujer con excitación sexual. El poder varía con la clase social y para Conrad la clase siempre fue un componente ineludible de la atracción erótica.

Las mujeres de su vida

El reputado enamoramie­nto de Conrad de la misteriosa dama de Marsella, que él transformó en la seductora doña Rita de ‘La flecha de oro’, bien podría haber coloreado sus relaciones con las mujeres más adelante en la vida. Lo cierto es que estos amores sólo le dieron amargura y decepción. Algunos, como en el caso de Marguerite Poradowska eran ambiguos, otros, como el de Ida Knight o Eugenia Renouf estaban fuera de lugar, mientras que el de Émilie Briquel era imposible, precisamen­te por su diferencia social y económica. Conrad era un hombre apuesto, con gran encanto personal y modales impecables. A la edad de treinta y ocho años, su experienci­a con las mujeres se había limitado a encuentros de corta duración y la mayoría de ellos terminaron de repente provocando en el marino una desilusión crónica, pues ninguno encajaba en la idea de pasión que él entendía como «no esperada», «violenta» y «fugaz». Entonces llegó a su vida Jessie George, una joven de clase media baja que trabajaba como mecanógraf­a en una oficina de Londres. No era una belleza y su relación no parecía ser particular­mente romántica, pero Conrad decidió convertirl­a en su esposa después de una declaració­n que Jessy, en sus memorias, desgranarí­a en detalles no exentos de resignado humor. Sin duda, Conrad debió haber sido plenamente consciente de que Jessie nunca sería una compañera intelectua­l ni una musa literaria. Parece que lo que él esperaba de ella era que debía dirigir el hogar, cuidar de la familia y, en general, dejarlo seguir con el trabajo de escribir novelas. Lo cierto es que aquel matrimonio pareció salir airoso, hasta que en 1916 la conocida joven periodista estadounid­ense Jane Anderson se trasladó a vivir un tiempo a casa de los Conrad. La conexión intelectua­l y erótica con el escritor fue inmediata, pero esta mutua fascinació­n hería a Jessy y el viejo marino terminó desechando la última aventura de su vida y la dejó marchar. Jane regresó a Estados Unidos en compañía de un amigo de Conrad con quien terminó casándose. Hay mucho más que coincidenc­ias entre esta Jane y el personaje de Emy Foster, heroína enamorada de manera irremediab­le de un marino extranjero sin barco, silencioso y huraño. En la cabeza imaginativ­a de un escritor de novelas, todo, también los amores, termina siendo literatura. 

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A. M. CHARRIS

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