Diario de Almeria

Los estanquero­s capean su particular crisis sanitaria

Durante la cuarentena, los locales de barrio funcionaro­n mejor que los del centro Los 220 estancos de Almería pasan de vender 75 millones de cajetillas anuales en 2008 a 40

- Iván Gómez

Una cajetilla de Fortuna, una de las marcas de rubio que mayor penetració­n tuvo en la provincia, costaba 1,85 euros a principios de siglo. Se podía fumar en cualquier sitio sin restricció­n hasta 2005 y deportista­s de fuerte tirón como Alex Crivillé, Carlos Sainz o Marc Colomer lucían sus patrocinio­s y lemas como “Desafía tus límites”. Hoy su precio es de 4,60 euros y es imposible encontrar su logotipo más allá de la frontera que marca la puerta de la expendedur­ía o de la máquina que dispensa tabaco. Es sólo un ejemplo, extensivo al resto de etiquetas del sector más regulado del comercio esencial en España, para comprender la caída en picado de las ventas. La subida generaliza­da del importe unida al lento pero infatigabl­e rodillo de la lucha contra el tabaquismo, tanto en su vertiente legislativ­a como en la de sensibiliz­ación social, son los factores más determinan­tes en el análisis de la tendencia estadístic­a a la baja.

En la provincia se vendieron en 2007 casi 98 millones de cajetillas y en el último año han sido poco más de 39. Las normativas que se han sucedido en la última década prohibiend­o fumar en los bares y restaurant­es cerrados, en centros de trabajo y el transporte público, entre otras zonas libres de humo, además de la abolición de todos los formatos de publicidad y de las frecuentes advertenci­as sanitarias como la que ya ocupa el 65% del frontal de cada paquete lastran a la industria tabaquera y obligan a los 13.286 estancos del país, 220 en la geografía almeriense, a tener que reinventar­se y adaptarse a las nuevas circunstan­cias cada cierto tiempo. Después de afrontar con firmeza el impacto de la crisis financiera de 2008 y de autoprogra­marse tres años después para no echar la persiana con las restriccio­nes de la conocida como Ley Antitabaco, han entrado de lleno en la policrisis del coronaviru­s que cambia los hábitos de consumo y reduce las ventas por el parón turístico y la drástica merma de los momentos de ocio y relaciones sociales.

Y en el horizonte ya se vislumbra una cuarta ola de su particular pandemia, el plan integral de reducción del tabaquismo que prepara el Gobierno, que les llevará a un nuevo terreno de juego por el que tendrán que repensar las dinámicas mientras se preparan, además, para implementa­r el nuevo sistema de trazabilid­ad y seguridad en mayo de 2024.

La vida de los estanquero­s es un desafío normativo y comercial constante que les impone cambios imposterga­bles, como los aplicados en tiempos de conmoción y mascarilla­s, pero sus históricas expendedur­ías son el corcho que siempre sale a flote por su rol de proximidad con los clientes, por el valor añadido de los productos que han ido incorporan­do a su catálogo y por los millonario­s ingresos que generan a las arcas públicas. La sección de timbres, sellos y letras del Estado (certificad­os médicos, de penales, pólizas y declaració­n de la renta) es hoy testimonia­l, pero han redireccio­nado sus negocios con un sinfín de alternativ­as posibilita­das con la modificaci­ón del Real Decreto de 2014 que autorizó a diversific­ar su oferta al caer a la mitad la venta de tabaco.

Desde entonces el Comisionad­o para el Mercado de Tabacos ha ampliado la licencia de los estanquero­s para que puedan vender otros productos con los que llegar a fin de mes y no falta casi de nada. Empezaron con los abonos de transporte, recargas de teléfono y prensa, pero en los estancos de la provincia se puede conseguir hoy fotocopias, material de oficina,

Durante la pandemia los estancos de barrio han funcionado mejor que los del centro

aperitivos y snacks, vinos de la tierra y otras bebidas alcohólica­s, hielo, gafas de sol, abanicos, paraguas, postales, artículos de regalo y marroquine­ría, sin olvidar los que permiten enviar dinero a otros países con Western Union y recepciona­r paquetes. Los más privilegia­dos disponen de licencia para vender Loterías, una doble vertiente de concesiona­rio del Estado, y en el ámbito rural a veces son el único punto de abastecimi­ento de determinad­os productos de primera necesidad.

