“Un estrés severo de la planta puede acabar con el cultivo”
COMBATIR los efectos negativos que el estrés produce en los cultivos de todo el mundo es el objetivo de Ecoculture, que ya ha cumplido una década y sigue en plena expansión.
–Acaban de cumplir 10 años. ¿Cuáles han sido sus mayores logros en este periodo?
–Es difícil elegir un solo logro y más considerando todo lo que nos ha pasado durante estos diez años, pero creo que nuestro mayor logro ha sido crecer de forma continua, entrando en mercados que son realmente difíciles por las condiciones de entrada. Sin duda, no dejar de crecer ha sido todo un reto.
–¿Cómo afecta el estrés a las plantas y qué consecuencias tiene en la producción?
–El estrés disminuye tanto la cosecha como la calidad en todo tipo de cultivos a lo largo y ancho del planeta. Un estrés moderado provoca menos pérdidas, pero un estrés severo puede llegar a acabar con el cultivo, ya que puede ser la puerta de entrada para que plagas y enfermedades se desarrollen a sus anchas.
–¿Cuál es la causa del estrés en los cultivos?
–Los factores ambientales severos: altas temperaturas o bajas temperaturas, como golpes de calor o heladas; falta de agua o agua de más, como podrían ser sequías o trombas de agua que encharquen los suelos y no dejen respirar a las plantas; la salinidad, que puede quemar las raíces; el exceso o la falta de luz, que nos puede provocar un exceso de radiación ultravioleta o un desequilibrio en la fotosíntesis. El denominador común de todos estos procesos es que la planta va a envejecer, ya que se producen sustancias que la oxidan y así es como se produce el aborto de la fruta o los problemas de calidad. –¿Qué cultivos tratan y para cuáles aún buscan soluciones a estos problemas?
–Ecoculture es una empresa especializada en los procesos fisiológicos que se dan a partir de las situaciones de estrés ambiental, por lo cual trabajamos en todo tipo de cultivos, ya que los efectos son comunes. Aquí en España trabajamos en frutas y hortalizas como tomate, pimiento, fresa o aguacate, pero en el este de Europa hemos obtenido resultados excelentes en cultivos de grano como son el trigo y la cebada. En Brasil trabajamos en uva de mesa, en bananas, en mangos y en soja, entre otros. Entendiendo el problema podemos ofrecer una solución y eso es lo que intentamos hacer desde nuestra empresa.
–¿Desde cuándo se trata el estrés en las plantas?
–Realmente, el estrés se viene tratando desde hace muchos años, pero el entendimiento de la dimensión real del problema no tiene tanto tiempo. De hecho, todavía estamos intentando entender ciertos aspectos que aún no están totalmente claros como son las interacciones entre ciertas rutas metabólicas que la planta activa cuando se enfrenta a un proceso de estrés. Antes, las soluciones a la hora de tratar eran más generales y causaban una respuesta limitada en la planta. Los productos que nosotros desarrollamos buscar causar respuestas concretas que anulen específicamente el daño que sabemos que se va a producir. Igualmente, es importante dejar claro que prevenir los efectos del estrés es más importante, ya que el daño que se producirá será mucho más limitado que tratar cuando el daño ya está hecho. Ése es otro de los mensajes importantes que estamos intentando difundir desde Ecoculture. –¿Hay muchas explotaciones que no tratan el estrés? ¿Por qué?
–Hoy en día, prácticamente todo el mundo y en todo el mundo se trata el estrés, pero existe un factor limitante, sobre todo en determinados tipos de cultivos, que es el coste de los tratamientos. Esto hace que los tratamientos tengan poco o ningún efecto y esto lleve a pérdidas en la cosecha y la calidad de miles de euros para el productor. Otro de los mensajes que intentamos hacer llegar al productor desde Ecoculture es que esto no es un gasto más, sino que es una inversión importante para reducir las pérdidas posteriores de la cosecha.
–¿El uso de sus productos es compatible con una agricultura bio o sostenible?
–Todos nuestros productos tienen un encaje obvio en el concepto de agricultura sostenible. Por el contrario, algunos de nuestros productos no pueden ser certificados en agricultura bio porque en su composición incluyen algún componente que está fuera de las listas, como puede ser el nitrógeno, aunque éste vaya en concentraciones muy bajas. Es un contrasentido, porque en nuestra opinión la agricultura biológica debería buscar de manera prioritaria la protección de los suelos y las aguas tanto superficiales como subterráneas, y es en eso en lo que estamos trabajando con, entre otras, nuestra línea Delta, que por una cuestión técnica no estaría incluida en este concepto. Sin embargo, nos encontramos en las listas de productos bio muchos insumos que están certificados como biológicos o ecológicos, como es el caso del estiércol, que una vez aplicados, a medio plazo pueden contaminar seriamente los suelos aumentando las tasas de nitratos. Esto es un contrasentido, pero son las reglas. –Y la legislación comunitaria, ¿pone algún inconveniente a sus productos?
