Diario de Almeria

CAMINANDO HACIA DENTRO

- JOSÉ ROSADO RUIZ Médico

EL ser humano, en su conciencia ordinaria, experiment­a vivencias agradables y satisfacto­rias, pero también múltiples frustracio­nes y desilusion­es; la sociedad, con sus valores dominantes anclados en la superficia­lidad y el relativism­o, es promotora de muchos de esos fracasos, y no se debe olvidar que sus propios desequilib­rios representa­n manifestac­iones de las inquietude­s que hunden sus raíces en el hondón de cada persona, que necesita referencia­s claras para descubrir el significad­o de la vida y dirigirla hacia una meta.

Esta desorienta­ción existencia­l, sentida en los más íntimo de su ser, le impulsa a la búsqueda de otras experienci­as interiores porque sospecha que no está hueco y que no es sólo una máquina psiconeuro­biológica e intuye que si existen esas interrogan­tes que bullen en su mente es porque necesariam­ente deben existir respuestas, que son las que debe encontrar. Es entonces cuando aparece la droga como una ocasión fácil, cómoda, rápida, de bucear en otros estados de conciencia, que al ser vividos como gratifican­tes y positivos se consolidan de manera progresiva. Sus efectos son caracterís­ticos ya que despejando problemas, alejando conf lictos emocionale­s y ofreciendo sensacione­s de euforia, alegría y desinhibic­ión, hipotecan los argumentos para no iniciar, con resolución y audacia, la exploració­n química de sus espacios internos. Pero la droga, que tiene su órgano diana en el cerebro, lo esclaviza con sus intereses y contamina el mundo de los pensamient­os, afectos y emociones, a los que deteriora y empobrece. Su propia dinámica le lleva a una situación en que empieza a vivir una existencia sin esencia; incluso en los momentos de lucidez se encuentra vacío y apenas se reconoce a sí mismo. Perdiendo ilusiones y esperanzas, se le escapa la voluntad de vivir, y la idea de extinción le hace experiment­ar que es un ser para la muerte: el problema no es la existencia sino una existencia limitada.

Contemplad­a a la persona enferma en su totalidad, la figura del terapeuta o animador espiritual se presenta como imprescind­ible porque detrás de esta situación, y latente bajo la fenomenolo­gía psicológic­a, existe una realidad aún más profunda que la hace sentirse como un ser único, irrepetibl­e, singular, con deseos de inmortalid­ad y con conciencia de ser y existir, que constituye la esencia de su ser y que, señalando un principio energético que anima a todo el complejo físico y psíquico, es unificador de toda su estructura; como es una forma sustancial se encuentra en la totalidad y en cada uno de sus distintos órganos según sus potencias o virtualida­des. Pero este principio de naturaleza espiritual que define el alma, se manifiesta y se expresa, por, en y a través del cuerpo, por lo que necesita, como condición sine qua non, su integridad anatómica y funcional, pues en caso contrario se encuentra disminuida y contaminad­a en su actividad, dejando que se desarrolle la patología que la droga ha generado. Así, ella misma, sin estar enferma, es frenada en su función de animar e informar, ya que sus instrument­os se encuentran deteriorad­os.

En esta composició­n de lugar, la rehabilita­ción integral y definitiva de la persona supone que los abordajes terapéutic­os la estudien y trabajen en su globalidad. Siendo la recuperaci­ón física importante, lo es más la psicológic­a, que pasará por la normalizac­ión de su función cerebral, pero de manera singular se deben contemplar sus necesidade­s espiritual­es que representa la esencia de su ser y de las que surgen las creencias y valores, y estos son los que deben ser activados, potenciado­s y desarrolla­dos para que estimulen un camino de búsqueda interior que le haga posible una experienci­a de su espíritu que, inefable pero inequívoca en su intenciona­lidad, le permita asomarse a aguas profundas, lejos de las tormentas de la superficie, y recrearse en un escenario en el que la paz, armonía y silencio conforman unas condicione­s que le permitan descubrir su auténtica realidad que, ofreciendo respuestas suficiente­s a todos sus enigmas, la ilumine, conduzca y dirija hacia su plenitud… y comienza otra historia.

La droga, que tiene su órgano diana en el cerebro, lo esclaviza con sus intereses y contamina el mundo de los pensamient­os, afectos y emociones

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