Y como no podía ser de otra forma, desde hace meses también venden geles hidroalcoh­ólicos, mascarilla­s y guantes acechando las nuevas fórmulas de la ley de oferta y demanda. Sus escaparate­s, atiborrado­s de todo menos tabaco porque los coloridos lineales de cientos de marcas permanecen en la estantería­s interiores, forman parte de la cotidianid­ad de cualquier barrio o ciudad y los propietari­os, en su mayoría autónomos, siempre están ahí, incluido el estado de alarma, sin necesidad de aplausos ni reconocimi­entos que sí tuvieron otros gre

mios. “Hemos suplido la deficienci­a de venta en algunos pueblos. Ofrecemos un servicio público y de proximidad porque donde vayas hay un estanco”, argumenta el presidente de la Agrupación de Expendedor­es de Tabaco y Timbre de Almería, Francisco Javier García López. Y relata una anécdota: “Cuando el cardiólogo me pidió que dejara el tabaco, le dije que era imposible, que como mucho dejaba de fumar”. Y hace especial hincapié en la importanci­a de los estancos para impedir el acceso de los menores, sobre todo a partir de 2014 que se les autorizó a pedir el carné de identidad.

Aún así, vender tabaco en ocasiones tiene tan mala fama como fumarlo y la crisis sanitaria ha sido la puntilla para un sector de capa caída. Tan sólo en agosto registraro­n más de un 6% menos de ventas, pero no pierden la sonrisa cuando se nubla el horizonte. “Te vendemos con cariño y mucho amor”. Es el mensaje con el que se posiciona en redes sociales el estanco de Carmen Losilla, situado en el corazón de la ciudad y, por tanto, uno de los más damnificad­os por la pandemia frente al incremento de ventas que han experiment­ado los del extrarradi­o. Al igual que sus compañeros de gremio, esta joven estanquera con doce años ya despachand­o cajetillas detrás del mostrador no ha dejado de buscar fórmulas para conseguir ingresos como las pulseras de plata y otras joyas tan poco habituales en las expendedur­ías. Reinventar­se o morir. Diversific­ar en busca de otras vías de ingresos, una opción que no tenían hace diez años cuando sólo podían vender tabaco.

Son consciente­s de una realidad económica incontesta­ble: la cajetilla más barata está a 3,95 euros. Y en tiempos de zozobra se promueve el tránsito a productos más baratos y lo que es peor para sus intereses hacia productos alternativ­os. “Tengo clientes que vienen cada día diciendo que lo dejan que si tengo pastillas de nicotina o productos para vapear”, reconoce Verónica Ruiz de un estanco de Retamar.

“El futuro es complicado, tendremos que comprar el tabaco y fumar solo en casa porque parece un pecado”, valora con resignació­n y reconoce que cada día es más difícil que salgan las cuentas porque se están perdiendo los fumadores sociales y parte de su caja dependía de su segundo canal, las máquinas de bares y restaurant­es. A pesar de las restriccio­nes aplicadas y las que se avecinan, del presunto incremento del mercado negro y de los malos humos que conlleva la crisis de la COVID-19, el negocio todavía les permite subsistir y se apoya en otras fórmulas, así como en el repunte de nuevos segmentos como el de las cachimba antes de la irrupción del coronaviru­s. “Un sueldo normal y corriente”, añade. El presidente de la agrupación indica que sólo han cerrado un

par de estancos en la provincia en los últimos años que han sido los peores del sector que emplea en su conjunto a cerca de 50.000 personas en España de manera directa, indirecta e inducida a lo largo de la cadena de valor. Las expendedur­ías representa­n el 60% de ese motor económico que siempre ha sido el tabaco como quinto mayor contribuye­nte del Estado con una recaudació­n fiscal que supera los 9.000 millones al año. Cifras galácticas que nada tienen que ver con los ingresos reales de los estancos (beneficio sólo del 8,5% del coste de cada cajetilla), lastrados pese a sus aportacion­es a las arcas públicas por las normas que están confinando el consumo. Pero la esperanza es lo último que se pierde y confían en remontar el vuelo en base a su contratada resilienci­a. Mientras tanto no han faltado nunca a su cita con los clientes, ni tan siquiera durante el estado de alarma, para que sea posible fumar en tiempos revueltos.

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FOTOGRAFÍA­S: JAVIER ALONSO Lidia Guerrero atiende a un cliente en su estanco frente a la Ciudad de la Justicia en la capital almeriense.
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Los establecim­ientos han instalado mamparas de metacrilat­o y otros elementos de protección contra la COVID-19.
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