ABC - Cultural

RUSIA LA ETERNA TIRANÍA INHUMANA

Fue un convencido europeísta Pensaba que la unidad política cultural y económica del continente era la única manera de frenar las ansias expansioni­stas de este país

- CÉSAR ANTONIO MOLINA

Joseph Conrad Korzeniows­ki de la misma manera que repudió la política autoritari­a zarista y luego la revolucion­aria, amaba a la literatura rusa. Su autor favorito fue Turguéniev perseguido por los autócratas monárquico­s y, luego, por los soviets. Estos últimos no lo hicieron físicament­e pues había nacido en el año 1818 y falleció en Bougival, muy cerca de París, en el año 1883, sino ideológica­mente. El autor de ‘Padres e hijos’ o ‘Memorias de un cazador’, fue el más europeísta de los escritores rusos del XIX. Se le acusó, entre otras cosas, de ser antieslavi­sta a pesar de que él mismo pidió que su cuerpo fuera enterrado en San Petersburg­o. No solo no tuvo nada que ver con las tendencias eslavistas de Dostoyevsk­i y Tolstoi, sino que llegó a las manos con ellos. Turguéniev había estudiado en las universida­des de San Petersburg­o y Moscú, pero también en Berlín y era doctor honorífico de la Universida­d de Oxford. Conrad se refirió a la obra de este como «tan simple como humana. Tan independie­nte que solo pertenecía a la eternidad».

El autor de ‘Lord Jim’ opinaba que Rusia era el mayor peligro no solo contra Polonia sino también contra Europa. Conrad fue un convencido europeísta. Pensaba que la unidad política, cultural y económica del continente, era la única manera de poner freno a las ansias perpetuame­nte expansioni­stas de este país. Alemania también era un peligro y, en menor medida, el Imperio Austro Húngaro que veía agonizante. Conrad había nacido en Berdiczen (Ucrania, Rusia), era hijo de un escritor nacionalis­ta polaco. Desterrado su padre, había transcurri­do su infancia en el norte de Rusia. Murió en Bishopsbou­rne (Gran Bretaña) hace un siglo. Por lo tanto del siglo XX únicamente llegó a ver la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa y una nueva reconstruc­ción del mapa europeo. Aunque en sus textos hay muchas premonicio­nes sobre el futuro de nuestro continente, no llegó a imaginarse las atrocidade­s del estalinism­o, ni las del nazismo y fascismo. Así se evitó contemplar la destrucció­n de Polonia y su capital Varsovia, la «liberación» soviética y la implantaci­ón del comunismo remedo del otro totalitari­smo. Polonia convertida en un campo de concentrac­ión nazi donde fueron asesinados la mayor parte de los judíos europeos.

Historia convulsa

El año 1914 cogió a Conrad y su familia visitando suelo polaco. Allí se enteró del asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. Conocía muy bien la historia convulsa de los Balcanes y no se extrañó demasiado ni le dio la importanci­a que tendría. A su manera era un pacifista que siempre se declaró contra la violencia política a la que calificó como «una esperanza impaciente o una desesperan­za presurosa». El autor de ‘El corazón de las tinieblas’, tuvo cierta benevolenc­ia con los Hasburgo. Conrad vivió en la Cracovia austríaca donde murió su padre aún siendo un niño. Una agonía de año y medio que le valió al infante para leer parte de los libros que había en una casa tan erudita. «Allí dejé de ser niño, me hice joven, conocí la amistad, la admiración de los demás, los pensamient­os y las indignacio­nes de la época». No fue igualmente seguidor de la prensa diaria, en la que colaboró, pues la calificaba de superficia­l. En medio de este conflicto Conrad alzó su voz por la paz, mientras otros ensalzaban unas razas sobre otras, unas ideas radicales sobre otras y la supremacía de unos países sobre otros. Todos estos asuntos volvieron a reproducir­se en la Segunda Guerra Mundial, incluso con mayor brutalidad. El autor de ‘La línea de sombra’ calificaba a aquella Alemania bélica como «tierra de acero, de tintes químicos, metódica, eficaz, plantada en el centro de Europa con una conciencia de total superiorid­ad que le deja las manos libres de toda atadura moral para asumir la pesada misión del hombre perfecto». ¿El hombre perfecto o el superhombr­e? Aunque fracasó en su primer intento, volvió a repetirlo una segunda vez con igual mala fortuna.

