Diario de Almeria

ADIÓS A TODO ESO

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UNO de los fenómenos más inquietant­es que vivimos, y del que se habla muy poco, es la inferencia –o incluso el odio descarado– que muchos jóvenes sienten hacia las formas y los procedimie­ntos de la democracia liberal. Para mucha gente menor de 40 años –la que no conoció la dictadura de Franco–, la democracia liberal es un asunto de viejos aburridos que apenas tiene sentido en el mundo moderno. La independen­cia judicial, la alternanci­a política, la libertad de expresión, la neutralida­d de las institucio­nes, el consenso democrátic­o, son cosas que resultan ajenas o incomprens­ibles –o engorrosas, o peor aún, injustas– para muchísima gente que no quiere o no sabe entender que la democracia no existe sin el respeto absoluto a unas reglas de juego comunes para todos. Y ahora mismo, esa idea del respeto mutuo está desapareci­endo por completo. Y si alguien defiende las institucio­nes –o la libertad de prensa, o la independen­cia judicial–, sólo lo hace con la secreta ambición de controlar esas institucio­nes para que le beneficien a él y a quienes piensan como él, y por supuesto, para que perjudique­n a sus adversario­s políticos hasta el punto de expulsarlo­s del tablero de juego. Es el modelo del procés catalán, que ahora se ha trasladado al resto de España.

El caso es que la democracia liberal

–que es lenta y aburrida como un soñoliento perezoso agarrado al tronco de un árbol– está viviendo una especie de agonía que quizá pueda ser irreversib­le. En Polonia y Hungría, el populismo de derechas ya ha conseguido someter el poder judicial a los designios del Gobierno, con el argumento de que los jueces proceden del mundo comunista. En España, el PSOE y Podemos pretenden hacer exactament­e lo mismo, sólo que usando un argumento ligerament­e distinto (pero igual de mentiroso): el de que los jueces son conser vadores porque proceden del franquismo o de familias relacionad­as con la judicatura. En cualquiera de los casos, lo que se pretende es tener una judicatura totalmente sometida al poder ejecutivo, es decir, el sueño húmedo de todo dictador, ya sea de derechas o de izquierdas, se llame Pinochet o Fidel Castro.

Tal como están las cosas, es difícil sentirse optimista o ver las cosas con un mínimo de confianza o de ilusión. Día a día, asistimos al espectácul­o de un país entero que se está yendo directamen­te al guano.

La democracia liberal –que es aburrida como un perezoso– está viviendo una agonía que quizá sea irreversib­le

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EDUARDO JORDÁ

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