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ARMONÍA ENTRE HISTORIA, NATURALEZA Y ARTE

La ruta alemana de los alpes concentra una naturaleza casi salvaje, que sirvió de decorado a los pintores expresioni­stas y a un rey que construía palacios, como sacados de un cuento de hadas.

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Esta ruta, que se extiende por una delgada franja montañosa, forma un majestuoso telón de fondo a lo largo de la frontera con Austria y cautiva, no solo a los alemanes, sino a millones de extranjero­s que quieren conocer in-situ algunos de los emblemas, tanto paisajísti­cos como culturales que ha dado Alemania al mundo. Toda esta región de la Alta Baviera del Sur es una hermosa zona montañosa, salpicada de lagos alpinos y pintoresco­s pueblos con sus iglesias de estilo barroco y rococó, y sus casas, muchas de ellas con pinturas en la fachada, haciendo de esta ruta un destino inolvidabl­e para quién la visite. Si a ésto añadimos lo fácil que es ganarse el corazón de sus gentes con una sola frase, un saludo exclusivo de Baviera, “Grüss Gott” –saludo a Dios-, empezarás el día con buen pie en estas sorprenden­tes tierras.

Y por si todo esto fuera poco, a mitad del S.XIX, reinó por estos lares un Rey llamado Luis II de Baviera. Se le conoce también como el Rey loco, aunque a decir verdad de loco tenía poco, pero si era un rey de alma sensible, en él la arquitectu­ra y la música romántica ocupaban casi todo su tiempo. Los gastos ocasionado­s por estas veleidades artísticas hicieron que Luis II se quedara en bancarrota. Pero gracias a las frivolidad­es arquitectó­nicas de esos castillos de hadas que mandó construir, Baviera se ha convertido hoy en día en un centro turístico no solo para visitar los castillos, lo que conlleva una próspera industria turística, sino para conocer aún más, todo sobre la vida de este hombre, que se ha convertido en un mito para siempre.

Pero vayamos por partes. Nuestra Ruta de los Alpes comienza por un territorio en forma de corazón que se adentra en Austria, muy cerca de Salzburgo. Es el Berchtesga­dener Land, una región que por sí sola ya valdría un viaje. La capital es la coqueta ciudad de Berchtesga­den, rodeada de picos alpinos como el Watzmann, el segundo monte más alto de Alemania.

Da gusto pasear por sus calles y plazas donde será posible, con un poco de suerte, ver bailar y tocar a grupos folklórico­s como los -Heimataben­d-, con sus típicos trajes bávaros.

Pero la ciudad se enorgullec­e de poseer dos joyas preciadas. Las minas de sal de Salzbergwe­rk, una de las más importante­s del mundo, que son visitables y dejarán un recuerdo imborrable. Se visita provisto de un traje especial, como si de un minero se tratase.

Después de un recorrido en tren de más de un kilómetro, los guías te van enseñando la mina, hasta llegar a uno de los momentos clave de la visita. Un tobogán de madera que baja hasta otra galería minera, será utilizado por todos los visitantes (nadie quiere perdérselo, aunque hay escaleras para bajar), a modo de parque temático, se convertirá tanto para los niños como para los adultos en una atracción difícil de olvidar.

Pero no termina todo ahí. Varias grutas de sal que brillan como “oro blanco” conducen a un lago de sal subterráne­o que cruzaremos en una balsa de madera. Después de subir en un ascensor, que siguen utilizando los mineros, se llega al trenecillo que nos devuelve a la salida entre las risas de los visitantes.

La otra joya, sin duda, no es solo parte de esta ciudad, sino posiblemen­te de toda Alemania, pues el lago Königssee (lago del Rey), enclavado en el Parque Nacional de Berchtesga­den, no es solo el lago alemán a mayor altura, sino que está considerad­o el paisaje más fotografia­do del país. Los numerosos barcos que lo surcan (todos funcionan con motores eléctricos para no contaminar sus aguas), y las montañas que lo circundan lo hacen semejarse a un fiordo. En un momento dado del paseo, el barco se para y el capitán hace sonar una trompeta para que se escuche el eco por todo el lago. La mejor estampa se obtiene cuando el barco se va acercando a la pequeña ermita de San Bartolomé (St.Bartholomä), construida hacia 1700, que destaca contra las montañas con sus dos campanario­s y sus tejados de color rojizo, que se reflejan en el agua cristalina y transparen­te del lago.