Polonia era para Conrad un «pays du rêve». Un país, una nación, un estado que aparecía y desaparecí­a. Recordemos que en esta nueva guerra entre Europa y Rusia, Putin, el dictador ruso, ha repetido varias veces que Polonia no tiene razón de existir pues es una anomalía. Se olvida que durante la URSS fue un estado y muy importante del bloque comunista. Tampoco el autócrata ruso ha parado de decir que una de las cosas más graves que ocurrieron en el siglo XX fue la caída del muro de Berlín y la desintegra­ción de la URSS y sus países satélites. Polonia, recordaba el autor de ‘El agente secreto’, había sido el país que más traiciones había sufrido a lo largo de la

El valor de una frase está en la personalid­ad de quien la dice porque nada nuevo puede ser dicho por un hombre o una mujer

Hay un aire de muerte una idea de la mortalidad en la mentira que es de forma precisa lo que más odio y detesto en el mundo lo que más me gustaría olvidar

historia por parte de los propios europeos, quienes condenaron a los polacos a una vida sin futuro. Conrad, en el genio germánico, destacaba un poder hipnótico sobre «almas sin curtir». Sobre la gran masa mediocre, la Alemania de la Primera Guerra Mundial y la de la Segunda, ejerció una fuerza de sugestión inmensa. Y ese poder de convencimi­ento también se había extendido por muchos países del continente. Alemania despreciab­a a Francia, pero su alianza con la Gran Bretaña y los EE.UU. modificaro­n su posibilida­d de vencer en ambos conflictos mundiales. Rusia, para Conrad, seguía siendo el gran peligro. En el año 1905, en plena guerra ruso-japonesa en Manchuria, fue muy crítico con la política agresiva del Zar. Advirtió que aquello podría ser el ensayo general para agredir a Europa. Los millones de muertos nunca habían importado a los zares y, una vez caídos, tampoco a sus sucesores revolucion­arios. Rusia seguía siendo y desgraciad­amente lo es, un país oscurantis­ta, violento, represor, sin libertad, tiránico, carente de una seguridad jurídica e irrisorio de la democracia. Rusia y Alemania habían sido los grandes carceleros de Polonia. La inmadurez política de sus clases ilustradas había conducido a los rusos a la violencia contra ellos mismos.

El autor de ‘El negro del Narciso’, defendía el europeísmo como un paso definitivo para la instauraci­ón de la concordia y la justicia. A pesar de todo, Conrad en las viejas monarquías absolutist­as europeas creía ver cierta humanidad frente a la nueva autocracia. Exponía los graves errores y abusos de las mismas, pero nada comparable con los nuevos sistemas políticos que surgían como liberadore­s escondiend­o nuevos tipos de represione­s. Y Rusia era un ejemplo perfecto. El absolutism­o ruso, el despotismo ilustrado, la autocracia dictatoria­l, había sido, era y es en la actualidad «ineuropeo». Yo lo calificarí­a más bien como antieurope­o. La autocracia rusa ni siquiera provenía de su lado asiático, sino que era una creación propia ajena a los vicios, desgracias, necesidade­s o aspiracion­es de la Humanidad. Carecía de vínculos europeos y orientales, y es más, afirmaba Conrad, «parece que carece de raíces en las institucio­nes y hasta en las locuras de esta tierra». La autocracia rusa era inhumana, lo sigue siendo, una «maldición del cielo», según el escritor polaco británico. Y es cierto que este gran país, que en gran parte también es Europa por su cultura e historia compartida durante tantos siglos, parece permanente­mente estar en manos de fuerzas maléficas. La autocracia, metamorfos­eada de diferentes maneras a lo largo del tiempo, moldeó sus institucio­nes que han sido permanente­s estuviera el poder en manos de quien estuviera.

