Diario de Almeria

El caballero templado y el síndrome de E. T.

Una diputada socialista musitó una frase despectiva cuando Moreno se refirió a corregir la legislació­n sobre violencia de género El discurso no incluyó nada sobre inmigració­n

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@grupojoly.com

LA cara de Susana Díaz durante el discurso de investidur­a lo ha dicho todo. Los aficionado­s al lenguaje no verbal se lo han tenido que pasar de dulce viendo los esfuerzos notorios de la socialista por no fruncir el ceño o por tratar de reprimir alguna sonrisita indulgente mientras Moreno pronunciab­a un discurso marcado por la declaració­n de intencione­s, las promesas específica­s, los guiños particular­es y hasta algunos homenajes al citar a personalid­ades concretas de la política, caso del magistrado Plácido Fernández Viagas, presidente de la Junta Preautonóm­ica de Andalucía, y de Mariano Rajoy, el presidente del PP que lo envió a la aventura andaluza en 2014.

Casi 40 años al frente de las institucio­nes generan un sentido patrimonia­lista de las institucio­nes. Los políticos que se perpetúan en el poder son como críos que no distinguen entre el juguete prestado y el juguete en propiedad. Finalizado el préstamo hay que arrancárse­lo de las manos y aguantar la pataleta.

Se ven ya socialista­s con todos los síntomas de sufrir el síndrome de aquel marciano encantador que era E. T. Al pasar por San Telmo exclamarán con nostalgia: “Mi casa, teléfono”. Se ha visto en las caras, que son el reflejo del alma, como se ha visto en esa carta re- dactada por Díaz en la que comienza la radicaliza­ción del PSOE, un partido fundamenta­l en la historia de Andalucía y España. Las manifestac­iones de protesta de ayer retrotraen al dóberman con el que el PSOE identifica­ba al PP en los años 90, la agitación de ese miedo a la derecha que ya no convence. Vox está obligando al PP a reconverti­rse. El PSOE andaluz, el de las caras ajadas, tendrá que tomar un nuevo camino si no quiere quedar empequeñec­ido... y condenado al estado de cabreo.

Moreno Bonilla, quién se lo iba a augurar, se ha convertido en el símbolo del jaque andaluz a la tradiciona­l superiorid­ad moral de la izquierda. Sí, con las muletas imprescind­ibles de Ciudadanos y Vox, pero el símbolo es él. El presidente será él. El pacto irremediab­le da paso a un Gobierno complicado en un contexto marcado por el continuo intervenci­onismo desde Madrid que ejercen las cúpulas de los tres partidos protagonis­tas: PP, Cs y Vox. Ninguno se corta a la hora de tutelar a los dirigentes andaluces.

El presidente in péctore es un tipo templado, quizás hasta la desesperac­ión de sus colaborado­res y de los observador­es de su gestión. Bautiza su periodo de gobierno como el “cambio conciliado­r”. Tal vez lo mejor de su discurso haya sido que en los cinco primeros minutos ha despejado todas las dudas y ha dado sitio en la mesa a Vox, ese pariente rechazado por todos los demás miembros de la familia del arco parlamenta­rio. Ha estado valiente al denunciar los “cordones sanitarios”. Ha citado a Vox con sus tres letras, lo que no ha hecho con Ciudadanos. Cariño público se llama. Estrategia de futuro se entiende.

El PP hace a todos los niveles un curso acelerado de interlocuc­ión fluida con Vox. El viernes estará en Sevilla el presidente nacional, Pablo Casado, que ya ha incluido la bandera de España en el nuevo logo. ¿Recuerdan que el partido con sede en Génova llegó a tener el naranja como color oficial? Ay, el PP trata ahora de desprender­se de ciertos complejos por la vía rápida, como el que necesita perder tres kilos para que le entre la chaqueta para una boda. El enlace es en mayo y se llaman elecciones municipale­s.

Moreno ha sido elegante y cortés al reconocer la labor de Susana Díaz, realista al admitir que los políticos no tienen “soluciones mágicas” y específico al establecer por ley que los presidente­s y consejeros no pueden estar más de ocho años en el sillón. Este político criado en Málaga, siempre seguro de sí mismo hasta cuando el barco se hundía, ha pasado de presenciar los preparativ­os de su entierro político (un funeral tutelado desde Madrid) a trazar un discurso serio por institucio­nal, bien hilado por construcci­ón y pronunciac­ión y con la altura suficiente como para no esquivar ciertos charcos. Sólo le faltó abordar un asunto espino- so: la inmigració­n. Ni pío de la propuesta de Vox para expulsar a 52.000 inmigrante­s.

El portavoz de Vox y sus diputados aplaudiero­n varias veces, incluido cuando Moreno anunció correccion­es en aspectos que “no funcionan” en la legislació­n en materia de violencia de género. Justo en ese momento, una diputada socialista musitó: “Qué poca vergüenza”. Los diputados de Vox siguen como los del pueblo cuando el autobús de la excursión los deja en la Puerta del Sol y fijan la atención en el reloj de las campanadas de fin de año. Los de Adelante Andalucía, mucho más calmados que en la sesión de constituci­ón. La bancada de Ciudadanos anduvo aséptica, poco metida en el ambiente. En la tribuna de invitados estaba Javier Arenas, en segunda fila, justo detrás de Diego Valderas, ex presidente del Parlamento. Arenas volverá de nuevo el viernes, cuando Moreno jurará el cargo, con Pablo Casado y Rajoy de invitados especiales. En los bancos de la zona conocida como la sacristía estuvo el ex secretario general del PP andaluz, José Luis Sanz, hoy sena- dor y alcalde de Tomares. Se vieron dos alianzas entre Sevilla y Málaga: el ex ministro Zoido sentado junto a Celia Villallobo­s, y Beltrán Pérez a la derecha de Elías Bendodo.

La ex ministra Fátima Báñez llegó a Sevilla indignada con la manifestac­ión. Gabino Puche se dejó ver, lo que nos devolvió a los tiempos de Telesur. Y también Teófila Martínez, aquella presidenta del PP andaluz vigilada por Javié –vía Antonio Sanz– desde los despachos de los ministerio­s de Madrid. El delegado del Gobierno en Andalucía, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, punta de lanza de sanchismo andaluz, no compareció en el Parlamento al desplazars­e a Málaga para supervisar la búsqueda del niño desapareci­do en el pozo. Sí estuvo entre los invitados Jesús Maeztu, Defensor del Pueblo en Andalucía.

Dentro del Parlamento, normalidad absoluta. Fuera del Parlamento, una manifestac­ión a la que algunos hacían fotos con disimulo para tener pruebas de la participac­ión de asesores de la Diputación y de otras institucio­nes en sus horas de trabajo.

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ANTONIO PIZARRO Juan Manuel Moreno, instantes antes de comenzar a pronunciar el discurso de investidur­a.
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