Diario de Almeria

No es mérito, es gracia

- VICTORIANO MONTOYA VILLEGAS

CUANDO el gran arquitecto Bernini diseñó la plaza de San Pedro del Vaticano, l a concibió como dos grandes brazos abiertos dispuestos a abrazar a todos los que se acercasen hasta ella. De hecho, aquella intuición del gran maestro italiano se ha convertido en una realidad cada vez que se produce una celebració­n del Santo Padre. Hombres y mujeres, niños y mayores procedente­s de todos los rincones del mundo se reúnen en un mismo lugar para celebrar su fe.

Si nosotros alzamos nuestra mirada para contemplar cualquier iglesia par roquial, de pueblo o de ciudad, comprobare­mos que, a su escala, también se reproduce ese encuentro de personas distintas, cuyo único mérito para estar ahí es haber sido invitados por Cr isto para celebrar la misma fe.

Ser cr istiano es responder afirmativa­mente a la llamada que Jesús mismo hace a cada uno de nosotros. No se exigen condicione­s previas. Sin embargo, sí se exige que esa respuesta no quede en el ámbito de la sola idea. Ha de traducirse en un comportami­ento concreto. Según el evangelio de hoy, «en vestir el traje de f iesta».

Evidenteme­nte, cuando el evangelio habla en estos términos, no nos llama a ponernos unas ropas determinad­as, sino a revestir nos de Cristo, como enseña san Pablo. Esta exigencia significa que el cristiano no puede limitarse a vivir su fe de manera ideal, sino que ha de plasmarse constantem­ente en aquellas obras que imitan el modo de vivir de Cristo.

La gran crítica que Jesucristo realiza al pueblo de Israel es que, siendo el pueblo elegido por Dios, se ensimismar­on tanto en este don divino que no fueron capaces de ponerlo en juego en su vida. Confundier­on gracia con mérito y creyeron que solo por el hecho de haber sido invitados por Dios a recor rer la vida junto a Él, ya habían cumplido suficiente­mente.

Jesucristo no quiere que sus discípulos caigan en el mismo error. La elección por parte de Dios y la invitación a seguirlo en nuestra vida no es mérito alguno por nuestra par te, sino solo el primer paso de un camino que durará a lo largo de toda nuestra vida. Por eso, cuando no nos vestimos con el traje de fiesta de las buenas obras o no caemos en la cuenta de que nuestro vestido se está manchando por el pecado, deberemos volver a limpiarlo para que sea digno del banquete al que hemos sido convocados. Pero incluso entonces, será la generosida­d del Rey que nos invita a las bodas la que devuelva nuestra vestimenta a su esplendor original y, nuevamente, sin mérito alguno de nuestra parte, sino por pura misericord­ia y generosida­d por su parte.

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Responsabl­e Archivo Diocesano

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