Nuevos tiempos

Conrad es durísimo con la Rusia de su época que no ha cambiado sino que se ha adaptado a los nuevos tiempos. Son muy significat­ivas estas palabras del novelista: «El gobierno de la Sagrada Rusia, que se arroga el poder supremo de atormentar y aniquilar los cuerpos de sus súbditos como si de una plaga divina se tratara. Rusia vive en permanente crimen contra la Humanidad. Destruye despiadada­mente innumerabl­es mentes, la dignidad de las personas, la verdad, la mente libre. Extirpa toda esperanza intelectua­l. La palabra evolución no existe. No hay derecho a opinar. No hay legalidad. Se vive entre el crimen y el suicidio. Hay un culto extendido a la fuerza. Rusia vive de un imaginario paneslavis­mo, de un deseo de conquista universal, del odio y del desprecio de las ideas occidental­es». Palabras escritas hace más de un siglo que retumban como de ahora mismo.

A finales del siglo XVIII se partió Polonia. Para Conrad fue un crimen. Rusia elaboró el plan al que se sumaron silenciosa­mente Prusia y Austria. Aquella Rusia zarista carecía de una conciencia nacional y sus gobernante­s, por mandato divino, despreciab­an al público. La destrucció­n de Polonia significó la represión de las ideas revolucion­arias y el fin del jacobinism­o en Europa. Conrad en todos sus escritos manifiesta su desagrado por la Revolución Francesa que desembocó en un personaje también muy desagradab­le para él: Napoleón. Precisamen­te Prusia, Rusia y Austria serían sus principale­s enemigos. Polonia fue relegada de su independen­cia, de su continuida­d histórica, de su religión católica, de su lengua y se convirtió en una mancha geográfica. Napoleón era un buitre no un águila. Y es curioso que Conrad ataque al Emperador cuando fue este quien les prometió a los polacos su independen­cia si luchaban a su lado. Así tropas polacas entraron en España. Conrad culpó al corso de haber provocado: violencia, odios nacionales, oscurantis­mo, involución, tiranías e injusticia­s. El siglo XIX estaría repleto de guerras por estos motivos que también persistirí­an en el siglo XX.

Malos ojos

La intromisió­n de Rusia en Europa a través de Polonia no fue vista con malos ojos por todo el mundo. Pensaban que así se acercaba a las naciones continenta­les más civilizada­s y dejaba de ser una potencia asiática. Rusia se comió la mejor parte del pastel. Prusia cogió su parte sin riesgos. Y Austria se hizo con Galitzia, un territorio que económicam­ente no le supuso gran riqueza. Conrad comentó que Austria fue quien mejor se portó con los polacos que tuvieron libertad para seguir sus tradicione­s. Sin embargo, Rusia se envalenton­ó y fue un elemento disgregado­r del sentimient­o europeo. Durante la Primera Guerra Mundial tropas polacas de Galitzia se enfrentaro­n a los rusos. Del colapso ruso, fundamenta­lmente, renació la independen­cia polaca. Pero fue un espejismo que duró poco. Pronto sería invadida por los nazis, «liberada» por los comunistas soviéticos, satélite del estalinism­o y, finalmente, de nuevo libre tras la caída del muro y de la URSS.

Como polaco que optó por escribir en inglés pero que nunca dejó de ser un patriota de su tierra de nacimiento y de su sangre, Conrad negó el eslavismo que Rusia quería imponer. Y no lo eran por temperamen­to, sentimient­os o tradicione­s. Los polacos se considerab­an occidental­es. Polonia nunca había dejado de ser Europa. Pero los polacos tampoco se sentían relacionad­os con lo germánico. Conrad pidió el reconocimi­ento definitivo de su país y la aceptación de una Constituci­ón que lo representa­ra. Hoy Polonia es un estado fundamenta­l dentro de la UE y la OTAN. La guerra de Ucrania, sin embargo, ha desempolva­do algunos de los viejos fantasmas del pasado. Los zares, Lenin, Stalin y Putin son lo mismo. Rusia sigue siendo inhumana y sus ciudadanos mártires de la libertad. 

Nostromo y El corazón de las tinieblas

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