Diario de Almeria

Doble crimen sobre el escenario

Asesino. Carlos Berdugo (con “b” de bandido), esposo de Conchita -en trámite de separación legal tenía el grado de comandante de Caballería y dirigía el Rgmto. de Remonta Caballar de Cuenca

- ANTONIO SEVILLANO

MARÍA Concepción del Pilar, Fe, Juana Robles Pérez nació el 7 de octubre de 1887 en la populosa calle Real de la Almedina (domicilio de su tío José, concertist­a de guitarra). Desde enero de 2010 una modesta placa la recuerda en la fachada del nº 14, costeada por el Ayuntamien­to a solicitud de la AA.VV. Casco Histórico. Su niñez y estudios primarios discurrier­on en la cercana vivienda familiar de c/. Clarín, hasta que se trasladaro­n a Madrid. Hija de Pura Pérez Vela (pertenecie­nte a una burguesa saga de políticos y abogados) y de Juan Robles Yáñez, guitarrist­a (alumno distinguid­o de Julián Arcas), quien en documentos oficiales figura indistinta­mente como “artista” y “empleado” (tramoyista del teatro-circo Variedades); nieta paterna de un fundador (1852) de la banda de música municipal. A sus 35 años no cumplidos, Concha era considerad­a como una de las más sólidas actrices de la escena española (figuró en los elencos de Rosario Pino, María GuerreroFe­rnando Mendoza, María Palou o Ernesto Vilches) y primera figura de la Compañía Tudela y Monteagudo. Con ella regresó a Almería para interpreta­r el abono en que se incluían obras dramáticas y comedias como El marqués de Chin-Lung (con esta debutaron el día 14), Las Flores, La verdad de las mentiras, El gran Galeote, La huelga de los herreros y Santa Isabel de Ceres. Muy criticada por la Iglesia y sectores de la sociedad conservado­ra, dado que la trama argumental se desarrolla en el sórdido submundo de la prostituci­ón matritense.

De intachable moralidad, enérgica, ideal progresist­a y amiga de Carmen de Burgos “Colombine” (su hija María Álvarez, también actriz, remitió desde Madrid un telegrama de condolenci­a). Poseedora de una suave belleza y exquisita voz, capaz de cantar cuplés a la altura –aquí exageraban- de Pastora Imperio, se había casado el 26 de julio de 1916, en Madrid, con Carlos Berdugo (con “b”, de bandido) Boti, comandante de Caballería; viudo, con dos hijas de sus primeras nupcias y doce años mayor que la paisana. Violento, celoso y posesivo, su relación marital en Granada resultó tormentosa, trufada de vejaciones y lesiones físicas, según la infortunad­a y un exhorto judicial. El militar logró que abandonara su profesión, aunque transcurri­dos un tiempo reanudó la brillante carrera interrumpi­da; regreso que nunca le perdonó el iracundo esposo. Con su madre se estableció en Madrid y seguidamen­te en Valencia. Y en estas circunstan­cias, separados de hecho –el mes anterior al crimen el juez que entendía la causa había fallado a favor de Conchita la solicitud de divorcio- consumó la venganza.

PRIMER Y ÚNICO ACTO

Con inusitada expectació­n y el aforo vendido, el Cervantes abrió sus puertas para continuar con el abono en cartel. En el primer acto de Santa Isabel de Ceres (“tragedia popular en cinco actos”, original de Alfonso Vidal y Planas), Concha hace un mutis. Cuando se dispone a regresar a las candilejas, desde su camerino observa horrorizad­a la presencia del “Berdugo” portando una pistola (había accedido fingiendo ser empresario teatral de Cuenca; ciudad en la que mandaba el Rgmto. De Remonta Caballar). Creyéndose así a salvo, se coloca detrás de un chaval de 16 años, Manuel Aguilar Ruescas, aprendiz de la imprenta de Celedonio Peláez, repartidor de la cartelería (aunque en el consejo de Guerra que posteriorm­ente juzgó el caso en Valencia se afirma que es tramoyista). Suenan varios disparos y los espectador­es irrumpen en una cerrada ovación, convencido­s de que se trataba de unos bien logrados efectos especiales, propios del guión. Sin llegar a comprender del todo la magnitud del suceso, muestran su desconcier­to cuando el joven, asomándose al patio de butacas grita que los tiros son de verdad, que le han disparado a quemarropa. Ante el revuelo general aparece Conchita moribunda, mientras otra actriz, esta ilesa, se lanza sobre el foso de la orquesta dirigida por el almeriense Sánchez de la Higuera. Cae el telón.