–No, nuestros productos están dentro de la normativa europea de productos fertilizantes.
–Han introducido mercados como Bielorrusia, Lituania o Colombia. ¿Van a seguir esa línea?
–Sí. La vocación de la empresa desde el primer momento ha sido la de tener una amplia presencia internacional.
–¿Dónde venden el grueso de sus productos?
–Hoy por hoy tenemos presencia en distintos territorios. Nuestro foco de negocio principal se encuentra repartido entre Europa, donde vendemos en sitios como el Reino Unido, Grecia, Polonia, Rumanía, Ucrania, Bielorrusia, Hungría o Lituania, y Latinoamérica, donde este año nuestras ventas en Brasil y Argentina han aumentado con respecto al año anterior. También vendemos algo en Australia, a través de nuestros clientes del Reino Unido, y en Nueva Zelanda, donde si tenemos una presencia más directa.
–¿Por qué han cambiado su imagen corporativa? ¿Qué persiguen con ello?
– El cambio de imagen responde a la evolución de la empresa durante estos diez años. Perseguimos transmitir que somos una empresa dinámica que se adapta a los tiempos y en cambio constante, buscando nuevos retos en cuanto a encontrar nuevas soluciones en el manejo de estrés. La verdad es que ha sido muy bien aceptada por parte del mercado.
–¿Qué simboliza esta nueva imagen corporativa?
–Las tres hojas simbolizan nuestras tres tecnologías más importantes, que son las que nos han permitido desarrollar la empresa durante estos diez años. La azul corresponde a CalFlux, nuestra tecnología para mejorar la absorción de calcio en la fruta; la verde a NHDelta, que es nuestra tecnología para mejorar el crecimiento de las plantas mejorando el uso del nitrógeno; y la naranja a XStress, que es nuestra tecnología para disminuir el envejecimiento de la planta y evitar el estrés. Las tres de forma conjunta, como se expresa en el logo, representan una gestión excelente del cultivo. –¿Cómo redunda en la salud del consumidor que los productos estén libres de estrés? –Produciendo alimentos con mayor tasa de antioxidantes mejoramos la salud de los consumidores ya que los humanos no podemos producirlos. Esto nos ayuda a estar más sanos y defendernos de enfermedades, sin ánimo de ser oportunista por la situación que tenemos en este momento por el Covid-19. Por otra parte, en una mayor calidad desde el punto de vista de la demanda del mercado, ya que se adaptan mejor a lo que el consumidor pide, a que la fruta permanezca durante más tiempo en buenas condiciones para su consumo, contribuyendo a reducir el desperdicio de comida. Éste sí es un reto para el futuro ya que la alimentación de la población mundial depende de que solucionemos cuestiones de este tipo. No es sólo que produzcamos más sino que la producción aguante más pues trabajamos con productos perecederos.
El estrés de la planta se trata desde hace mucho tiempo pero el entendimiento real del problema no”
Explicamos al agricultor que no es un gasto más, sino una inversión para evitar pérdidas de la cosecha”
LA Revolución Verde, a mediados del siglo pasado, impulsó la agricultura industrial. Más tarde surgieron nuevas formas de agricultura más respetuosas con el medio, como la agricultura integrada y la agricultura ecológica. Hoy día se busca una agricultura rentable para el productor, que garantice la seguridad alimentaria y con el mínimo impacto posible en el medio: la Agricultura Intensiva Sostenible. Con este tipo de agricultura se pretenden varias cosas: primero, aumentar la productividad de los cultivos, es decir, la producción por unidad de superficie cultivada. Se trata de asegurar suficiente alimento para todos, a pesar del esperado aumento de la población mundial y de las condiciones adversas previstas por el cambio climático.
Segundo; disminuir el impacto negativo de la agricultura en el medio, mediante el uso de técnicas de cultivo que eviten el malgasto, deterioro y polución del suelo, del agua y del aire.
Tercero; favorecer la biodiversidad y el paisaje. Se trata de conseguir agroecosistemas en los que las fincas con cultivos de distinto tipo se combinen de una manera racional con zonas no cultivadas, de pastoreo, con un uso forestal o simplemente con vegetación espontánea que sirva como hábitat de especies vegetales y animales.
