La luna fuera de su órbita
Andrea Marcolongo en Desplazar la luna justifica su querencia por el Museo de la Acrópolis
Desplazar la luna. Mi noche en el Museo de la Acrópolis Andrea Marcolongo Taurus, 2024 208 páginas 18,90 euros
La primera acampada que Andrea Marcolongo hizo en su vida fue también la primera ocasión en la historia del Museo de la Acrópolis en la que se permitía a un visitante pernoctar en su interior. La autora del celebrado ensayo sobre el griego antiguo ‘La lengua de los dioses’ escribe en su último libro sobre esa velada junto a los mármoles del Partenón, enmarcada en el proyecto ‘Mi noche en el museo’ de la editorial francesa Stock. En ‘Desplazar la luna’, la helenista italiana justifica su querencia por un museo en el que las ausencias predominan sobre el patrimonio: la mayoría de las esculturas de Fidias que se conservan están en Londres.
La andadura del Museo de la Acrópolis se remonta a la retirada de los otomanos en el XIX, pero fue reconstruido y ampliado hace apenas quince años con el anhelo de recuperar los mármoles arrancados del Partenón por el embajador inglés lord Elgin y vendidos posteriormente al Museo Británico. ‘Desplazar la luna’ cuenta los detalles del «robo» desde un enfoque personal y lleno de interés. Marcolongo va entremezclando la novelesca biografía del antihéroe Elgin con el relato de las ausencias de su propia vida: su padre, su país, su lengua. Todo ello, mientras se enfrenta al saqueador: «Si esta noche estoy aquí, sola ante los mármoles del Partenón, es para obligar al depredador a volver a encontrárselos doscientos años después».
El impostor
En realidad, se confiesa fascinada por lord Elgin. Entre las lecturas que escoge para esa noche en el museo no están ni Homero ni Platón, como cabría es
perar, sino la biografía del embajador inglés y ‘El adversario’ de Carrère: la historia de un «ladrón», al que llega a compadecer, y la de un impostor devenido en asesino. Su identificación con ambos pasa por apropiarse de una lengua y una cultura que no le pertenecen, y sentirse ella misma a menudo bajo el síndrome del impostor: «no soy más que la enésima descendien
te de Elgin que ha pensado levantar su vida sobre las cenizas del mundo antiguo con la única finalidad de vender: que se trate de mármoles o de libros no tiene ninguna importancia».
Siguiendo la estela de lord Byron (azote de Elgin y autor de ‘La maldición de Minerva’, profético poema con el que lo señaló), y a modo de ‘ héroïne grecque’ (como la describió Le
Monde), Marcolongo no duda en responsabilizarse del «robo que los occidentales hemos perpetrado durante siglos». Su ensayo reivindica la deuda contraída con Grecia. Lo hace compaginando momentos de encendida belleza con otros de indignación, en un tono que, quizá por la «vocación de infe
EN ESTE TRABAJO MARCOLONGO REIVINDICA LA DEUDA CONTRAÍDA CON GRECIA
LA QUERENCIA POR UN MUSEO EN EL QUE LAS AUSENCIAS PREDOMINAN SOBRE EL PATRIMONIO
licidad» de la autora, alcanza cotas de intensidad que podrían hacer recordar a algunos lectores que también la comedia se inventó en la antigua Grecia.
Corte nacionalista
No sólo se habla del pasado en estas páginas. La situación del patrimonio histórico mundial se aborda con algunos ejemplos actuales en los que Marcolongo huye de lecturas presentistas o de corte nacionalista, al tiempo que ofrece soluciones moderadas que no siempre pasan por la restitución. Para la helenista, el caso de la Acrópolis es singular y conlleva, además, una advertencia: la importancia cardinal de proteger el mundo clásico. Su desaparición supondría una pérdida equivalente al saqueo del Partenón en el XIX. Un testigo del expolio lo comparó con ver la luna salirse de su órbita.