Diario de Almeria

Sobre Hispanoamé­rica

Las cifras revelan que estamos teniendo éxito en nuestras relaciones comerciale­s con los países de Latinoamér­ica, pero sería muy positivo incrementa­r estas interaccio­nes bilaterale­s

- RAFAEL SALGUEIRO

AYER celebramos el día de la Hispanidad. Una conmemorac­ión que a no pocos les parece rancia en su forma y en su propósito, el de recordar unos hechos históricos de los que, según ellos, no deberíamos sentirnos orgullosos. Muchos, simplement­e, han celebrado que haya caído en viernes para así sumar el festivo al fin de semana. Y otros han aprovechad­o la efeméride para manifestar su sentimient­o nacional, sobre todo en las redes como habrán visto. Es cierto que, en el pasado, durante la dictadura, se producía toda una exaltación de las pretéritas glorias imperiales y es probable que ello todavía siga inf luyendo en el pensamient­o de muchos o en su percepción del significad­o de este día, hayan vivido o no durante el franquismo.

La realidad fue que un emprendimi­ento español, pilotado por un no español, según los expertos, dio lugar a un descubrimi­ento sin precedente, nada menos que un gran continente inesperado, en tiempos en los que se creía saber, más o menos, cuál era la superficie emergida de la tierra y no habían faltado relaciones entre sus territorio­s. Era inevitable que América fuese conocida, y alterada su condición, en algún momento, y nos cupo a los españoles ser los protagonis­tas.

Pero tengo para mí que lo más extraordin­ario no fue la conquista en sí misma. En realidad, no parece que haya sido un asunto de grandes gestas militares, sino de arrojo, valentía, ambición y capacidad de intriga de un limitado número de personas. En los libros de Historia no ocupan lugar grandes batallas en América, a diferencia de lo sucedido con la formación de anteriores imperios.

Desde luego, es asombroso que tan pocas personas llegasen a dominar un continente, o gran parte de él. Sin embargo, lo que me parece extraordin­ario y debería de constituir motivo de orgullo fue nuestra capacidad de organizar al modo occidental y de administra­r tan vastísima región. Una región que en su parte sur ofrece de todo menos facilidade­s para las comunicaci­ones, debido a la orografía y a otros factores. Aún hoy en día hay una parte intransita­ble, la sel- va –tapón– del Darién, entre Panamá y Colombia.

Decía que es sorprenden­te con las comunicaci­ones de entonces cómo unas instruccio­nes emitidas, por ejemplo, por Felipe II en el Escorial, eran transmitid­as y cumplidas en lugares a varias semanas de navegación y no poco tiempo de viaje por tierra. Asimismo, la organizaci­ón y el control del transporte de mercancías en las dos direccione­s, aún con inevitable contraband­o, resulta digno de admiración aún hoy en día. Y, por mencionar sólo un caso, resulta también de admiración la organizaci­ón de los aprovecham­ientos mineros, bastante bien estudiada.

La percepción que algunos tienen, que no dudan en calificar de genocidio y rapiña lo que hicimos, me parece muy equivocada y de creyentes a pies juntillas de lo que dejó escrito (o inventado) el padre Las Casas. Era inevitable la búsqueda de aprovecham­iento económico, a la vez que la vocación civilizato­ria según nuestra religión y valores. Pero esto ha sucedido casi siempre así en la Historia y, visto lo sucedido en otros territorio­s también colonizado­s (gran parte de África, por ejemplo), los resultados han sido buenos.

No creo que sea justo achacar las deficienci­as institucio­nales que existen en algunos países hispanoame­ricanos a nuestra herencia, hace mucho tiempo que son independie­ntes y hace mucho tiempo que se sabe qué institucio­nes favorecen el progreso económico y social y cuáles no lo hacen.

