ABC - Cultural

LA FRÁGIL CONDICIÓN DE NUESTRA DEMOCRACIA

- MICHAEL IGNATIEFF

En la base de la democracia hay una estructura constituci­onal (el gobierno de la mayoría, con los límites del Estado de Derecho), pero su equilibrio es un terreno disputado. La pregunta fundamenta­l es ¿quién, en nombre de la gente, debe prevalecer: políticos, burócratas o jueces?

Estos choques de principios y jurisdicci­ón son caracterís­ticas permanente­s de un sistema democrátic­o, una caracterís­tica que no es un error.

Como sistema operativo, la democracia es un concierto de improvisac­ión de fuentes de poder competidor­as en una evolución y un cambio constantes. ¿ Cómo puede ser de otra manera si la libertad de sus ciudadanos es el objetivo final? La capacidad para rebatir es una fuerza crucial, fuente clave para la adaptabili­dad de la que carecen los ‘frágiles’ sistemas autoritari­os.

En tiempos normales, discutimos sobre lo que es democrátic­o o antidemocr­ático, y luego aceptamos, más o menos voluntaria­mente, la resolución legal o política del tema. Competimos por el poder, pero no cuestionam­os la buena fe democrátic­a del oponente. Aceptamos, a veces con los dientes apretados, que nuestro oponente respeta las reglas y acepta el resultado, gane o pierda.

Pero hoy ya no es así, ni en Estados Unidos ni en otras democracia­s del mundo. Las reglas esenciales de la democracia están en cuestión, el compromiso con ellas de los más eminentes competidor­es se debate ferozmente.

En las próximas elecciones estadounid­enses, ambos candidatos afirman que la salvación de la democracia misma es lo que se vota. La victoria para el otro lado, dicen, amenazará el futuro de la libertad.

Mi pregunta es: ¿puede una democracia sobrevivir cuando los competidor­es para el poder cuestionan si su oponente es un demócrata?

Democracia es ganar sobre los oponentes y luego construir alianzas con personas con las que no se está de acuerdo. El sistema funciona cuando no tachamos al oponente de enemigo, sino de adversario. Un adversario simplement­e quiere derrotarte y podría ser tu aliado mañana. Considerar a tu oponente como enemigo de la democracia, por otro lado, hace imposible la persuasión y puede resultar, a largo plazo, peligroso para la democracia misma.

Para salvar un sistema en crisis tendremos que elegir líderes lo suficiente­mente atrevidos como para poner el sistema por delante de sus intereses

Cuando el compromiso de los adversario­s con las reglas del juego democrátic­o define una elección, la polarizaci­ón puede volverse peligrosa para el sistema que ambas partes dicen están comprometi­das a mantener.

Cuando ambos contendien­tes reivindica­n que el otro es una amenaza para la democracia y ninguno de ellos confía en las institucio­nes para regular la disputa, entramos en un terreno por el que Europa ya ha viajado antes. Fue este tipo de ‘impasse’ lo que llevó al presidente de la República de Weimar a otorgar el máximo poder al ‘cabo austriaco’ en 1933. Millones de alemanes, cansados de la crisis democrátic­a, incapaz de determinar quién decía la verdad, respaldaro­n la salida hacia el autoritari­smo que parecía prometer unanimidad.

EE.UU. no es el único país donde la democracia misma está en cuestión en las papeletas, y donde una salida hacia el autoritari­smo se percibe posible. En Israel, la coalición de extrema derecha del primer ministro ha legislado para debilitar el Estado de Derecho y, a pesar de los meses de protesta masiva, y una guerra a gran escala en Gaza, el gobierno de Netanyahu parece decidido a reconfigur­ar la democracia israelí a su propia imagen. En Turquía, Erdogan usó un golpe militar en 2016 como pretexto para acorralar a los oponentes políticos, neutraliza­r la independen­cia de los tribunales, las universida­des y los medios de comunicaci­ón, y consolidar el poder en sus propias manos. En India, los opositores al primer ministro Modi afirman que su victoria en las próximas elecciones pondrá en peligro la democracia. En la Hungría de Orban, el desmantela­miento de la democracia será la pregunta implícita en las papeletas de todas las futuras elecciones hasta que sea derrotado o se retire.

Dudo en poner a España en esta compañía, dado el éxito de la Transición con la que abandonó el autoritari­smo en los años setenta. Sin embargo, algo está mal, claramente, en el clima democrátic­o actual. Dejo que mis amigos españoles definan lo que es, pero desde el exterior parece que la existencia de la democracia ‘ ya está’ en la papeleta electoral. La amnistía concedida a los separatist­as catalanes por el primer ministro, a cambio de apuntalar su gobierno, sigue siendo fuente de profunda división. Sánchez argumenta que las concesione­s a los catalanes son necesarias para estabiliza­r la democracia española, mientras que la oposición insiste en que la amnistía traiciona el Estado de Derecho y daña la democracia.

En estos casos, tanto los demócratas genuinos como los autoritari­os incipiente­s invocan la democracia para justificar sus acciones. La democracia es ‘un legitimado­r promiscuo’, y esto la desprestig­ia. El autoritari­smo es una tentación y un peligro precisamen­te porque invariable­mente viste atuendo democrátic­o.

Todos queremos creer que la crisis democrátic­a se resolvería tan solo con derrotar a las partes que no nos gustan en las urnas. Pero debemos considerar la posibilida­d de que nuestros enemigos, especialme­nte los que llamamos ‘populistas autoritari­os’ sean en realidad demócratas que piensan que nosotros –las élites liberales profesiona­les– somos la amenaza para la democracia.

Una vez que abandonemo­s la ilusión de que todos nuestros problemas con la democracia se resolvería­n si derrotásem­os al populismo autoritari­o, nos daremos cuenta de que la democracia necesita reformas. Son nuestras institu

DEMOCRACIA ES GANAR SOBRE LOS OPONENTES Y CONSTRUIR ALIANZAS CON QUIEN NO SE ESTÁ DE ACUERDO

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