EN AQUELLOS TIEMPOS INCIERTOS
CUANDO yo era aún más joven, usábamos con total naturalidad, y una cierta indiferencia, dos frases; una era: “consejos en metálico, y los otros cuando yo los pida”, y la otra era: “ya tengo edad para equivocarme solo”. Ambas denotaban nuestra ansia de independencia y de libertad. ¡Hace siglos que no las he vuelto a oir!
Hago ese comentario porque al socaire de la pandemia (o lo que sea) que estamos viviendo oigo, pero rara vez escucho, a personajes públicos usar y abusar de la palabra “aconsejamos” seguida de comentarios variopintos, cuando no son raros, raros, raros y difíciles de digerir. Véase el asunto del célebre comité de expertos, de los que nos decían que eran unos sesudos consejeros áulicos a los que no se podía molestar porque estaban las 24 horas devanándose los sesos pariendo consejos. Así lo entendí yo al sentir las justificaciones que nos dieron para no desvelar la identidad de sus miembros. Por otra parte, estoy cansado de los estados de alarma o excepción o sitio. De hecho, nunca me han gustado, siempre me han molestado mucho. Ahora bien, en tiempos del general sabíamos las razones por las que los decretaba, pero ahora no he conseguido la necesidad recurrente de decretarlos y prorrogarlos tanto y, a veces, con tanta prisa.
Estos estados atípicos, y sus partos, tienen algo que me recuerdan la convocatoria de gracia que pedíamos al Rector para intentar aprobar la Orgánica. Nos la concedía, pero no por eso aprobábamos la asignatura.
En lo que a mí respecta, han conseguido que todas esas sobreactuaciones, todos esos decorados, todas esas puestas en escena para decir, parafraseando a Arguiñano “cosas sin fundamento”, tienen una sola finalidad: la distracción y la ocultación. Salvando las distancias, es semejante a cuando el torero llama al toro por el pitón derecho y luego le da el pase por el izquierdo. ¡Miedo me da saber a qué obedecen esas maniobras de aparente distracción!. Si se deben a errores sin maldad, ¡en buenas manos estamos!. Y si se deben a que nos están distrayendo, ¡en buenas manos estamos! pero además, ¡miedo me da!. Aunque se dice que “equivocarse es de sabios”, como sabios han demostrado que no lo son, ¿por qué no dejan de marear la perdiz y se ponen a trabajar en los problemas que tenemos encima? Aunque esa es su verdadera obligación, prometo que les agradecería que lo hicieran. “Primum vivere deinde philosophari” o como decimos en español: primero la obligación, después la devoción.
Los estados de alarma o excepción o sitio nunca me han gustado, siempre me han molestado mucho