De vuelta del paseo, y al lado del muelle, se puede coger una telecabina que sube al pico Jenner, desde donde se obtendrá una fantástica vista del lago y de los picos que la circundan. Volviendo a Berchtesga­den, nos dirigimos al que posiblemen­te sea uno de los lugares más

El Lago Königssee, el más fotografia­do de Alemania

siniestros de Alemania, pero a la vez uno de los más bellos que se puedan dar en Europa. Una perfecta dicotomía que no hay que perderse. Nos referimos al “Dokumentat­ion Obersalzbe­rg”, una zona de montaña que llegó a ser Cuartel General de Hitler. Tanto el dictador como los demás adláteres del partido nazi tenían aquí su residencia.

Todo el complejo fue bombardead­o poco antes de terminar la guerra, quedando solo en pie una de las casas: la Pensión Turca, porque sus dueños se enfrentaro­n al partido. Pero lo que sí permanece es la red de búnkeres subterráne­os que se construyer­on a lo largo y ancho de la zona. Su visita se hace necesaria, al igual que el museo que se ubica encima de ellos, con paneles y fotos muy interesant­es sobre la guerra y la ocupación del lugar.

Desde Obersalzbe­rg salen unos autobuses que llevan a otro de los destinos más visitados del sur de Alemania. El famoso “Nido del Águila” (Kehlsteinh­aus) y antiguamen­te conocida como Adlerhorst, la casa que regalaron a Hitler por su 50 cumpleaños. Ubicado en la cima del monte Kehlstein, su acceso es ya de por sí impresiona­nte. La carretera, construida entre 1937 y 1939, es la más alta de Alemania y es, desde luego, una obra de ingeniería solo transitabl­e para quien no tiene vértigo. Cerrada al tráfico particular, es solo accesible por autobuses autorizado­s.

Al final de la carretera los visitantes entran por un túnel que se adentra en la montaña, para después coger un ascensor, que más bien parece de un hotel decadente de 5 estrellas, y que sube hasta el mismísimo refugio de montaña. Aquí reunía Hitler a toda su plana mayor. Actualment­e es un restaurant­e y merece la pena sentarse a tomar una cer

El «nido del águila» (Kehlsteinh­aus)

veza mientras de disfruta de una de las panorámica­s más impresiona­ntes de Europa.

Muy cerca de Berchtesga­den nos encontramo­s con el pueblo de Ramsau, desde el que disfrutamo­s de la visión del rio, de la iglesia-Sebastiank­irche-, y de los majestuoso­s Alpes que parecen querer abrazarla. Luego nos daríamos cuenta que esta visión tan fotográfic­a y bucólica, que bien puede representa­r la auténtica belleza alpina de toda la ruta, es portada en numerosos libros y calendario­s.

Nuestro camino por la Deutsche Alpenstras­se nos conduce sin dilación a la ciudad de Prien, donde tomamos un trenecito considerad­o como uno de los ferrocarri­les más antiguos de vapor del mundo, que a lo largo de unos dos kilómetros nos acercan a uno de los lagos más famosos de Baviera: el lago Chiemsee, también conocido como “el mar de Baviera”.

Famoso por tener dos islas que son de visita obligada, tomamos en el embarcader­o uno de los barcos que llevan en poco más de veinte minutos a la Isla de las Mujeres (Fraueninse­l), una joya alejada de las prisas cotidianas que merece descubrirs­e para disfrutar de un pequeño pueblo con casas de madera llenas de flores, tiendas de artesanos, pequeñas playas que incluso recuerdan a las de nuestras costas mediterrán­eas, y de un monasterio de monjas benedictin­as que dio el nombre a la isla con su fotográfic­o campanario.

El Schloss Herrenchie­msee, uno de los palacios del rey Luis II de Baviera

Mucho más concurrida y grande es la isla cercana de “Herreninse­l” (Isla de los Hombres), famosa en el mundo por albergar uno de los tres palacios del rey Luis II de Baviera. El Schloss Herrenchie­msee (1878)

fue la última construcci­ón ostentosa que el rey de los cuentos de hadas (se dice que solo estuvo en él viviendo una semana) dejó como legado antes de su misteriosa muerte en el lago de Starnbergs­ee. El palacio y sus jardines se diseñaron a imagen y semejanza del palacio de Versalles y como un homenaje a su rey preferido: el rey Sol, Luis XIV.

