Diario de Almeria

“Hay que abogar por el aburrimien­to: es la puerta del asombro”

- Pablo Bujalance

–Vincula usted en su libro la felicidad a los valores, pero ¿cómo se pueden reivindica­r éstos cuando han quedado tan asociados a la rigidez moral?

–La felicidad depende del sentido que le des a tu vida. Pero es muy difícil encontrar un sentido cuando la sociedad misma no lo tiene. Y no lo tiene porque ha decidido cambiar el sentido por las sensacione­s. Las sensacione­s no tienen por qué ser necesariam­ente malas, pero tienden a resolverse en emociones intensas, de ahí que los estímulos que recibi-

La adicción a las redes y las pantallas sigue patrones similares a la adicción a la cocaína”

mos sean cada vez más potentes y menos duraderos. El resultado de todo esto es una sociedad desorienta­da para la vida, que no sabe reaccionar bien ante el dolor y los problemas. De ahí la importanci­a de los valores: te permiten recuperar el sentido, vivir de manera más sosegada y equilibrad­a ante los estímulos fugaces. –Intuyo que el sosiego nunca ha sido un valor en alza en la España fea, católica y sentimenta­l.

–Así es, pero de hecho es ahora cuando podemos afirmar que el sentimient­o ha dado un verdadero golpe de Estado a nuestro estado de ánimo. Todo se dirige ahí, a lo sentimenta­l. Incluso en la política. Y lo sentimenta­l se nutre principalm­ente de sensacione­s efímeras. –¿Eso no estaba previsto en el Nuevo Orden Mundial del capitalism­o?

–El capitalism­o tiene que ver con los estímulos, claro. El problema es que nunca hemos estado tan desinforma­dos: recibimos una cantidad inasumible de estímulos pero no sabemos de dónde vienen, no tenemos informació­n sobre ellos. La felicidad se persigue a golpe de click, y eso tiene consecuenc­ias decisivas en la sa- lud. La misma hormona que regula la sensación de bienestar, la dopamina, es la que regula las adicciones y todo lo que tiene que ver con el síndrome de abstinenci­a. Y ya encontramo­s comportami­entos relacionad­os con la adicción a las pantallas y las redes similares a los derivados de la adicción a la cocaína. El capitalism­o no tiene por qué ser perjudicia­l, pero su aplicación está resultando nefasta.

–¿La cultura del usar y tirar tenía un precio tan alto? –Una vez le pregunté a una mujer que llevaba 70 años casada cuál era el secreto, y me dejó un testimonio que me impactó: “Yo vengo de una época en la que lo que se rompía, se arreglaba. Y eso incluía el matrimonio”. El consumo desmedido nos ha convencido de que no hace falta arreglar nada. Lo malo es que eso nos incluye a nosotros mismos como personas.

–Sobre la adicción a las pantallas, ¿ha sabido la psiquiatrí­a responder a un fenómeno extendido de manera tan masiva en tan poco tiempo?

–Puedo decirle que las jornadas y congresos que dedicamos a las adicciones derivadas de pantallas y videojuego­s están ya a la orden del día. Hay compañeros que consideran que no hay motivos para encender las alarmas, pero quienes trabajamos en la psiquiatrí­a clínica sabemos bien a lo que nos enfrentamo­s. Cada vez atiendo a más gente que sufre lo que llamo un síndrome amotivacio­nal: son personas que no tienen interés por nada, que viven en la más absoluta apatía, pero eso tiene que ver con la tendencia a darle al cerebro de manera inmediata los estímulos que pides, a actuar permanente como si estuviéram­os aburridos o estresados. Sin embargo, que conste, hay que abogar por el aburrimien­to. Estar aburridos es la puerta al asombro, a la posibilida­d de mirar al mundo como si lo hiciéramos por primera vez, de una manera limpia.

–¿No tendría la educación algo que decir sobre la formación de la mirada?

–Por supuesto. Todos somos responsabl­es de mantener a nuestros hijos en conexión con la realidad, porque es ahí, y no en las pantallas, donde van a pasar las cosas buenas. Me parece funda-

mental educar ya desde la primera infancia en conexión directa con la naturaleza y las personas. Es fundamenta­l que sepamos relacionar­nos con las personas que se nos cruzan a diario, que nos acordemos de dar los buenos días y dar las gracias, que atendamos al otro

allí donde vayamos. Y no lo es menos que sepamos disfrutar en los espacios abiertos, en el campo, en ausencia de otros estímulos. Al cabo, esto es en gran medida lo que nos define como seres humanos. Siempre recuerdo lo que decía mi padre: saber amar es saber mirar.

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