Los secretos de una vida contemplativa
● Una religiosa de clausura habla sobre el enclaustramiento tras medio siglo viviendo en un convento de Archidona: “Es algo que se va aprendiendo”
Francisca pasó a ser la hermana Francisca en 1971, con solo 15 años. Desde entonces, vive en silencio entre las paredes del Monasterio de Jesús María del Socorro, en Archidona. Lo suyo, cuenta, fue una elección personal que ahora bien puede servir de ejemplo para una sociedad por naturaleza alborotada que, por imposición de una pandemia, ha quedado enmudecida y aislada.
Entonces, lo que más le costó fue dejar atrás a sus padres, a su familia, aunque tampoco fue fácil llegar a ese silencio y “y dejar de estar todo el día hablando”. La clausura requiere un periodo de adaptación, asegura: “Antes de llegar aquí, nosotras también venimos de un mundo normal, con su bullicio y en constante movimiento”, recuerda.
En palabras de la religiosa, “es algo que se va aprendiendo, a lo que es necesario habituarse poco a poco”, aunque al mismo tiempo es consciente de que hay un matiz muy importante: lo que para ella fue una renuncia voluntaria ahora es una medida impuesta para los ciudadanos. “Nosotras nos encontramos como pez en el agua. El silencio y la clausura no nos aíslan, nos acercan a nuestro interior”, asevera.
La hermana Francisca se sorprende de que ahora su experiencia pueda ser extrapolable aunque no pensó lo mismo María Teresa de los Ángeles, una carmelita gaditana que, en consenso con las otras siete monjas con las que vive, decidió publicar en la página web de su convento diez consejos para “vivir los días de confinamiento y no morir en el intento”. Aún así, sus discursos se enlazan a la perfección.
La primera lección de sor María Teresa es adquirir una actitud de libertad: “Tu libertad consiste en adherirte voluntariamente, sabiendo que es por un bien superior. Libre es el que tiene la capacidad de asumir la situación porque quiere hacer lo correcto. No estás encerrado en casa, has optado por permanecer ahí libremente”. Sor Francisca lo resume así: “Aprovechemos que es algo impuesto para hacerlo también voluntariamente”.
Entre otras recomendaciones, “no pasar el tiempo inútilmente”,“ser selectivos” con la información a la que accedemos y algo muy importante para la religiosa de las Mínimas de Archidona: buscar “momentos de silencio”. “El mundo va dislocado y podemos aprovechar esta situación para sacar algo positivo dentro del dolor: aprende a escucharte y a escuchar a los demás. Aprende a guardar silencio”, aconseja.
En su opinión, “a veces estamos tan conectados a la televisión, a los medios, que no pensamos porque nos lo dan todo pensado” y, por ello, este es momento para “ref lexionar”, para “pensar adónde queremos ir, qué sociedad queremos”. “Todo va a empezar de nuevo y tenemos que quedarnos con los valores esenciales, tenemos que aprender a ser nosotros los que pensamos y no quedarnos con lo que nos dan ya pensado”, asevera.
Otras de las cosas que pueden ayudar, asegura, es tener un horario establecido, “aunque no hay que vivirlo como una rutina porque cada día es nuevo, ningún momento es igual”. “La manera de vivirlo convierte en nuevas las cosas y eso depende de nosotros”, alega. En el Monasterio de Jesús María del Socorro, la actividad comienza poco antes de las 06:00 y la jornada se reparte entre tiempos de rezo en común y personal y de estudio, recreos comunitarios, misas y trabajo. Hasta las 21:00.
En la congregación, actualmente son doce monjas que tienen como labor principal la elaboración de dulces artesanos, aunque la emergencia de la pandemia también ha trastocado sus horarios, ha paralizado esta actividad y ha obligado a echar por completo el torno “para evitar cualquier contacto”.
“Tenemos hermanas mayores y hay que cuidarlas. Las precauciones que debemos tomar aquí son superiores: si en la comunidad entra el virus, caeríamos todas”, apunta Francisca.
cumplimiento de las restricciones impuestas por el estado de alarma. Está bien que ese “rastreo” de móviles se nos presente como un “arma” contra el coronavirus, pero no estará de más que se nos garantice que es para eso y únicamente para eso. Y aquí surgen las dudas. Si el Poder –a secas, sin siglas ni color– tiene una prioridad por encima de todas es la del control, cuanto más mejor, de la población. Tiene ahora el argumento de la guerra contra el coronavirus para justificar acciones que en cualquier otro momento deberían ser inmediatamente repudiadas. Podemos consentir estos días que el Gran Hermano no nos quite su ojo panóptico de encima. Pero tendremos que exigir que sea cegado en cuanto el Covid-19 haya sido destruido.
¿Lo harán?