Cuarto; mejorar las condiciones socioeconómicas de la comunidad rural, asegurando una rentabilidad justa para el agricultor, a la par que se mejoran las condiciones de vida de la comunidad en la que se encuentra la explotación.
La Agricultura Intensiva Sostenible incluye a todos los agentes de la cadena de producción y distribución de alimentos: agricultores, distribuidores, consumidores, ambientalistas, organismos de investigación y transferencia, la Administración y se apoya en la tecnología -sensorización, digitalización, imágenes aéreas, robótica- y en el conocimiento del cultivo para conseguir los fines buscados.
El Proyecto CIT (Control Inteligente de la Termografía), coordinado por Asaja Sevilla y desarrollado en el marco de las ayudas al funcionamiento de grupos operativos de la Asociación Europea de Innovación (AEI) con la participación de CSIC-Irnas, Aquamática, la Comunidad de Regantes del Valle Inferior y Asaja-Andalucía, contribuye a la sostenibilidad de los agroecosistemas mediterráneos mediante el desarrollo de una cámara termográfica para la gestión del riego ( https://www.youtube.com/watch?v=TwJ86ra5D2A) . En el proyecto se contemplan varias especias frutales, entre ellas el olivo. Al cultivo del olivo se dedican 10,8 millones de hectáreas en todo el mundo, casi la mitad de ellas en la cuenca mediterránea. España es el país con mayor superficie de olivar del mundo, con un total de 2,65 millones de hectáreas. En Andalucía, el 60% del suelo cultivado está dedicado al olivar, que ocupa un total de 1,56 millones de hectáreas. En una región como Andalucía, por tanto, es importante conocer la aptitud de los diferentes tipos de plantación y manejo del olivar para la Agricultura Intensiva Sostenible.
En lo que a la rentabilidad se refiere, las plantaciones de alta y superalta densidad son superiores a las tradicionales. Ello se deriva de una rápida entrada en producción y de la facilidad de mecanizar operaciones como la cosecha y la poda, entre otros factores. El olivar superintensivo tiene también una mayor productividad, debido al mayor número de metros cuadrados de área foliar por unidad de superficie de suelo.
En cuanto al impacto ambiental, el olivar se presta a un sistema de producción integrada o ecológica. En Andalucía, de hecho, el 36% del olivar es de producción integrada y el 7% de producción ecológica. A igualdad de sistema de producción, el impacto del olivar superintensivo en el ambiente es menor que el del olivar tradicional. Así, las plantaciones superintensivas no suelen labrarse, por lo que los niveles de erosión y deterioro del suelo son bajos, inferiores a los de muchos olivares tradicionales. Se utilizan herbicidas pero en poca cantidad y aplicados en bandas y con maquinaria de precisión, por lo que el impacto negativo del uso de estos productos en el ambiente es reducido.
En lo que respecta a la biodiversidad y el paisaje, el olivar tradicional aporta más valor que el superintensivo. Pero estas variables no hay que verlas a escala de plantación, sino de ecosistema, de manera que el olivar, aunque sea superintensivo, tiene su hueco en el agroecosistema perseguido por la Agricultura Intensiva Sostenible.
En cuanto al impacto social en la comunidad rural, el del olivar superintensivo no es alto cuando los operarios se traen de fuera, pero palían el problema del abandono de las plantaciones tradicionales, crean empleo de más calidad que el que se genera con el olivar tradicional y promueven un mayor uso de la tecnología, contribuyendo a un aumento de la formación y de los recursos técnicos en la comunidad rural de su entorno.
El olivar, por tanto, es un actor principal en una agricultura moderna que compatibiliza el beneficio del agricultor con la seguridad alimentaria para la población y el respeto al medio. Está claro, sin embargo, que para que el olivar desarrolle su potencial en un marco de Agricultura Intensiva Sostenible, se precisa conocimiento y tecnología.
En este sentido, el Proyecto CIT aporta mejoras para el riego de precisión y, en general, para la sensorización y digitalización del cultivo. Teniendo en cuenta que el riego es uno de los factores que más influye en la viabilidad y rentabilidad del olivar, y que en muchas zonas resulta crucial para la intensificación de las plantaciones, el Proyecto CIT contribuye a garantizar el éxito de la Agricultura Intensiva Sostenible aplicada al olivar.
El proyecto CIT aporta mejoras para el riego de precisión y la digitalización