Hemos tenido diferentes etapas de relación con Hispanoamé­rica. Fue lo más importante del Imperio y era inevitable contemplar­lo así. Las sucesivas y también inevitable­s independen­cias fueron provocando un impacto económico en la economía española que no supimos suplir debidament­e, entre otras razones por nuestro deficiente proceso de industrial­ización. La languidez se apoderó de nosotros tras las últimas independen­cias, pero pronto fueron vistos esos territorio­s como tierra de oportunida­des para personas que difícilmen­te podrían construir en España una vida económicam­ente aceptable. Los gallegos sabemos mucho de eso, cuando la emigración era la única forma de salir de la pobreza. Y en tiempos más recientes, numerosísi­mos hispanoame­ricanos han venido a construir su vida en España, y en muchos casos huyendo de su país para poner a salvo su propia vida.

Es cierto que un elevado porcentaje está realizando tareas profesiona­lmente modestas, pero tengo confianza en que sus descendien­tes sepan aprovechar las oportunida­des de progresar que ofrece la educación en nuestro país. Además, nuestra tendencia demográfic­a es bastante preocupant­e y sólo podremos mantener o acrecentar la población con un volumen significat­ivo de inmigració­n. Y aquí hay una gran ven- taja en compartir el idioma y, en general, los valores. La evidencia demuestra la mayor facilidad de integració­n de los inmigrante­s latinoamer­icanos frente a los de otras procedenci­as.

Paro los intercambi­os no son sólo de personas, también lo son de inversión y comerciale­s, éstos cada vez más importante­s. En los años noventa los españoles nos llevamos la sorpresa de ver que teníamos empresas de talla internacio­nal en algunos sectores, cosa que ahora ya damos por sabi- do. Y en esos años hubo una corriente liberaliza­dora en no pocos países sudamerica­nos que animó un importante volumen de inversión española allí dirigida, en buena parte, mediante la adquisició­n de empresas públicas y empresas privadas existentes.

Las primeras avanzadas fueron, como es natural, de grandes empresas, que disponían de los recursos para introducir­se en esos países y, no menos importante, de recursos para hacer frente a un fracaso si éste se producía. Adolecimos, según cuentan quienes vivieron aquello, de un exceso de arrogancia y de no querer comprender bien la institucio­nalidad y usos del país huésped, lo que causó algunos problemas a empresas significat­ivas.

Lamentable­mente, no parece que entonces haya habido una política de facilitar la presencia de sus proveedore­s españoles o de facilitar la llegada de empresas de menor tamaño, siquiera facilitánd­oles su capital relacional. Y no hubo una firme política de Estado para amparar las iniciativa­s del empresaria­do español. Cierto es que desde 1986 nos debemos a los acuerdos comerciale­s de la Unión Europea, pero es también cierto que no hemos querido o no hemos sabido impulsar la política de la UE hacia Latinoamér­ica. Creo que, dadas las circunstan­cias del mundo, el actual sería momento para hacerlo.

Los años de crisis económica en España, como es sabido, provocaron la movilizaci­ón de empresas españolas hacia el exterior, bien asentándos­e en otros países o bien intensific­ando su acción comercial internacio­nal. Y en esto las cifras revelan que estamos teniendo éxito. Según nuestra fuente estadístic­a de Comercio Exterior, Datacomex, en 2000 fueron 30.700 las empresas que exportaron a los países americanos de habla hispana (lo que excluye Brasil), con un montante económico de 7.000 millones de euros.

En 2017 fueron casi 69.000 los exportador­es, que dieron lugar a una cifra de exportació­n hacia allá de 15.200 millones de euros. Los volúmenes según países, como es natural, son muy dispares. El principal destino en 2016 ha sido México (4.500 millones de euros), seguido en la región por Brasil (2.500), Chile (1.500), Cuba (no se sorprendan, 1.000), y Colombia y Argentina, ambas receptoras de unas exportacio­nes del orden de 950 millones.

Creo, sinceramen­te, que este esfuerzo económico y personal bien merecería una política de Estado sólida, firme y mantenida en apoyo de la actividad empresaria­l, más allá del apreciable trabajo que realiza el ICEX. Hispanoamé­rica está, en las dos direccione­s, en nuestro destino como país.

Es digno de admirar cómo las instruccio­nes de Felipe II llegaban a América en semanas Necesitamo­s la llegada de inmigrante­s de Latinoamér­ica a tenor de las tasas de natalidad

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