ABC - Cultural

EL CINE GRAN LECTOR DE JOSEPH CONRAD

Si Conrad solo pudo haber visto en la pantalla aquella primera lectura de su obra el cine en cam bio ha visto a Conrad entero lo ha leído y releído

- OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

El más grande lector que ha habido no es Jorge Luis Borges, ni George Steiner, ni Umberto Eco, ni siquiera Garci o Ruiz Quintano… El más grande lector que ha habido es EL CINE, y cualquier repaso urgente o en profundida­d de las lecturas del cine no nos podría llevar a otra conclusión. Incluso podría decirse que el cine es un lector insensato, patológico, que se lee todo de todos, de los mejores y de los peores autores, y también que, por fortuna, no siempre sustancia ni aprovecha esa colosal voracidad literaria.

A propósito de esta humilde detección, traemos aquí a Joseph Conrad, tan leído por el cine y que apenas lo conoció, y sólo en su versión más pura, más muda y menos colorida, aunque vivió lo suficiente como para haber visto la primera película que se hizo sobre una obra suya, ‘ Victoria’, que la publicó en 1915 y Maurice Tourneur ( padre de Jacques Tourneur) la convirtió en película en 1919 con actores como Lon Chaney, Jack Holt o Wallace Beery. Recrea la historia de Axel Heyst con planos preciosos y cámara inmóvil, sin duda con más encanto que las varias adaptacion­es posteriore­s, la que hizo en 1930 William Wellman (‘Paraíso peligroso’), la de John Cromwell en 1940 (‘ Victory’), o la de Mark Peploe en 1996 (‘ Victory’), con Willem Dafoe, Irène Jacob y Sam Neill.

Un ancla encepada es peor que la más falaz de las falsas esperanzas que jamás embaucaran a los hombres o a las naciones dándoles sensación de seguridad

Agrandado

Si Joseph Conrad solo pudo haber visto en la pantalla aquella primera lectura de su obra, el cine, en cambio, ha visto a Conrad entero, lo ha leído y releído, lo ha interpreta­do, reinterpre­tado, empequeñec­ido y agrandado. En ‘Lord Jim’ ya se fijó en 1925 y fue el director Victor Fleming quien llevó su novela, en mudo, a la pantalla, y cuarenta años después, en 1965, fue Richard Brooks quien hizo una notable relectura de esa obra y borda la aventura del oficial de marina con una producción lujosa, una atmósfera muy conradiana y unos actores grandes, Peter O’Toole y James Mason.

De su novela ‘El agente secreto’ también se han hecho dos versiones, una en 1936, titulada ‘Sabotaje’ y que firmaba Alfred Hitchcock en Inglaterra y poco antes de irse a Hollywood, y otra también británica, en 1996, dirigida por Christophe­r Hampton y titulada igual que el original, ‘El agente secreto’.

La fuerza no es sino un accidente nacido de la debilidad de los demás

El espejo del mar y El corazón de las tinieblas

Un relato corto

A Conrad lo empequeñec­ió (sin proponérse­lo, claro) el polaco Andrzej Wajda en su adaptación de ‘ La línea de sombra’ (1976), un relato corto, precioso, marinero e iniciático y al tiempo de madurez y sazón al que el cineasta sumía en la calma chicha de su estilo. En cambio, otro de sus relatos cortos, ‘El duelo’, se vio engrandeci­do por la hermosa adaptación que hizo un director debutante, Ridley Scott, que tradujo el espíritu de Joseph Conrad a un fluido de imágenes que aún hoy resultan sorprenden­tes. Después, con el tiempo, Ridley Scott, enamorado de Conrad y de su novela ‘Nostromo’, desistió de hacer con ella la película que quería, y se tuvo que conformar con ponerle su nombre a la nave de ‘Alien’.

Hay mucho más cine de las páginas de Conrad, ‘ El aventurero’ ( 1967), de Terence Young, con Anthony Quinn, Rosanna Schiaffino y Rita Hayworth; ‘Gabrielle’ (2005), de Patrice Chéreau, poquita cosa sobre su relato corto ‘The return’; ‘ El hombre que vino del mar’ (1997), de Beeban Kidron; ‘Desterrado en las islas’ (1951), de Carol Reed, excelente cacería fílmica de su segunda novela…

Pero, el Joseph Conrad cogido por el cine, apresado por completo, glorificad­o en su prisión fílmica, es el Joseph Conrad de Coppola, como si el escritor hubiera hecho ‘El corazón de las tinieblas’ para que el cineasta pudiera repintarla en ‘Apocalypse Now’, y casi más aún, para darle a Marlon Brando los ingredient­es del hechizo para hacer su sortilegio con el coronel Kurtz. Como si, en el fondo, la novela fuera una versión libre de la película, una lectura previa en papel a su gran relectura de la pantalla.

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A. M. CHARRIS

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