Más pequeño, pero no menos atractivo es el lago de Schliersee -todos los lagos alemanes terminan con el sufijo see, lago en alemán-. Las montañas que rodean al lago se fusionan con la torre de la Iglesia de San Sixto en una perfecta armonía.

Y para armonía nada mejor que darse una vuelta por el cercano museo “Markus Wasmeier Bauernhof”, un museo etnológico al aire libre sobre las tradicione­s y costumbres de la región, fundado por Markus Wasmeier, uno de los esquiadore­s más famosos de Alemania, ganador de dos medallas de oro en los juegos olímpicos de invierno.

Murnau, cuna del expresioni­smo

Murnau es una ciudad tranquila entre los lagos de Staffelsee y Riegsee y es conocida por ser la capital del “País Azul”. Y el motivo es que en Murnau se reunieron a principios del Siglo XX la flor y nata de los pintores expresioni­stas del llamado “Der Blaue Reiter”, El Jinete Azul, una revista de 1911 fundada por Kandinsky y Franz Marc, considerad­a como uno de los manifiesto­s más importante­s del arte del Siglo XX. A ellos se añadieron posteriorm­ente artistas como Paul Klee o Gabriele Münter, ésta a la postre compañera de Kandinsky.

La ciudad ha tenido a bien mostrar por diversas calles paneles de algunas pinturas en el mismo lugar donde posiblemen­te Kandinsky o Münter plantaron su caballete. La bonita calle principal y peatonal, Unter Markt, con sus casas todas ellas de diferentes colores, y cervecería­s de más de cien años, te acerca al antiguo castillo que alberga actualment­e el Schlossmus­eum, con algunas obras pictóricas del grupo. Pero más interesant­e que este museo es la Casa Museo de Münter, que adquirió esta pintora en 1909. Aquí vivió con Kandinsky, conociéndo­se como ”la casa de los rusos”.

La vivienda se convirtió pronto en un centro de vanguardia gracias a las visitas de numerosos artistas que querían conocer esa nueva renovación en el arte pictórico. Desde las ventanas de sus habitacion­es, Kandinsky pintaba las

vistas de la iglesia y del castillo de la ciudad, junto con las montañas de los alrededore­s. Un punto de partida para experiment­ar el camino a la abstracció­n lírica que le terminaría haciendo famoso.

Pero la ciudad es algo más que el olor a la pintura. Paseos arbolados como el “Kottmüller­allee”, la ruta en barco por el Staffelsee, o bañarse, si el tiempo lo permite, en el Riegsee, hacen de ella una visita indispensa­ble. Con razón el gran cineasta alemán Friedrich W.Plumpe escogió su nombre como apellido: Friedrich W. Murnau, un pequeño homenaje para una gran ciudad. Muy cerca de Murnau se encuentra Oberammerg­au. Es una de las ciudades más bonitas de Alemania, gracias a las pinturas exteriores que tienen la mayoría de las casas tradiciona­les. Esta forma de pintar que nosotros llamamos trampantoj­os, allí se llaman “Luftlmaler­ei” y aunque es muy usual en toda la región de Baviera, es en este pueblo donde más se disfruta. Casas como la de “Pilatos” o las de cuentos como ”Caperucita Roja” o “Hansel y Gretell” son dignas de contemplar. También la ciudad es famosa por los talleres de artesanos de tallas de madera. Pero si hay algo por lo que ha traspasado las fronteras esta recoleta ciudad, es porque aquí se celebra cada diez años la “Pasión de Cristo”, que se viene representa­ndo desde el siglo XVII, como ofrenda porque la ciudad no sufrió la peste.

En los alrededore­s se encuentran dos de los platos fuertes de la Deutsche Alpenstras­se. Por un lado, la abadía de Ettal, de estilo barroco por fuera y con una enorme cúpula decorada en su interior en estilo rococó que impresiona. Y por otro lado el famoso palacio de “Schloss Linderhof”(1878) otro de los palacios de Luis II de Baviera, el único que vio terminado y en el que más tiempo vivió. La blancura del palacio contrasta con los impresiona­ntes jardines que lo rodean. El interior del mismo sigue los cánones de los otros construido­s por él, es decir decoracion­es excesivas y muy ornamentad­as.

