ABC - Cultural

DE LA ANGUSTIA AL FATALISMO

- POR PEDRO G. CUARTANGO

Henning Mankell retrató en La falsa pista la corrupción y el machismo de las altas esferas de la sociedad sueca

Henning Mankell anunció en 2014 que, en un reconocimi­ento rutinario, el médico le había diagnostic­ado un cáncer de pulmón con una avanzada metástasis. Murió año y medio después en Gotemburgo. Había cumplido 67 años. «Intento dominar el miedo», dijo al conocer su enfermedad, consciente del inevitable desenlace.

El escritor sueco había desarrolla­do una carrera en el mundo del teatro cuando publicó ‘Asesinos sin rostro’ en 1991 con enorme éxito de público y de crítica. Sus editores efectuaron nueve reimpresio­nes en seis meses y la televisión sueca realizó una serie. Mankell se convirtió en un fenómeno literario no sólo en su país sino en toda Europa. En España, sus libros, editados por Tusquets, tuvieron una gran aceptación.

Kurt Wallander, el policía que protagoniz­a sus novelas, se hizo un personaje tan popular como Maigret o Poirot, sin el menor parecido con ellos. Es depresivo y solitario, amante de la ópera, aficionado a la bebida, separado de su mujer, apesadumbr­ado por la mala relación con su hija. Ejerce su trabajo en una pequeña ciudad del sur de Suecia. No se entiende con sus jefes, está marginado por su inconformi­smo, pero no se siente tentado a abandonar una profesión que le produce hastío porque este Don Quijote nórdico posee un fuerte sentido de la justicia.

Las investigac­iones de Wallander son el hilo conductor de doce novelas publicadas desde 1991 a 2009. La quinta es ‘La falsa pista’, que es la que yo recomendar­ía a quien quiera acercase a la obra de este singular creador, frustrado por el desamor de su madre, una infancia desgraciad­a y una juventud sin oficio ni beneficio, tan pesimista y melancólic­o como el inspector, su ‘alter ego’.

‘La falsa pista’ transcurre en el caluroso verano de 1994, mientras los aficionado­s siguen con pasión los Mundiales de Fútbol. Wallander se dispone a tomarse unas cortas vacaciones cuando una muchacha se suicida a lo bonzo. El inspector intenta averiguar la identidad y los motivos de esta chica hasta que descubre que hay un asesino en serie que no tiene intención de parar. Las primeras víctimas son un ex ministro de Justicia, un millonario, un marchante de arte y un ladrón de poco monta, que aparecen asesinados.

La investigac­ión avanza hasta alcanzar las altas esferas de la política, mientras Wallander pone en peligro su vida y la de su familia al intentar llegar hasta el implacable asesino, un perturbado que sirve al autor para retratar la hipocresía y la decadencia moral de la sociedad sueca. La visión profundame­nte pesimista de Mankell choca con la idílica percepción del modelo escandinav­o que nos habíamos forjado en la década de los 70 y saca a la luz el machismo, la corrupción y la violencia que se esconde en la cara oculta del país.

Hay también un fatalismo en la novela que impregna toda su obra. El escritor sueco cuenta en sus memorias, tituladas ‘Arenas movedizas’, publicadas unos meses antes de su fallecimie­nto, que desde niño había tenido la pesadilla recurrente de que iba a morir tragado por el cieno o las aguas del mar. Un recuerdo que le atormentab­a desde que, a los ocho años, vio desaparece­r a una compañera al quebrarse la fina capa de hielo sobre la que pisaba.

Mankell vivió profundame­nte angustiado en el sentido kierkegaar­diano de la palabra. Esa angustia impregna también el carácter de Wallander, que confiesa que ha perdido la ilusión de vivir y que sufre un invencible distanciam­iento de todo lo que le rodea.

Tal y como fue su vida errante entre Europa y África, sus novelas son un viaje hacia el interior del ser humano, que, a pesar de la adversidad es capaz de sacar lo mejor de sí mismo. Wallander lo hace cuando arriesga su vida para atrapar a los culpables. Y no lo duda porque es un buen policía, como le dice su compañero y amigo Rydberg que está a punto de morir por un cáncer.

Wallander le pregunta a Rydberg, unos años mayor que él, si alguna vez se ha arrepentid­o de haber elegido la profesión de policía. «Nunca», responde. Y Wallander, como Mankell, sabe muy bien que esa es la respuesta correcta porque cada uno está condenado a seguir su propio destino. En el fondo, las novelas de Mankell tienen mucho de tragedia griega. Tal vez sea ésa la razón de su éxito. Nueve años después de su muerte, nadie ha llenado el hueco que dejó.

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REFLEJO. La visión profundame­nte pesimista de Mankell choca con la idílica percepción del modelo escandinav­o que nos habíamos forjado en los 70
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