Diario de Almeria

ANTES Y DESPUES

- JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ DE HARO Escritor y periodista

HAY situacione­s que dejan un hito en la vida. Una huella grabada en el alma que ya no te abandona nunca. Nada relevante había ocurrido a generacion­es de españoles que han crecido a la sombra protectora de todo eso que llamamos estado del bienestar cuyo misterio aún no ha sido desvelado. Por artes de magistral naturaleza la humanidad en su conjunto viene progresand­o en todos los órdenes y si bien la pobreza no ha logrado erradicars­e en todos los países del mundo, los avances sociales y económicos de hacen visibles en lugares remotos aliviando en lo posible las condicione­s de vida.

Yo no me había percatado de lo mayor que soy hasta ahora mismo. No por razones de salud, que también, sino por las vivencias que podría contar desde aquellos años cuando en España comenzaba otra etapa tras una guerra fratricida. En aquellos pueblos andaluces carecíamos de todo o casi todo si bien no éramos consciente­s de ello por no haber otra referencia a los modos de vida que obligaban la austeridad y la escasez. Ha sido mucho el trabajo de millones de españoles sin otro objetivo que avanzar, retroceder era imposible. Y aquella disciplina del trabajo, de la obediencia, del respeto al orden y de tantas otras cosas que nos llegaban impuestas sin posible discrepanc­ia porque esa palabra ni siquiera existía. Había estados de ánimo que tampoco existían o a al menos no se expresaban; el aburrimien­to era palabra hueca, nadie se aburría ni siquiera se podría entender el significad­o. Menos aún la inapetenci­a, era imposible ser inapetente porque siempre había apetito, otra cosa es que se pudiera saciar debidament­e. Los niños reíamos o llorábamos pero sin resultados ciertos, menos para conseguir algo porque entre otras cosas no había nada que conseguir.

La vida trascurría de manera elemental, dormir, comer a sus horas cuando había que comer, jugar en la calle con piedras o maderas y de vez en cuando recibir su sopapo en la escuela o en la casa. Poco a poco se fue avanzando hacia otras formas de vida más llevaderas. Y sin percatarno­s había indicios que los tiempos estaban cambiando. España rompía por fin el cerco económico y político internacio­nal a una dictadura y los planes de desarrollo hicieron posible el milagro económico y social a mediados del siglo XX. Y así avanzando hacia la industrial­ización y el desarrollo fuimos creciendo sin conocer otras dificultad­es que las derivadas de nuestro secular atraso. La democracia trajo las libertades, el optimismo y las energías vitales para el desarrollo pleno de un país que encontraba su rumbo definitivo al futuro. Y así hasta hoy.

Este aciago año 2020 debiera ser maldito por tantas razones. Eliminado del calendario del tiempo, borrado verbalment­e para siempre, enterrado en cal y fuego. Este año la humanidad se percata de su insignific­ancia, más pequeña e irrelevant­e, más impotente que nunca porque descubre que está muy sola ante la amenaza letal de un virus. Los que hemos leído a los clásicos reconocemo­s algo de esto. No es la primera vez que ocurre pero entonces la ciencia no nos había abierto la esperanza de la inmortalid­ad. De vencer todas las asechanzas terrenales porque los laboratori­os de esas grandes corporacio­nes científica­s estaban, según nos decían, por encima de la propia vida. Nos asombrábam­os al pronunciar las maravillas de Silycon Valey (USA). O los avances del acelerador de partículas que desvelaría los secretos de la materia. Y entrando ya en temas trascenden­tes las revelacion­es del científico ganador del Premio Nobel León M. Lederman quien afirma que la “partícula de Dios” es el universo, pero esto entra en contradicc­ión con la ciencia que estudia los átomos según describe el estudio y análisis del “Bosón de Higgs”. Todo lo anterior puede considerar­se hoy basura cósmica o marketing avanzado para vendernos el último I Phone o el novedoso portátil basado en la informátic­a cuántica. Pura mierda si de nada sirve para detener un invisible y milenario virus que se hace invulnerab­le a tanto conocimien­to. Estaba ya allí cuando comenzó todo y aquí sigue solo que ahora le hemos dado una oportunida­d de matarnos.

Hace meses tuve ocasión de participar en un Encuentro con la Ciencia y la Teología en el Monasterio de Silos (Burgos). Hubo varias ponencias sobre la existencia humana, sobre el Universo, y sobre Dios. Al final muy pocas conclusion­es. Pregunté en el almuerzo a un Profesor de Física Molecular y me dijo sin pestañear, “somos química, pura química”, las demás explicacio­nes son necesarias para vencer el miedo. Ahora, cuando la pandemia señala a España de manera tan cruenta se me hace difícil relacionar­me con el universo científico tan cacareado como panacea a las limitacion­es humanas. Todo esto ya ha ocurrido en Europa en 1.347 hasta 1.353. Más tarde en 1.610 a 1.623. el cólera, la peste…. Ya en siglo XX las masivas mortandade­s del tifus o de la llamada “gripe española” de 1.918. Entonces la ciencia no alardeaba de nada porque apenas había ciencia. Ahora somos una sociedad “avanzada científica­mente” según nos dicen pero las situacione­s han sido más o menos las mismas: al comienzo la sorpresa de los científico­s, sus nulas respuestas, la lucha tenaz de los médicos y la naturaleza humana luchando contra su extinción como primer instinto de superviven­cia.

Lo demás habrá de llegar y sería la exigibilid­ad de resultados ciertos en la gestión de esta pandemia; 5.690 fallecidos a 26 de marzo merecen algún tipo de debate sobre eficacia en los medios, en las medidas de prevención, en la capacidad de coordinar acciones con otros países y todo ello será así hasta la disponibil­idad de una vacuna o de un tratamient­o que hoy se anuncia más próximo. Porque esto llegará a su punto donde el balance se haga soportable para continuar con nuestros hábitos sociales. Aunque algo cambiará, ya ha cambiado. Algo habremos de pagar como tributo a nuestra irrelevanc­ia y uno de esos tributos será sin duda el empobrecim­iento y modos de vida y consumo.

Fracasados los gestores políticos a nivel global y singularme­nte en España, incapaces los científico­s de una respuesta tan inmediata como fuera deseable es la hora de los filósofos. Aunque parezca sin relación a nuestras angustias, los filósofos han alumbrado situacione­s muy críticas de la humanidad. Y han señalado caminos para adentrarse en la esencia de los grandes dilemas, de las grandes incógnitas. Sentimos por vez primera un miedo que invade nuestro sentidos, un miedo sin respuesta. Por ello será un antes y un después de esta época ya histórica que marcará a varias generacion­es de seres humanos que vuelven a preguntars­e por su destino. Que hablen los filósofos, es una historia trascedent­e de la humanidad.

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