«Si existe una nueva materia ha de haber una nueva mente»
La artista española de origen austriaco de principio a fin gracias a tres citas imprescindibles que repasan un legado de cinco décadas interesada por la materia
Estamos de enhorabuena: una triple exposición permite leer casi al completo a Eva Lootz ( Viena, 1940). Una en el Reina Sofía (‘Hacer como quien dice’, desde el 12 de junio), sobre sus inicios; otra en la Sala Kubo Kutxa (Donosti), que aborda sus primeros cambios, su deseo de superar la separación cuerpo-mente; y la tercera, ya en Alcalá 31 (‘Si aún quieres ver algo…’), con sus conclusiones más recientes. Más de 50 años mostrando un interés por la materia que le ha llevado a trabajar con todos los materiales, con todas las técnicas. —Doble exposición en Madrid en menos de un mes. Sobreexposición tras una larga sequía. ¿Cómo lo afronta?
—Tiene cierto interés que van a coincidir hasta tres muestras porque hay que incluir la que se celebra en San Sebastián en la Sala Kubo Kutxa. Lo importante es que se va a poder ver un hilo que lo atraviesa todo basado en mi interés por la materia. El cómo todo empezó se reflejará en el Museo Reina Sofía. San Sebastián se ocupa más de mi deseo de superar el dualismo cartesiano que tenemos férreamente asentado y que nos lleva a diferenciar mente y cuerpo. De esa diferenciación nacen todos nuestros dualismos. Finalmente, en Alcalá 31, se incluye mi trabajo más reciente. En la planta superior, se expone una serie amplia de dibujos, son 989 que realicé durante la pandemia, y, en la inferior, una instalación que se ocupa del tema de la resonancia. —Empezamos por Alcalá 31, por lo que tiene de novedad. ¿Cómo explicaría ‘Si aún quieres ver algo…’?
—Ese título es una frase atribuída a Cézanne que decía «si aún quieres ver algo date prisa porque todo está desapareciendo». La muestra se desarrolla entre dos sentencias. La otra es la que reproduzco en la planta superior: «El agua es el nombre futuro de la sed». Ambas aluden a esa serie de desapariciones, amenazas resultado de la desestabilización climática, de la crisis del agua, de los hidrocarburos… También en el ámbito cotidiano empezamos a ver que nos faltan cosas, pues la exposición habla de un mundo que conocíamos y está desapareciendo. Por no hablar de la desaparición de culturas. La parte superior se ocupa de las lenguas de América Latina que están extinguiéndose y, con ellas, muchísimas culturas.
—Ese tema ya lo había tratado en Patio Herreriano. Dice que esa cita le supuso «un cambio de perspectiva».
—Sí, porque me invitaron también a intervenir el actual Museo Nacional de Escultura. Y me impactó mucho intervenir un lugar que fue en su día protagonista de la llamada Controversia o Disputa de Valladolid, donde se enfrentaron Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda por la integridad de los indios de las colonias españolas. Sobre las consecuencias, ese choque en América, es sobre lo que trabajé toda la pandemia. —Son ‘Los dibujos que piensan’ de Alcalá 31.
—Son 26 series, 26 paneles, todos en DIN-A, que llamé así para oponerlos a ‘Los dibujos que no piensan’, que expuse hace poco en Barcelona en la Suñol. —¿Qué los diferencia?
—Los que no piensan son dibujos que nacen tras mi viaje a Japón y la necesidad casi física de simplemente dejar que la mano se moviera sobre el papel, mientras que aquí hay siempre algo que me conmueve fuertemente. No son metáforas, ni son narrativos, pero sí una especie de diarios. Se implican con temas como los del enfrentamiento, el mestizaje, la traducción.
—Si algo caracteriza su producción es el deseo de dar visibilidad a lo invisible. ¿Adquiere esto un matiz más literal en esta exposición, que se asienta en la fosforescencia? —Es muy llamativo que lo más duro que existe en la Tierra que son las rocas entre en resonancia con lo más ligero y etéreo como es la luz. Y es que resulta que hay minerales que son luminiscentes. Esa instalación tiene un sabor claramente subterráneo, de mina, de cripta, también de mausoleo. Porque incluye unas fresqueras con los nombres de mujeres y hombres asesinados por defender su territorio y la posibilidad de supervivencia de su cultura: Berta Cáceres, Remigio de la Cruz… —Insiste mucho en superar la brecha cartesiana que separa Cultura y Naturaleza…
—Y ahí hay algo interesante, esa materia tratada hoy a nivel nanométrico que nos lleva a que ahora tengamos un nuevo concepto de la misma. Eso obliga a repensar también lo que entendemos por inteligencia.
—Si nos trasladamos al Reina Sofía, allí donó recientemente una veintena de obras, con algunas de las cuales se conforma ahora la exposición. ¿Será una retrospectiva? —También se unirán otras que no son del legado. Y va a dar lugar a que el espectador vea cómo empezó todo. Mi punto de partida era claro: no dejar lugar a que se metieran en los trabajos opiniones o experiencias personales. Hice cuadros, sí, pero los abandoné rápido.
—La donación en un anticipo: prometió ceder todo su legado. ¿Por qué tomó la decisión? —Básicamente porque no tengo herederos. Hablé con el entonces director Borja-Villel y a través de la Fundación se puso el deseo sobre la mesa. Estoy muy agradecida de que hayan aceptado porque así me aseguro de que queda un cuerpo amplio que se puede estudiar en el futuro.
—Se lo habrán preguntado mil veces, pero, ¿por qué apostó por un país en dictadura para iniciarse como artista?
—El primer impulso fue irme de donde estaba. Y siempre quise ir hacia el oeste. Hice una película con Paloma Chamorro, que posiblemente se exhiba en el Reina Sofía, que también tenía en cuenta lo que escribió LéviStrauss sobre cómo la dirección que recorre el sol a diario de este a oeste es entendido en el consciente colectivo como la dirección de la perfección.
—En Alcalá 31 explica cómo el sistema ha tratado a la mujer como a un otro. ¿Usted se ha sentido afectada profesionalmente por ser mujer?
—He sentido muchas cosas, pero no tanto en lo que se refiere a exponer. Cuando he tenido proyectos, he conseguido sacarlos. De todas formas, cuando yo llegue, había muy pocas mujeres que se dedicaran a esto. Y en 1983 no era habitual hacer una exposición con 500 kilos de mercurio como hice en Almadén.