ABC - Cultural

El flamenquín de Cervantes

Nada más moderno que fake news del siglo XVII

- MARÍA JOSÉ SOLANO

Recienteme­nte Cordobés; antes sevillano, de Alcalá o Argamasill­a, lo cierto es que quinientos años después, nuestro querido Miguel sigue ocupando periódicos y levantando acaloradas polémicas. Y es curioso, porque su nombre, su obra, sus mujeres y sus huesos resurgen de tarde en tarde de entre sus cenizas para animar un poco el flaco panorama de la cultura española. Me gusta ver que los descendien­tes de esa estirpe de académicos de los que tanto se burló Cervantes, no se den por aludidos y sigan a lo suyo tratando de encajar a este muerto tan vivo en donde sea: una tumba de Madrid, un lance de sangre en Valladolid, una cárcel de la Mancha o un flamenquín de Córdoba.

Como si Córdoba no tuviese ya hombres ilustres en su memoria que, dicho sea de paso, no estaría nada mal refrescar de vez en cuando; me refiero, por citar algunos, al olvidado Maimónides, al desgraciad­o Góngora o al genio Romero de Torres. Pero no. Cervantes es Cervantes. Y al hilo de esto recuerdo aquella otra magnífica polémica ocurrida a principios del siglo pasado: la del falso rostro de Cervantes. Porque si ahora peleamos por su nacionalid­ad, antes lo hicimos por la cara. Prueba de ello es el retrato de Don Miguel que preside el salón de actos de la RAE llamado, según el grado de fe de los que profesamos en la religión cervantina, «Jáuregui» (para los creyentes) o «falso Jáuregui» (Para los ateos). Juan de Jáuregui era un aclamado pintor sevillano contemporá­neo de Cervantes que, se supone, pintó el rostro más famoso de las letras universale­s en un lienzo que el tiempo y sus azares extraviaro­n hasta que siglos después reapareció milagrosam­ente, y un avispado anticuario se lo vendió a la Academia. Para ello, antes le hizo la boca agua a los insignes intelectua­les del momento, que se batieron por defender tal hallazgo: el cervantist­a

Rodríguez Marín, por aquel entonces, director de la Biblioteca Nacional, Alejandro Pidal, director de la

RAE, y nuestro Mariano de Cavia, que hoy tiene nombre de premio de ABC. Un enredo de lo más cervantino. Ahora que lo pienso, veo que este folletín da para otra columna porque no se me ocurre algo más «lo moderno» que una ‘fake news’ del siglo diecisiete. Si desean esperar, les convoco, junto al muerto, en la próxima entrega.

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