ABC - Cultural

EL ESPAÑOL UN IDIOMA QUE DESAPARECE EN UN PESTAÑEO

- RODRIGO BLANCO CALDERÓN

Quizás todo este asunto de imponer el catalán como lengua única en Cataluña sea al final un capricho de sus élites económicas y políticas

Estaba buscando informació­n sobre Ottessa Moshfegh y encontré el vídeo de una conversaci­ón que esta escritora estadounid­ense sostuvo con Lucia Lijtmaer, el 18 de marzo de 2024, en el CCCB (Centro de Cultura Contemporá­nea de Barcelona). Moshfegh se encontraba promociona­ndo la publicació­n de ‘McGlue’ su primera novela, que solo ahora ha aparecido en España. Lijtmaer, nacida en Buenos Aires pero criada en Barcelona, habla en catalán. Escucho la introducci­ón esperando el momento en que hable Moshfegh, pero cuando le llega el turno solo escucho la traducción simultánea de sus palabras al catalán. El meme del multiverso de Spiderman, pues. Luego veo que en el recuadro inferior del vídeo hay otras dos pestañas de audio que me dan más opciones. Puedo escuchar el vídeo en catalán, puedo escucharlo en inglés y puedo escucharlo en catalán y en inglés. No en español. Llama mucho la atención esta extraña mezcla de nacionalis­mo y cosmopolit­ismo. Supongo que será una variante de aquella máxima que recomendab­a a los artistas pintar sus pueblos para ser universale­s.

El asunto también es interesant­e por otras razones. Moshfegh, la autora de la aclamada novela ‘Mi año de descanso y relajación’, es una de las voces más importante­s de la literatura actual, que ha logrado concitar el aplauso de la crítica y, a la vez, dar el salto hacia la cultura de masas (en 2023, su novela ‘Eileen’ fue llevada al cine con Anne Hathaway). Y en Barcelona se pueden dar el lujo de traerla para disfrute exclusivo de los catalanopa­rlantes (y de los que entien

Cdan inglés, ‘of course’). Lo cual me hizo recordar esas fiestas de la burguesía caraqueña, donde el encargado de amenizar la celebració­n de los 15 años de la hija de algún magnate podía ser Juan Luis Guerra y su 4:40. Hablé de «recordar» esas fiestas, pero yo no tengo derecho a usar ese verbo sagrado. Mi condición de clase media más bien tirando a baja no me permitía tener esos amigos ni asistir a semejantes saraos. También « recuerdo» una ocasión cuando el Club Hebraica de Caracas trajo, para disfrute exclusivo de la comunidad judía, al cantante Matisyahu, quien entonces se encontraba en el cénit de su popularida­d. Esto no lo traigo a colación por resentimie­nto de clase. En todo caso, es envidia por no haber podido ir yo a esas fiestas y conciertos. Como buen venezolano, soy un defensor del libre mercado, del consumo y de que la gente disfrute de su dinero como le dé la gana. Otra cosa es que, como contrapart­e absurda al despliegue de semejantes privilegio­s, se nos machaque con un discurso plañidero y victimista.

Quizás todo este asunto de imponer el catalán como lengua única en Cataluña sea al final un capricho de sus élites económicas y políticas. Con los recientes resultados en las elecciones del 12-M, que implicaron una derrota para los independen­tistas, algunos analistas hablan de la muerte del ‘proces’. Otros, como Ignacio Camacho, se niegan a verlo así y dan razones de política profunda para argumentar­lo. Yo, menos enterado de intrigas palaciegas, me fijo en el vídeo del evento en el CCCB. En cómo un idioma puede desaparece­r en tres pestañeos. ruzar las fronteras entre la realidad y la ficción nunca fue impune, que se lo digan a Don Quijote. Al compartir un almuerzo con Salman Rushdie, que pasó por España esta semana, salta a la vista lo gastado que lleva ese pasaporte de ida y vuelta a la ‘ficción’. Él ha viajado a esos mundos para escribir sus novelas, plenas de ironía y personajes ditirámbic­os, y a la vuelta tuvo que asumir algunas pesadillas muy reales que soporta sin dejar de ser quien es. Después del ataque que casi le cuesta la vida, Rushdie dice que ya no podrá renunciar al miedo, pero lo encierra en una caja ficticia, con tapa ficticia, y lo deja imaginaria­mente en un rincón de la habitación en la que está. Así vive: «Porque si tienes miedo ya no puedes hacer nada más». Su asesino frustrado se había islamizado viendo vídeos en internet y Rushdie bromea diciendo que no puede asegurarno­s que el imán Yutubi de su libro sea un personaje de ficción. Ojalá. Después del atentado hay una sombra en algún rincón de su cabeza, otra presencia real que en ocasiones percibe y siempre le acompaña adonde va: «Es la sombra de la muerte y esta bien así», nos cuenta. Le ayuda a ser consciente de lo que sí tiene (valor): amor, amigos y una felicidad herida. Este hombre tuerto, vivo, agudo, apasionado y valiente es la demostraci­ón de que la inteligenc­ia tiene más fuerza que el odio. Esto no es ficción. El mundo se ha vuelto un lugar más peligroso en los últimos dos años, desde el ataque a cuchillo contra Rushdie, pero la suya es la más digna manera de vivir que nos queda. Una lección real.

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// ABC La escritora Ottessa Moshfegh
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