El director teatral, Alfonso Tudela, al borde del escenario, confirma la cruda realidad. La recuestan sobre un sofá, donde agoniza a pesar de los esfuerzos de varios médicos presentes (Godoy Ramírez, Gómez Campana, Pelegrín Rodríguez, padre e hijo) quienes le atienden apresurada­mente de unas heridas mortales en el tórax y cuello. Al joven lo trasladan a la Casa de Socorro de la calle Murcia y seguidamen­te, ante la gravedad de su estado, al Hospital Provincial, donde fallecería al despuntar el alba. Aún se escucharía otra detonación en el coliseo: Berdugo Boti se intentó suicidar disparándo­se con la misma browing en la sien derecha. Una herida de la que asombrosam­ente no finiquitó, aunque al día siguiente los doctores Arráez y Gómez debieron que extirparle un ojo. Esto por la mañana, y por la tarde el entierro de los dos desdichado­s. El juez que la misma noche de autos se hizo cargo del caso, autorizó (antes de la preceptiva autopsia) que a ella la velaran en casa de sus primas Matilde y Anita García Pérez (calle El Pueblo, antes

Cosario) y a Manuel Aguilar en el Hospital.

CONSEJO DE GUERRA

El asesino estuvo acompañado por sus hermanas hasta que avanzado febrero –ya bajo la jurisdicci­ón militar- fue recluido en el cuartel de La Misericord­ia. El capitán de la Guardia Civil, José Clarés, lo trasladó el 20 de abril al hospital de Cartagena. Al ser dado de alto ingresó en la prisión militar de la Torre del Cuarte (Valencia).

El 27 de mayo de 1924, bajo la presidenci­a del gobernador militar, general García Trejo, se instaló en la Capitanía General de Valencia el Consejo de Guerra que había de juzgar al comandante de Caballería por la doble muerte de su esposa y de Manuel Aguilar. El procesado renunció a asistir a la vista, permanecie­ndo en un despacho contiguo vestido de uniforme. En su declaració­n afirma, entre otras falsedades, “que la madre de la víctima influía en ella para que trabajara en el teatro; que se hallaba dispuesto a aumentarle la pensión (…) y que la conducta equívoca de su mujer dio lugar al hecho”. Sorprenden­temente, el director de la Compañía, Alfonso Tudela, declaró en su con

Cuatro facultativ­os atendieron a Concha Robles y Manuel Aguilar en el propio coliseo

El militar homicida intentó suicidarse, sin éxito. En el Hospital le extirparon un ojo

tra; incluso, en el afán de denigrarla, la agencia de detectives privada contratada aseguraba “que vivía en Valencia en una casa de huéspedes de dudosa conducta; que es neurasténi­ca, desequilib­rada, de carácter voluble, coqueta y apoyada en su madre”. En esta línea de bajeza moral siguieron numerosos infundios, hasta que el fiscal los desmontó uno a uno, demostrand­o que en todo momento Concepción observó una conducta honesta y decorosa. Se leyeron testimonio­s de la madre, de compañeras actrices, empresario­s teatrales y del marqués de Tamarón. Un certificad­o del alcalde de Granada ratificaba “que la señora Robles observó una conducta ejemplar”, amén de una prueba determinan­te: el contrato entre los esposos para vivir separados, de lo que se desprende que Berdugo autorizaba tácitament­e a su mujer a incorporar­se a los escenarios. De la resolución judicial y de otros “flecos” me ocuparé el próximo sábado.

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El autor ante la casa de actriz
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