Diario de Almeria

PRÓXIMA ESTACIÓN

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PORlas primeras avanzadill­as en los suplemento­s culturales, nos enteramos de que el nuevo libro de Mauricio Wiesenthal está dedicado a la historia del Orient-Express. Pocas palabras pueden ser tan evocadoras. En nuestra cabeza novelera se mezclan imágenes de espías vestidos de tweed, faisán para cenar, señoras cocainóman­as y elegantes crímenes de salón; toda esa fauna literaria que va estrechame­nte unida al recuerdo de una línea ferroviari­a que partía de París, recorría el espinazo de Europa y llegaba a Estambul.

Fue el Orient-Express uno de los símbolos de lo que Andrew Sinclair llamó el indian summer de la aristocrac­ia europea, una época terrible y encantador­a que acabó con aquella nueva guerra de los treinta años iniciada con el asesinato del archiduque Francisco Fernando (1914) y clausurada cuando un soldado soviético izó la bandera roja en el Reichstag (1945). A partir de entonces ya no se volvieron a ver comensales de esmoquin en los vagones europeos.

A nuestra generación le tocó vivir una Europa más justa, pacífica y hortera, en la que el elegante traqueteo del Orient-Express y sus veladas de backgammon y Mumm fueron sustituido­s por los ruidosos vagones de jóvenes que recorrían el Viejo Continente gracias al interrail, una de las herramient­as que, junto a las becas Erasmus, más han contribuid­o a generar una conciencia europea. Había caído el comunismo y todavía no había naufragado el capitalism­o. Ahora comprendem­os que viajar libremente en aquellos trenes del verano atestados de mochilas y hormonas, compartien­do higos con un viejo griego o charlando con un playboy napolitano, fue un extraño privilegio. Se canta lo que se pierde, nos enseñó Machado, y lo que hemos extraviado es el sueño europeo de aquellos años 80 y 90.

Recordamos nuestro interrail como un largo traveling por los hoy llamados PIGS –la mala leche calvinista no tiene límites–, una sucesión de paisajes y rostros meridional­es, de piedras venerables y veladores donde tomar café frappé o ensalada de pepinos. Había optimismo y alegría de ser europeo. Lo vimos, lo sentimos, lo tocamos. Ubi sunt?

Fue la pinza formada por el comunismo y el fascismo la que voló definitiva­mente el espíritu del Orient-Expréss; ahora es la labor de zapa de los populismos de izquierda y derecha la que está a punto de mandar a la UE al desván de la Historia. Nadie sabe cuál será la próxima estación de este tren que es Europa. Esperemos que sea como la Termini de Roma: amplia, luminosa, atestada y, sobre todo, profundame­nte humana.

A nuestra generación le tocó vivir una Europa más justa y hortera que aquella encantador­a y terrible del Orient-Express

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LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

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