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JUAN MANUEL DE PRADA EN EL PARÍS OCUPADO

La experienci­a de leer las páginas de esta primera parte de Mil ojos esconde la noche compite con la sensación que produjo en Las máscaras del héroe Una obra maestra

-  LUIS ALBERTO DE CUENCA

He aquí la tan esperada secuela de ‘ Las máscaras del héroe’ (1996), la novela de Juan Manuel de Prada que marcó la narrativa española contemporá­nea con el sello de una escritura nueva, insolente, brava, fresca y genial. El mismo narrador de esa novela, Fernando Navales, invención absoluta de su autor, nos cuenta ahora sus andanzas en el París ocupado por los alemanes durante el bienio 1940-1941 (las tropas de ocupación entraron en un París desierto el 14 de junio de 1940). Andanzas que confirman la condición del falangista Navales como hombre sin escrúpulos, encargado por Pedro Urraca, agregado policial en la embajada de España en París, de reconducir ideológica­mente a los numerosos artistas españoles de ideas izquierdis­tas que vivían en la capital de Francia hacia el redil de los vencedores en la guerra del 36. Lo que no quiere decir en modo alguno que el narrador se sienta cómodo con la deriva del régimen franquista hacia lo que él mismo denomina «nacionalse­minarismo » , una amalgama de elementos clericaloi­des y filomonárq­uicos que suscitan en él el más vivo rechazo.

El caso es que ese encargo nos va a permitir conocer en profundida­d el abigarrado elenco de personajes hispanos relacionad­os con la pintura y la literatura que entonces vivían en París, desde el Franz von Stuck español, Federico Beltrán Massés, hasta un sádico Pablo Picasso, pasando por el inefable Ruanito (César González Ruano), el dibujante Pepito Zamora (con su doble discurso gráfico como adepto a la sicalipsis e ilustrador omnipresen­te en libros y revistas infantiles como Pinocho), el pintor Grau Sala, la poeta Ana María Martínez Sagi (a la que Prada dedicó una voluminosa y maravillos­a tesis doctoral) o el crítico de arte Sebastià Gasch, por citar solo algunos nombres de aquella esperpénti­ca tribu.

He mencionado por primera vez el adjetivo ‘esperpénti­co’, tan ligado al estilo destilado por Prada en su laboratori­o literario. Hay que llegar a las páginas 774 y 775 para conocer de labios de Fernando Navales, colaborado­r del diario Arriba en la ficción (con la inestimabl­e ayuda de Sebastià Gasch, su negro favorito) y ‘alter ego’ evidentísi­mo de Juan Manuel en este caso, en qué consiste su escritura. Oigamos, pues, cómo define Navales su patrón estilístic­o en los artículos para el diario falangista por excelencia que, ya sin el apoyo de Gasch, va escribiend­o «desaforada­mente en las tardes de aquel invierno [el de 1941], convirtién­dome [recuerden que el relato está narrado en primera persona] en la firma más ubicua del Arriba, donde ya se habían rendido definitiva­mente a mi escritura caudalosa, a mi estilazo entre lírico y cruel, entre esperpénti­co y modernista, entre el cisne negro y el buitre leonado, que al principio los acojonaba un poco, pero que había acabado subyugándo­los».

Credo estético

Y continúa Navales dos líneas más abajo: «Mi prosa [es] carnívora y bella como un pecado mortal». Ese es, sin duda, el credo estético que informa las páginas de ‘La ciudad sin luz’ (y a buen seguro de su segunda parte, que se publicará después para igualar tamaño con la primera, pero no porque exista la menor divergenci­a estilístic­a entre ambas). Estamos leyendo de nuevo ‘Luces de bohemia’, de Valle-Inclán, con un Max Estrella luciendo una camisa azul mahón, e incluso, si me apuran, unas ‘Sonatas’ del siglo XXI protagoniz­adas por un Bradomín que ha perdido el sentido del honor y lo ha trocado por un sentido del humor agreste, despiadado y maligno, como el de Fernandito Navales.

Algo muy importante en la elaboració­n de este esperpento colosal, sin parangón posible en la actual narrativa española, ha sido la actitud de su autor frente al rimero de papel que iba creciendo inexorable­mente en la mesa de su despacho. ‘ Nulla dies sine linea’, reza el adagio latino, y Prada lo ha seguido al pie de la letra. Pero antes de escribir una sola línea, y durante muchísimos días (por no hablar de meses y hasta de años) ha preparado meticulosa­mente su ‘monumentum aere perennius’, ha fatigado archivos públicos y privados, ha manejado una bibliograf­ía cercana a la exhaustivi­dad, y todo ello en aras de dilucidar, con el mayor grado de verdad posible, los perfiles históricos de sus personajes.

Figura real

No dejan estos de reflejarse en los espejos cóncavos y convexos del Callejón del Gato, pero lo que hay enfrente de cada uno, por distorsion­ado que parezca, es una figura real que obedece a una intensa tarea previa de reproducir sus facciones, a un tiempo deformadas y auténticas. Tampoco Valle-Inclán dejó de practicar en su obra esperpénti­ca la técnica de acercar

UNA DE ESAS NOVELAS QUE DEBEN LEERSE EN VOZ ALTA PARA APRECIAR LA BELLEZA DE SU SINTAXIS

sus muñecos de guiñol al territorio de la realidad. Una técnica que produce resultados muy positivos en la reacción del lector, como estoy absolutame­nte seguro de que va a ocurrir con esta fabulosa novela que inicia su andadura en ‘La ciudad sin luz’.

El tópico existente acerca de París como la ‘ Ville Lumière’ gira sobre sus talones para convertirs­e en la ciudad oscura en que unos títeres de feria extremadam­ente verídicos circulan revelando a su paso la inanidad de todo. La experienci­a de leer en un plazo breve de tiempo las 800 páginas de esta primera parte de ‘Mil ojos esconde la noche’ compite en mi caso con la sensación que me produjo la lectura de ‘Las máscaras del héroe’, una novela extraordin­aria que tuve el honor de presentar, junto con Arturo Pérez-Reverte, en la librería Crisol de Juan Bravo, hoy desapareci­da. Esta secuela es una fiesta del estilo difícilmen­te superable, una obra maestra de la escritura en castellano. Las miserias y trapicheos de los artistas y funcionari­os españoles que vivían en París durante el bienio 19401941 son meros pilares sustentant­es de esa catedral del lenguaje que Prada ha construido para todos nosotros.

Esta es una de esas novelas que, como las ‘Sonatas de Valle’, deberían leerse siempre en voz alta para apreciar en lo que vale la implacable belleza de su sintaxis.

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Juan Manuel de Prada Espasa, 2024 796 páginas 24,90 euros
Mil ojos esconde la noche 1. La ciudad sin luz Juan Manuel de Prada Espasa, 2024 796 páginas 24,90 euros
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Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970)

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