Diario de Almeria

DESDE LA ESPAÑA VACÍA

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UNA amiga mía que siempre me ha recomendad­o libros interesant­es, me regaló al poco de salir a la venta la obra de Sergio del Molino La España vacía. Meses después se hablaba de ella como si fuese un best-seller, aunque nada más alejado de ello. Una vez que la obra fue más conocida, los santones de nuestro tiempo, esos que siempre han sido líderes de opinión y ahora llaman inf luencers, término que más bien tiene que ver con la manipulaci­ón que con la informació­n, rompieron a llamar a esas regio

nes en lugar de vacías, vaciadas. Con ello, el hecho adquiría un tinte político y alternativ­o, como si la culpa de todo lo tuvieran las políticas, eso sí, de signo contrario, no las propias.

Escribo este artículo desde un pueblo de la comarca zamorana de Sanabria, una de las zonas que más se ajusta al trato de vacía. La aldea en la que estoy, en la que nació mi madre, tiene treinta habitantes. A kilómetro y medio está otra, en la que nació mi padre, habitada por cinco personas, de las que solamente una es menor de sesenta años. Para vivir allí es necesario tener una gran fortaleza física para adaptarse a las inclemenci­as del clima y gran equilibrio mental para superar tantas horas de soledad y silencio. La emigración de los sanabreses no es nada nuevo. Desde hace más de un siglo están repartidos por Madrid, Barcelona, Bilbao, Argentina, Venezuela y fueron muchos, como mis abuelos y padres, los que decidieron venir a Andalucía, siguiendo la ruta histórica de la Vía de la Plata.

El migrante, como dicen ahora, lo hacía por necesidad y por propia voluntad en busca de mejores condicione­s sociales, pero no son pocos los que empeoraron con tal decisión y han vivido presos del desarraigo y la nostalgia. Muchos neorrurale­s, no son más que ilusos. Otros, si tanto protestan de la España vaciada, pueden perfectame­nte trasladars­e a vivir a ella y contribuir a llenarla, aunque ello suponga quedarse bloqueados días y días por la nieve, abandonar el móvil por falta de cobertura, trabajar todo el día a cambio de la estricta subsistenc­ia, pasar horas sin hablar con nadie, tener dificultad­es para conectarse a internet o ver televisión de pago, todo a cambio de gozar del silencio y la paz interior, valores por cierto que no cotizan al alza. No dudo que peor que la España vaciada es la impersonal, la miserable y desarraiga­da que habita ciertos barrios periférico­s urbanos.

Peor que la España vaciada es la impersonal, la miserable y desarraiga­da que habita ciertos barrios periférico­s urbanos

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ISMAEL YEBRA

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