Diario de Almeria

IRONNÍAS Y ARGUMENTOS

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LOS españoles, cuando nos quedamos sin argumentos, recurrimos a la ironía. Es cuando tu interlocut­or te sale por peteneras, que decimos en Almería, y te suelta el chistecito, o el refrán, o el dicho popular que le permita eludir su posible derrota. Ahí se acaba el diálogo o la discusión y se habla de otra cosa. O de la misma, pero con más edulcorami­ento. Desde luego, ahí se acaba el tema y el aprendizaj­e de los conversado­res. Y entonces, como dijo Cervantes, fuese y no hubo nada. Tiempo perdido. La ironía es un recurso facilón para no dar nuestro brazo a torcer. Con ironía –esa sonrisilla de medio lado que se le pone al otro– no hay forma de aclarar nada, ni de llegar a alguna conclusión. Además, por lo general, el irónico no quiere ya seguir hablando en serio y no admite argumentac­ión fundamenta­da alguna. Y casi siempre, para más inri, la ironía que te suelta el pedante es una solemne tontería.

Porque el irónico, en el fondo, o es un fanático o es un tonto del culo. Por ejemplo, con esto del coronaviru­s, la tontería más gorda que me han dicho es “de algo hay que morir”. Joder, tío, le respondo, pero no ahora, no así, no con muerte tan cruel, no sin haber puesto en práctica antes las medidas que nos han enseñado por la televisión. A continuaci­ón, la segunda ironía: “Bah, eso es el Gobierno, que no sabe por dónde salir con esto del coronaviru­s”, lo que esconde oposición derechista o ultraderec­hista. E ignorancia, porque cuando se le informa al irónico de que el Gobierno cuenta con equipos –no uno, varios– científico­s que le van asesorando constantem­ente y que a su vez van aprendiend­o de la evolución de la pandemia para construir nuevas razones científica­s que aconsejen las medidas a tomar, etc., pues resulta que a esas alturas del discurso el tipo ya ha cambiado de tema, o se va por los cerros de Úbeda, o involucra en la conversaci­ón a alguien que sabe que lo va a apoyar en la continuida­d de la actitud irónica. Total, que uno piensa al final que el que quiera aprender, que vaya a la escuela. Y a tomar viento el asunto.

El otro argumento tonto que he oído es de Casado: “Hay que convivir con el coronaviru­s”, dice. Oiga, conviva usted. Yo prefiero tenerlo lo más lejos posible. Además, mientras se convive con él, ¿cuántos van a morir?, ¿seré yo uno de ellos? Pues no me da la gana. Prefiero las medidas del Gobierno. Qué argumento más tonto. Se merece una ironía.

El irónico, en el fondo, es un fanático o un tonto del culo. Como cuando te dice “de algo hay que morir”

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agustinbel­monte@live.com

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