El final de las leyendas
Libro extraordinario de Carl Henrik Lange baek que debe modificar puntos de vista dogmáticos y desmontar el realismo mágico
Era cuestión de tiempo que el siglo XVI hispano, tan bien definido por Gruzinski como fundador de la primera globalización, empezara a ser integrado en las historias posnacionales al otro lado del Atlántico. La normalización historiográfica ha tardado demasiado en llegar, pero al fin está aquí. El imperio español, o si se prefiere la monarquía española, fue una gigantesca entidad política multicontinental que se integró durante el Renacimiento y se fragmentó desde 1810, previo suicidio político de sus elites. En calidad de experiencia histórica compartida, reflejada en una comunidad actual de idioma, leyes, patrimonio y estilos de vida, representa una suerte de cuadro de familia. Puede no gustar a sus herederos y ser tachada de origen de calamidades. Ahí tenemos el pasatiempo favorito de negrolegendarios y «decolonizadores». O puede apelarse al inútil providencialismo de la leyenda rosa. La historia, por definición, representa un escenario antilegendario, abierto a realidades complejas. Ni tan malas ni tan buenas, sutilmente mediocres, en todo caso inevitables.
EN ESTE LIBRO, el arqueólogo e historiador Carl Langebaek continúa su libro anterior, ‘Antes de Colombia...’. Si aquel volumen terminó en ‘El desenlace’, alrededor de 1492, el actual arranca con ‘La sociedad conquistadora’, fijándose en la España del siglo XV. La perspectiva de la guerra de frontera, trasvasada desde la reconquista medieval peninsular al Caribe, con una corona legalista y moderna empeñada desde los reyes católicos en mantener el control y poner límites a los empresarios del capitalriesgo global, que luego calificamos como conquistadores, ocupa las siguientes páginas. Lo sustantivo reside en que el autor desmonta los mitos sobre la conquista de América. Frente a las versiones que presentan a los españoles como dueños de toda iniciativa, con indios y negros como «caníbales o pacíficos sabios ambientales», aparecen una multiplicidad de reacciones y adaptaciones. Por supuesto, las evidencias que muestran a algunos españoles intentando moderar la crueldad y violencia de sus aliados nativos en el trato hacia otros indígenas, restablecen el cuadro de las verdades necesarias.
RESULTA FASCINANTE LA ACTUACIÓN de españoles habilidosos como Julián Gutiérrez, conquistador del Darién, protegido por la corona y casado con una indígena, conocido por tratar a los naturales «con amor y sin guerra y desasosiego». Sí llaman la atención las enormes diferencias en el papel jugado por las mujeres, como diplomáticas, guerreras, negociadoras o cautivas. El epílogo dedicado a los «señores de minas» es ejemplar: «Algunos se hicieron ricos, muchos siguieron igual de pobres y no pocos murieron, así de simple». Como en cualquier otro lugar. América no fue nunca diferente.