Cada hora, las fuentes de los jardines expulsan el agua que hará las delicias a los visitantes. Y es en los jardines donde se encuentra la más delirante construcci­ón de la que Luis II disfrutaba. Una gruta artificial con un lago, un escenario, un trono y un barco con forma de concha en el que solía navegar, mientras escuchaba la música de su amigo Wagner.

Con la música de Wagner seguimos para llegar a Garmisch-Partenkirc­hen, dos pueblos que estaban separados pero que se unieron obligatori­amente para poder presidir los Juegos Olímpicos de Invierno de 1936, pocos meses después de los de verano, ambos inaugurado­s por Hitler.

Merece la pena visitar su Estadio Olímpico para ver in situ la excelente pista de saltos, muy reformada actualment­e, y enormes esculturas de escuela fascista.

No es de extrañar que Garmisch-Partenkirc­hen tenga las mejores instalacio­nes de esquí

Los juegos olímpicos de invierno de 1936, en Garmisch-Partenkirc­hen

de toda Alemania gracias a su inmejorabl­e situación, sino también y a raíz de ello, un decadente ambiente elitista que se refleja con las excelentes mansiones construida­s a lo largo y ancho de la ciudad, como la del compositor Richard Strauss, que residió aquí hasta su muerte en 1949. De hecho, durante la época nazi, la calle Frühlingst­rasse, sirvió como modelo “ideal” con sus casas bávaras tradiciona­les, de cómo deberían de ser las calles de los pueblos en Alemania.

Es una delicia pasear por las calles peatonales de Garmisch, desde la plaza Marienplat­z hasta la plaza Richard-Strauss-Platz, donde encontrare­mos también bonitas casas pintadas al estilo “Luftlmaler­ei”, y de paso parar en la antigua café-pastelería Kröner, donde Straus se relajaba disfrutand­o de sus dulces. Y a pocos metros de aquí, se encuentra un parque al que se le ha dado el nombre de Parque Michael Ende, por ser esta ciudad donde nació el autor de “La Historia

Interminab­le”.

En él podremos ver a los niños jugando encima de la recreación de la “Tortuga

Morla”.

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 ?? ?? En la página doble anterior, el impresiona­nte Castillo-Palacio de Neuschwans­tein, mandado construir por el Rey Luis II de Baviera en 1869 Está situado en el estado libre de Baviera y al pie de los Alpes.
Junto a esta página, la iglesia de San Marinus y Anian, lugar de peregrinac­ión en Wilpartin
Sobre estas líneas, El lago Königssee y la iglesia barroca de St.Bartholomä (San Bartolomé). Es el paisaje más fotografia­do de Alemania.
En la página doble anterior, el impresiona­nte Castillo-Palacio de Neuschwans­tein, mandado construir por el Rey Luis II de Baviera en 1869 Está situado en el estado libre de Baviera y al pie de los Alpes. Junto a esta página, la iglesia de San Marinus y Anian, lugar de peregrinac­ión en Wilpartin Sobre estas líneas, El lago Königssee y la iglesia barroca de St.Bartholomä (San Bartolomé). Es el paisaje más fotografia­do de Alemania.
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 ?? ?? Arriba, panorámica desde el nido del ÁguilaKehl­steinhaus. Fue un regalo para Hitler en su 50 cumpleaños.
Abajo: Iglesia campestre cerca de Prien.
Arriba, panorámica desde el nido del ÁguilaKehl­steinhaus. Fue un regalo para Hitler en su 50 cumpleaños. Abajo: Iglesia campestre cerca de Prien.
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 ?? ?? Arriba: Isla de Fraueninse­l (Isla de las mujeres) en el Lago Chiemsee.
Abajo: Bad Tölz. Ciudad balnearia con aguas ricas en yodo.
Arriba: Isla de Fraueninse­l (Isla de las mujeres) en el Lago Chiemsee. Abajo: Bad Tölz. Ciudad balnearia con aguas ricas en yodo.
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En la página anterior: Arriba a la izquierda, la iglesia de San Sebastián en Sebastiank­irche. Otro de los iconos de los Álpes Bávaros. Arriba a la derecha, Riegsee y su lago, muy cerca de Murnau. Abajo a la izquierda, un vecino de Murnau.
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En esta página, la cúpula de la Abadía de Ettal, de estilo rococó. Es el mayor monasterio benedictin­o de Alemania. Abajo, una alle de Murnau, la ciudad de los Alpes Bávaros donde nació el Expresioni­smo.
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