“Estoy vendiendo menos de la mitad que habitualmente”
Seguimos comiendo pan durante el confinamiento, claro. Comprando menos veces, pero más cantidad y casi todos, congelando. Lo que no estamos haciendo ya, porque no se puede, es desayunar a diario en nuestra cafetería favorita, o en aquella que pilla justo al lado del trabajo. Los que habitualmente así lo hacían en la ‘vida de antes’, ahora toman el cafe, o el colacao, en sus casas. Así que Ani sigue vendiendo pan en su pequeño local, pero solo eso, porque ya nadie espera su tostada sentado en alguna de sus pocas mesas, o en su trozo de barra, y eso significa que su negocio va al ‘ralentí’.
“La mitad o menos de lo que se hace habitualmente en el negocio es lo que estamos haciendo, más o menos, en estos días”, explica. La cafetera, que habitualmente echa ‘humo’, apenas sirve ya para algún café ‘furtivo’ que toma la propia Ani, quien apostó por este negocio hace apenas unos meses, cuando aprovechó el traspaso que ofrecían sus anteriores dueños. “Este es un trabajo muy sacrificado, que exige muchas horas y no cerrar ni un día, y la verdad es que desde el punto de vista económico está crisis está siendo y va a ser un desastre”, reconoce con cierta amargura, aunque, como a casi todos, lo que más le preocupe ahora no sea eso, sino no contagiarse. Eso sí, Ani dice no tener miedo. Como el resto de profesionales que a diario han de tener decenas de contactos con clientes, la responsable de este pequeño negocio recalca que “hemos aprendido a comportarnos dentro de lo que cabe, aunque a veces hay personas que te ponen en un compromiso”. Cuenta la dueña de la panadería-cafetería que hace unos días entró una señora mayor, con la intención de desayunar sentada en su pequeño local. “La mujer quería sentarse, y estaba ya quitando la cinta (ha delimitado el local con una cinta continua para que no se acceda a la parte donde están las sillas y las mesas) y yo le dije que no se podía, que estaba prohibido; ella me intentó convencer diciendo que si venía la Guardia Civil les diría que era sorda y muda”.
Mientras pasa el chaparrón, a Ani no le queda más remedio que esperar y seguir sacando brillo a la tostadora. “Por lo menos un mes y medio o dos meses pasarán, creo yo, y cuando la gente pueda volver a salir, a ver cómo se les ha quedado el bolsillo, porque esto nos va a tocar a todos”.